Cinco mil años ocupando el entorno de la plaza de Portugalete
Valladolid ·
En la zona se han hallado vestigios datados en el Campaniforme y la Edad de Bronce; hoy, 49 años después de derribarse el mercado que acogió, se ha convertido en un área abierta que permite la contemplación de la Catedral, la Colegiata y la iglesia de la Antigua
Enfrentada a la Antigua y agolpada junto al antiguo brazo septentrional del río Esgueva, se encuentra la que popularmente se conoce como plaza de Portugalete, un espacio de tránsito en el que se levantaría una de las construcciones más singulares de la ciudad, la ... Catedral. Sin embargo, los orígenes de la ocupación humana en este punto son mucho más antiguos. Así, en algunos de los solares de las calles Arribas y Cardenal Cos, enfrente de la seo, en los que se han realizado intervenciones arqueológicas, se han hallado materiales y niveles de ocupación adscribibles al Campaniforme y Edad del Bronce, lo que hace que debamos retrotraer este primer asentamiento, al menos, a mediados del III Milenio antes de nuestra era.
La zona vuelve a ocuparse por nuestros antecesores en época romana, en un pequeño montículo situado en la margen izquierda del río, como prolongación del mismo núcleo habitacional que se había reconocido en el subsuelo de la plaza de la Antigua. Es sobradamente conocida la noticia que recoge Antolínez de Burgos al respecto de la localización de un pavimento musivario, «con azulejos de diferentes colores y del tamaño de habas muy pequeñas», durante la excavación de los cimientos de un pilar de la Catedral, hacia mediados del siglo XVI. A él se unen otros solados de opus signinum, alguna que otra cimentación y, sobre todo, muchos materiales arqueológicos (entre ellos piezas características de estos momentos, como las cerámicas sigillatas o las tegulae), documentados en un buen número de intervenciones arqueológicas efectuadas en este entorno urbano, especialmente bajo las ruinas de la Colegiata y, sobre todo, en la que se llevó a cabo en el año 2009 como consecuencia de la apertura del aparcamiento subterráneo de Portugalete. Todo ello refrenda que este núcleo romano tuvo una cierta importancia, prolongándose su habitación hasta el siglo V d.C.
Tras un lapso temporal de cinco siglos sin informaciones precisas, este lugar a orillas del río vuelve a habitarse, en este caso como parte del desarrollo del barrio aristocrático que impulsa el conde Ansúrez en el siglo XI en el entorno de la iglesia de la Antigua y al exterior del recinto englobado por la primera muralla. La fundación de la primera Colegiata, dedicada a Santa María, se fecha hacia 1095, estando regida por abades cluniacenses provenientes del norte de Palencia. Este primer templo se realizó en un estilo románico y debió contar con una sola nave, la cabecera semicircular y una torre a los pies, posiblemente más tardía que el resto del edificio, si bien algunos investigadores valoran la posibilidad de que en realidad fueran tres naves. Dentro de sus dependencias funcionó hasta el siglo XIII una sala acondicionada para las reuniones del Concejo, lo que refleja la importancia de este nuevo centro neurálgico de la ciudad.
A principios del s. XIII se acomete una primera gran reforma de la Colegiata, debido al crecimiento del influjo de este templo, ampliando la construcción previa y adaptándola a los nuevos gustos estéticos, actuaciones que se realizaron bajo el patronato de Juan Domínguez de Medina, canciller del rey Fernando III. Se levanta una iglesia con arquitectura gótica, más alargada que la anterior y con unos ejes de desarrollo diferentes, destacando el juego interior de pilares con columnas adosadas a los pilares cruciformes (que aún puede verse desde la plaza de la Universidad), sobre los que descansarían tanto los arcos fajones que separarían las diferentes naves del templo como las columnas que soportarían los nervios de las bóvedas ojivales. A esta edificación se le añade un claustro que sustituye al viejo patio, para el cual se tiene una fecha de 1318, según consta en un escrito del Archivo Catedralicio. En 1988, y bajo las escaleras de acceso al templo desde la calle Arzobispo Gandásegui, se excavó un cementerio vinculado a esta etapa, y que se encontraba al norte del templo. Contaba con una intensa ocupación funeraria, por cuanto se registraron hasta tres niveles superpuestos de esqueletos, dispuestos en cistas de piedra, además varios osarios de cierta extensión, uno de ellos relacionado con la construcción de uno de los muros de la capilla de Santa Bárbara.
La visión de esta construcción desde la actual zona peatonal de la plaza y desde la calle Arzobispo Gandásegui permite aproximarnos a la disposición urbana de este entorno en la Baja Edad Media. Hacia el oeste, habría una marcada pendiente hacia el Esgueva, cuya ribera se dejó vacía de construcciones, utilizándose sus márgenes para el vertido de basuras y escombros urbanos, funcionando ya como un colector, un problema de salubridad pública que se incrementaría en los siglos siguientes. Hay numerosas referencias a los malos olores y al pésimo aspecto de la zona, que llegaría a ser considerado por las autoridades como un destacado foco de infecciones. Sin embargo, aprovechando estas circunstancias, junto al propio río y prácticamente enfrente de la torre de la Colegiata, se erigió una factoría dedicada al curtido de las pieles de animales. Tenía una distribución interna con un espacio principal dedicado a las pilas, con planta rectangular, destinadas al remojo de las pieles y los pelambres, junto a una serie de grandes orzas de cerámica en las que se introducían las pieles con una mezcla de cal y agua. Las tenerías fueron muy comunes en las ciudades medievales, buscando para su emplazamiento un acceso directo al agua, elemento indispensable en el proceso fabril, a la vez que se encontraban relativamente separadas de espacios poblados debido al mal olor que desprendían las pieles durante el curtido. Además, hay constancia documental de la existencia de otras construcciones en este ámbito, como algunas viviendas, una bodega o incluso un molino, que también aprovechó como fuerza motriz el agua del río.
En el siglo XVI se inicia un nuevo proyecto para la Colegiata, en este caso con trazas renacentistas, dirigido primero por Diego de Riaño y más tarde por Gil de Hontañón, que no llega a consumarse, pero que daría paso a otro planteamiento de mayor magnitud. Juan de Herrera diseña una Catedral de planta rectangular, con tres naves divididas por pilares con capillas-hornacinas entre sus contrafuerte, con un amplio crucero y una cabecera separada del testero. La fachada, ideada como un gran arco triunfal, era flanqueada por dos torres coronadas por cúpulas. El conjunto debía completarse con otras dos torres y un claustro, localizado junto a la nave del Evangelio, de planta cuadrada, que llegaba hasta el espacio ocupado por el Esgueva, que nunca fueron construidos. Sin embargo, el repentino fallecimiento de Herrera y la posterior muerte de Felipe II comprometieron el futuro de este proyecto. El traslado de la Corte a Madrid trastocó su realización, aunque las partes que se construyeron entre los siglos XVI y XVII fueron de tal envergadura que modificaron sustancialmente todo espacio urbano. En el siglo XVIII se sigue a un ritmo constructivo muy lento y se adapta el proyecto a las ideas del Barroco, aunque el aspecto de edificación inacabada la mantendrá siempre. La torre del Evangelio se remató con un cuerpo ochavado en la parte superior, aunque por problemas en su cimentación, básicamente porque se encontraba en el lecho del manantial conocido como de los Caños de la Catedral, tuvo importantes deficiencias y desprendimientos; las soluciones planteadas no funcionaron y el 31 de mayo de 1841 acabó por desplomarse por completo. Se levantaría un nueva torre durante el tercio final del siglo XIX, la opuesta a la que se cayó, con linterna, reloj y campanario, siendo rematada en 1920 con la estatua del Sagrado Corazón. A comienzos del siglo XXI se realizaron obras en su interior y se acondicionaron los accesos con nuevos ascensores, que permiten subir hasta la parte más alta de la torre, donde un amplio mirador permite tener una excepcional panorámica de la ciudad.
A los pies de la seo se construyó un lavadero público, que tomaba el agua del manantial de los Caños, curso que discurría a los pies del templo, aproximadamente por lo que hoy en día es la calle Arribas. Es probable que se construyera en paralelo a aquella y persistió en el tiempo hasta finales del s. XIX. Realizado con piedra caliza, fue documentado parcialmente durante las obras de excavación del aparcamiento, y tendría unos 30 m de longitud por un ancho de entre 6 y 8 m. El suelo del vaso central era de cal hidráulica y el perímetro contaba con un pretil bajo, en el cual se apoyaban las personas que iban a lavar la ropa.
El curso del Esgueva se separaba de las construcciones próximas mediante diferentes líneas de manguardias, realizadas con piedra, que discurrían entre los pequeños puentes, de los cuales conocemos dos durante la época Moderna, el de Magaña, que estaba en el actual cruce con la calle Echegaray, y el de las Carnicerías, junto a la Bajada de la Libertad. Estas estructuras sufrieron los efectos de las numerosas crecidas, lo que provocó continuadas reformas, si bien el principal problema que tenía el curso era su empleo como cloaca urbana. Pese a los numerosos intentos de limpieza y de reexcavación del cauce, periódicamente volvía a colmatarse, favoreciendo con ello los desbordamientos y, consecuentemente, las inundaciones de la ciudad. Finalmente, el Consistorio optó por su cubrimiento, para solventar los problemas de las crecidas y de higiene pública, ejecutándose entre 1850 y 1862 unas largas galerías de encauzamiento, con cimentación de piedra caliza y alzado y bóveda superior en ladrillo macizo, que se disponían en el intervalo abierto situado entre los puentes. De nuevo, debe señalarse su localización durante las excavaciones arqueológicas realizadas en paralelo al subterráneo de Portugalete, y teniendo en cuenta su estado, pudieron conservarse, en paralelo a uno de los laterales largos de la nueva construcción.
Consecuencia de la desaparición en superficie del río fue la creación de una amplia explanada a los pies de la Catedral. Y qué mejor uso para este espacio que instalar un mercado, rememorando una funcionalidad que ya había tenido anteriormente en zonas aledañas, como la plaza de la Libertad o las inmediaciones de la Colegiata. Agapito y Revilla recoge la evolución de esta instalación, que primeramente, en 1866, contó con casetas de madera y una plazoleta central, para ser sustituido posteriormente por una estructura metálica, a la que se dio el nombre de mercado de Portugalete. Se sucedieron diferentes proyectos para su construcción, pero será el arquitecto municipal Joaquín Ruíz de la Sierra, en 1877, el que se encargue de realizar los planos, en paralelo a los edificios del Val y del Campillo de San Andrés. Era un edificio de planta rectangular, con sus lados cortos rematados en semicírculo y una espina superior acristalada para lograr una buena iluminación interior, y cuyo desagüe general fue el antiguo cauce, ahora cubierto, del Esgueva. Las obras comenzaban en julio de 1878 y se inauguró en 1881. Fue un punto de referencia y de comunicación de los vecinos de la ciudad durante casi un siglo, donde podían adquirirse frutas, verduras y, especialmente, pescados, hasta que en 1974 se cerró y derribó por completo.
Una vez desaparecido el mercado, la zona central de este ámbito volvió a quedar libre de edificaciones a excepción de una manzana de casas que se adosaban a la Colegiata en su extremo noreste. A finales del siglo XX se conseguía liberar ese espacio y se gestó el proyecto de construcción del aparcamiento subterráneo, que se abría en 2010, a la vez que se urbanizaba todo el entorno, fisonomía que es la que actualmente conocemos, un área abierta para la ciudadanía, que permite la contemplación de los grandes volúmenes de la Catedral, de la Colegiata y de la iglesia de la Antigua, a la vez que se emplea para numerosos actos sociales y culturales. Incluso, se hizo un guiño al antiguo curso del Esgueva, a la vez tan querido y odiado por la ciudad, en forma de una pequeña franja verde que rememora su trazado por el lateral occidental de la plaza.
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