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El patrimonio industrial siempre está en el patio de atrás de las ciudades, cuenta José Luis Lalana que escribió Angus Buchanan cuando empezó a teorizar sobre esos vestigios que, sin el romanticismo de la piedra medieval, también conforman la historia de las ciudades. Restos ... que cuentan los procesos que las han traído hasta la actualidad. Que describen a Valladolid como una ciudad «que fue ferroviaria durante cien años», explica Luis Santos, para después ser industrial, o casi, y acabar por conformarse como urbe de servicios y de sedes administrativas.
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Lo del patio de atrás se explica bien con un vistazo al máximo exponente de ese patrimonio industrial que sobrevive en Valladolid, el depósito de locomotoras. Está situado a menos de un kilómetro de la Plaza Zorrilla, a 1,5 de la Plaza Mayor o la Plaza de España y pegado al cogollito que dibuja en el mapa el Campo Grande. A su lado, por el paso elevado del Arco de Ladrillo, pasan cada día 22.544 vehículos en dirección al centro y 15.905 en sentido Laguna de Duero. Coche arriba o abajo. Y sin embargo, el depósito de locomotoras languidece invisible a los ciudadanos, siguiendo una tradición arraigada en el mismo nacimiento de estas grandes infraestructuras. «Es un ámbito que siempre ha estado cerrado, pertenece a la lógica de la compañía. Y hoy sigue siendo igual», señala José Luis Lalana, del Instituto Universitario de Urbanística de la Escuela de Arquitectura. Y pone un ejemplo de esta cerrazón al público, a un usuario que vive separado de esa realidad por un muro, en este caso literalmente. «Los talleres han celebrado una jornada de puertas abiertas, en 1993. Una en 160 años de historia. Hubo otra en la que dejaron entrar a la Sociedad Castellana de Excursiones, en 1909».
Y sin embargo, dentro del patrimonio industrial vallisoletano, tan menguado como el de tantas otras ciudades, este depósito de locomotoras es una joya. Un monumento. Un conjunto de edificaciones que podría ser considerado, aseguran Lalana y Santos, como «patrimonio mundial».
Y no es una frase lanzada a modo de brindis gratuito para inflamar el orgullo por el terruño. «Esto podría ser patrimonio mundial, podría argumentarse convenientemente, pero eso se consigue porque hay unas instituciones públicas implicadas, con el apoyo de la sociedad, para conseguirlo. Debe haber un trabajo conjunto», señalan los dos investigadores.
El problema es que el depósito de locomotoras amenaza ruina.
Su hormigón está tocado y es «urgente» consolidarlo, aseguran.¿El problema? La titularidad es de Adif y el Ayuntamiento de Valladolid, aunque tiene intención de contribuir a su mantenimiento, no puede hacerlo por sí mismo. Manuel Saravia, concejal de Planeamiento Urbanístico, anunció en unas jornadas sobre patrimonio industrial esta intención de llevar a cabo «actuaciones de consolidación de los elementos ya existentes que no dificulten en el futuro el uso de ese espacio». Al mismo tiempo, sin embargo, admitió que la situación es «difícil y complicada».
A preguntas de El Norte, explica que está pendiente una reunión con la entidad Administradora de Infraestructuras Ferroviarias sobre el depósito. «Hay un problema crítico. Una parte del depósito, pequeñísima, queda 'mordida' por el área de protección de las vías, porque la vía pasa rozando, y se puede ceder todo menos eso.Y al no poder ceder eso, no se puede ceder nada», explica. Un galimatías sobre plano que puede dar con el hormigón en el suelo. «Es una cuestión administrativa pero que complica todo. Esperamos tener pronto una reunión específica», señala.
Luego habrá que determinar quién se hace cargo de esa consolidación urgente, aunque el Ayuntamiento, en esto, demuestra tener todas las posibilidades abiertas. «Incluso hemos llegado a plantear acometer la consolidación nosotros y luego descontarlo». Todo para intentar conservar un conjunto que amén de industrial es monumental. «Hice una visita hace un par de meses para ver cómo estaba, con la asociación de amigos del ferrocarril, y hay dos partes. Una antigua, que es la más bonita, la mejor conservada, y otra que es de los años 50, con hormigón, y la conservación de eso es mucho más cara de hacer».
«La estrella [del patrimonio industrial vallisoletano] es el depósito de locomotoras. Urge consolidarlo. Está a punto de caerse», advierte Lalana. «Hay un problema de urgencia, a ver si el día que queramos reaccionar ya no hay depósito», apoya Santos. El origen de los problemas actuales, sin embargo, no es nuevo. O no totalmente. «Hubo un incendio nada más concluir la Guerra Civil y se reconstruyó con hormigón, y ese hormigón, por las características de los materiales que había, el poco conocimiento de cómo trabajar con eso, está muy deteriorado». «Ha habido proyectos que hablaban de quitarlo y poner otra cosa. Pero es restaurable. Para construir tres pisos encima ese hormigón no vale, pero para sujetarse a sí mismo sí», añade Santos.
Y es que una vez tomada la decisión de consolidarlo, y realizada la intervención más urgente, llegará el momento de crear un proyecto adecuado. Y aquí entra en juego otro problema de estos vestigios ligados al pasado industrial. No todos los planes que se realizan acaban por respetar la esencia del bien que se pretende conservar.
«No hay patrimonio sin historia, pero la historia no es patrimonio. La historia te permite entender cosas para luego hacer una evaluación, lo que no puedes hacer es evaluar patrimonio sin historia. Si no conoces su historia no entiendes el bien», explica Luis Santos. Y su compañero pone un ejemplo bien conocido: el Museo de Orsay, en París. «Es una estación. Pero vas a Orsay y no entiendes que es una estación, no hay legibilidad, ha borrado el edificio. Si no entiendes qué se hacía, por qué se hacía así, los procesos, no entiendes el edificio».
Ocurre algo similar con la fábrica de harinas El Palero, que hoy cobija el Museo de la Ciencia de Valladolid, sostienen. «Si entiendes que tiene un valor, que se muestran unos atributos, estás patrimonializando, es un bien que hay que conservar. Pero puede ser que lo conserves y lo mates. El Palero, el Museo de la Ciencia, es un proyecto interesante de unos grandes arquitectos, pero han destruido el patrimonio industrial».
Si se parte de esta premisa, el proyecto que quiera conservar los valores y atributos del depósito de locomotoras, en un futuro, deberá tener en cuenta muchas más cosas que el edificio principal con forma de herradura, ese que una vez, cuando la ciudad se soñaba en clave Plan Rogers, se pensó transformar en biblioteca. «Una vez que crees que es patrimonio industrial, puede tener más o menos valor monumental o más valor cultural, pero sujeto a rehabilitación. Si es más monumental será sujeto a restauración. Podemos hacerle muchas cosas, pero que no atenten contra sus valores esenciales y atributos materiales. Hemos visto proyectos para los talleres o el depósito de locomotoras en los que se ha pensado en un segundo uso sin conocimiento histórico ni evaluación patrimonial, solo desde un punto de vista estético o singular», explica Luis Santos.
Eso puede llevar, señala José Luis Lalana, a cometer «aberraciones».
«Hubo un proyecto sobre una nave de talleres que estaba diseñada para reparar locomotoras. Siempre se dedicó a eso. Y sigue en uso, ahora con unidades de tren. Y el proyecto decía que 'para recordar el uso ferroviario se pondrán unos vagones...'. Pero aquí no entró un vagón jamás. Eso es meterle un falso histórico. Eso es no haber entendido nada del edificio», advierte el investigador de la UVA.
La fachada de Enertec, en la carretera de Madrid, nada dice del proceso industrial que se desarrollaba tras ella. Quedarse con el esqueleto del depósito, sin más, tampoco. De nuevo, el mejor modo de verlo es un ejemplo real. «Hay una caseta pequeña dentro del depósito de locomotoras que es un secadero de arena. Cualquier depósito del mundo lo tiene. Es fundamental. Y dónde está te dice por dónde se entra, por dónde se sale y cómo funciona. Puede ser una caseta o una especie de rascacielos en un depósito americano. Pero que se preserve eso, o al menos el lugar en el que está, es clave», dice José Luis Lalana.
«La arena es fundamental para poder frenar el ferrocarril, que puede arrastrar cargas pesadas con poca potencia porque apenas tiene rozamiento, pero eso significa que no puede funcionar y que si hay nieve o humedad en la vía, patina. Por eso los ferrocarriles tienen ABS desde que se inventó. La forma tradicional era llevar arena seca e inyectarla entre el carril y la vía, para poder frenar. Cada vez que salen las locomotoras tienen que ir con la arena. Y dónde está eso, aunque el edificio no es espectacular ni tampoco tiene un gran valor, te permite entender todo el proceso».
«El depósito es un conjunto funcional, no un edificio. Hace poco insistíamos en la importancia de las vías, de los puentes, de las casetas, de la arena, del agua... Hay que fijarse en ellos para entenderlo», concluye Luis Santos.
Porque los vestigios industriales cuentan una historia. La de la evolución y el progreso de una ciudad. Para que se recuerde a sí misma, igual que toma conciencia de su ser cuando mira las piedras de una catedral o los verdes laberintos románticos del Campo Grande. «Ya no está en la memoria, porque se cerró hace cincuenta años», dice Santos. «Por eso es valioso, no ha tenido renovación. Se quedó fosilizado en los años sesenta, cuando termina el vapor. Y es el único que queda en España que tiene todos los elementos», apostilla Lalana.
En su despacho de la Escuela de Arquitectura de Valladolid, un plano del depósito de locomotoras se sitúa, a modo de cabecero, a sus espaldas cuando ambos trabajan en sus ordenadores. Como si recordara así que aún existe, aunque siga en el patio de atrás de la ciudad.
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