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No había «nada en el mundo» que le gustara más a Benito Cuervo Geijo (San Justo de la Vega, León, 1948-Valladolid, 2023) que la reparación de bicicletas. Siempre tuvo claro, desde bien pequeño, que su vida estaría estrechamente vinculada a las dos ruedas. Por muchos obstáculos que se cruzaran en su camino, por muchos trabajos que tuviera que desempeñar mediante. Sin perder de vista, eso sí, a la familia. Era su punto débil. Formaba junto a su mujer, Julia Cuevas, el tándem perfecto.
La mejor prueba de ese amor incondicional, de esa pasión conjunta por las bicicletas, es el negocio que pusieron en marcha en 1983 en el barrio vallisoletano de Las Delicias dedicado a la venta y reparación de estos vehículos de dos ruedas: Ciclos Cuervas, un acrónimo que procede de Cuervo -apellido de Benito- y Cuevas -el de Julia-.
Situada en la calle Canterac, pronto se convirtió en un referente para aquellos que tenían que hacer unos arreglos para poner su bici a punto. «Fueron muy poco a poco. Allí no había ninguna tienda y empezó junto a mi madre el negocio de cero, siempre tuvo claro lo que quería, costara lo que costara», destaca Benito sobre el arrojo y la perseverania de su padre, que falleció el pasado día 11 de septiembre a los 75 años.
Esa «pasión» por todo lo relacionado con la reparación de bicicletas le llevó a convertirse en uno de los mejores mecánicos de Valladolid. Había muy pocos talleres -«como mucho dos o tres», dice su hijo (Luisa es la otra hija)- que alcanzaran su nivel de destreza, calidad y profesionalidad. Tenía unas «manos de oro». «Reparaba bastante bien, además de tener rapidez. La gente quedaba muy contenta, se fiaban de él; querían que fuera él quien les tocara la bicicleta. Eso dice mucho de cómo era mi padre», apunta Benito.
Pero no fueron nada fáciles los inicios. Tuvo que superar continuos escollos para poder vivir de lo que más le apasionaba. De hecho, cuando llegó a Valladolid, en 1973, comenzó a trabajar en Fasa y estuvo siete años compatibilizando ese trabajo con Ciclos Cuervas. «Siempre tuvo en mente abrir un negocio; estuvo siete años trabajando en los dos sitios, hasta que un día decidió que solo se dedicaría al taller», recuerda Benito, quien resalta que, antes de comenzar su andadura profesional en solitario, aún en León «empezó de pinche en un garaje de bicis y motos, que era lo que había antiguamente, sobre todo en los pueblos».
Le gustaban tanto las dos ruedas que en sus ratos libres, lo que hacía era salir a hacer rutas. «Por mucho trabajo que tuviera, él tenía unos días establecidos a la semana para andar en bici. Daba igual cómo estuviera el negocio, él necesitaba salir con la bicicleta, en verano al aire libre y en invierno al velódromo o al polígono de San Cristóbal, que entonces había muy poco tráfico y había grupos de ciclistas que se juntaban y salían por allí», explica.
Amante de los Renault 8, el poco tiempo libre del que disponía -además de la bicicleta- lo invertía en sus hijos y su esposa. «Solía salir un día y el otro lo dedicaba a la familia. Nos íbamos al Pinar de Antequera, entre Portillo y Megeces... Lo típico de aquella época», sostiene Benito, quien también añade que a menudo iban a visitar castillos, «que era lo que nos gustaba a los hijos».
Aunque su servicio estrella era el arreglo, también se dedicaban a la venta. «No se centraban mucho en las ventas; era una época muy distinta a la de ahora. No había Internet, venían solas; no tenías que molestarte demasiado para poder dar salida a las bicicletas porque la gente venía a comprártelas», señala. Hasta que en 2015, a los 67 años, llegó la deseada jubilación. Su hija, Luisa, se hizo cargo del negocio, aunque trasladaron la actividad a un local más grande (también en la misma calle e incluso en la misma acera). El año pasado decidieron traspasar el negocio, hoy activo y que conserva el mismo nombre.
Familiares y amigos despidieron a Benito Cuervo Geijo el pasado día 13 en Astorga. Descanse en paz.
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