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Las confiterías Cubero echan el cierre el 31 de mayoCubero cierra sus puertas. Y será un adiós definitivo a las recetas ancestrales de una de las confiterías míticas de la capital, pero sobre todo un adiós al comercio tradicional, a productos artesanales y a una atención muy cercana. Y con ello se cierra el ... puesto de postres por excelencia de la Feria de Día de Valladolid. Los difíciles tiempos para los empresarios además del sacrificado oficio ante la falta de relevo generacional e incluso el cambio climático que ha afectado negativamente a la venta de dulces ante la prolongación de los meses de calor, como reconocen sus propietarios, ha llevado a esta familia de pasteleros a tomar una decisión tan dolorosa para ellos como para vallisoletanos y visitantes.
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Enrique Cubero, hijo del fundador que a su vez ejerce de maestro pastelero desde el fallecimiento de su padre en 1997, junto con sus hermanas María del Carmen, María Ángeles y Cristina al frente de la gestión y de las tiendas, son los herederos de una dinastía de cuatro generaciones que nació a finales del siglo XIX y que terminará en las próximas fechas, el próximo 31 de mayo, con un cierre entre la nostalgia, la amargura de tener que bajar la persiana para siempre y la satisfacción de haber endulzado la vida a miles de personas «con un negocio bien hecho, mejor fundado, ilusionantemente heredado e intentándolo dirigir de la mejor manera en variopintas épocas políticas y sociales».
Cubero tiene las horas de horno contadas, el azúcar no se espolvoreará mucho más, ni las harinas, ni los chocolates volverán a fundirse en la misma proporción, ni las cremas ni las natas a montarse con las mismas texturas… Esta marca pero sobre todo estas pastelerías engrosarán en poco más de un mes el listado de aquellas entrañables pastelerías que han cerrado en los últimos lustros como Padova o Jimeno. «La marca es la marca y nuestras confiterías y nuestro bagaje personal y profesional quedará en los anales de la historia de Valladolid», explica Enrique Cubero, al anunciar este cierre casi inminente y la puesta a la venta de sus dos locales: el de la calle Ferrari 25 y el epicentro de su negocio, el establecimiento de Pasión 7, donde además de tienda también está el salón de té o cafetería, el obrador en el sótano y el Museo del Dulce. Y, con el cese de la actividad, la extinción de contratos de los 18 trabajadores sobre los que la propiedad asegura trabajar desde hace tiempo «de manera seria y leal» para conseguir la mejor salida dado que llevan trabajando con esta familia una media de 30 años.
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«Es un espacio único en una calle inmejorable», indica este artista pastelero al confiar que, pese al cierre, pueda dar una pronta salida a sus locales, destacando el de Pasión, que tiene una superficie de 1.000 metros cuadrados distribuidos en varias plantas y apto para diversos usos, si bien el hostelero parece el más indicado en una calle dedicada prácticamente a este sector, subraya su comercializadora, Mónica Muro, directora de A&M Consultora Inmobiliaria.
El anuncio empieza a hacerse público recobrando así más importancia si cabe todos los tesoros de cuatro generaciones que atesora el local de Pasión, tesoros que son recuerdos y patrimonio de una familia que cuelgan de sus paredes y los que se muestran en su gran sala de exposiciones del fondo: desde multitud de diplomas de ferias y festivales, premios de concursos internacionales de pastelería como en Tokio, Milán o Seattle hasta maquetas de edificios emblemáticos de la capital y provincia vallisoletana elaboradas con el método del pastillaje, es decir, una aleación de azúcar tamizado, clara de huevo, gelatina y glucosa. Pero este establecimiento sobre todo son recuerdos de sabores y de historias de clientes habituales, de algunos esporádicos y también de muchos excursionistas.
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«Los clientes son el mejor y mayor patrimonio para la familia Cubero Torres», rememora emocionado Enrique junto a Nines y Cristina, quienes agradecen la fidelidad a sus dulces. Los consumidores, desde el otro lado del mostrador, prefieren parar el tiempo, degustar el presente con mayor intensidad y mejor bocado al comentar que el verdadero patrimonio es el que todavía se puede saborear. Y es que sus cámaras dispondrán hasta el último día de apertura de un género tan demandado como la pastelería de cada día con abisinios o las tartaletas de crema pucelana o de arroz con leche además de la bollería. En sus estanterías tampoco faltan productos tan típicos y suyos como amarguillos, empiñonados, tejas o florentinas, artículos que son precisamente los más demandados entre los visitantes por aquello de que son más fáciles de transportar y con una caducidad más alargada. Junto a este amplio surtido cabe resaltar también que Cubero «siempre fue con los tiempos y entregado a su ciudad» porque a los estacionales roscones de Reyes en enero, las torrijas de cuaresma o los dulces navideños junto con los más recientes del Dulce Penitente de Semana Santa o la Corona de San Pedro Regalado, este establecimiento innovó desde hace muchísimos años con la elaboración de figuras de chocolate y los huevos de Pascua.
Pero si por algo son conocidas las confiterías Cubero es por las almendras garrapiñadas o, lo que es lo mismo, la popular almendra de Villafrechós, el municipio vallisoletano que vio nacer y que encumbró a esta familia de pasteleros desde finales del XIX hasta la actualidad, cuyo dulce corazón está en la calle Pasión de la capital desde 1980. Enrique Cubero Román, padre de los hermanos y dueños de la actual sociedad, se mudó a este céntrico enclave con mentalidad de visionario para aquellos tiempos porque entendía su negocio con prácticamente las mismas inquietudes de un empresario de hoy: amplió su carta de productos para hacer más rentable la compañía, incluyó sala de degustación en su establecimiento e incluso permitió a sus clientes que viesen en directo la elaboración de pastas, pasteles y bollería dado que, al fondo de la cafetería, diseñó un gran ventanal desde donde se puede ver el trabajo mimético y artesanal del obrador.
Hasta llegar a la calle Pasión, Enrique Cubero comenzó de aprendiz en la Confitería el Buen Gusto en la calle Mantería. Y fue el entusiasmo de un joven autodidacta que compatibilizó su trabajo con la Escuela de Artes y Oficios el que le llevó en 1957 a establecerse por su cuenta en un pequeño local en la calle Conde Ansúrez. Aquí también empezó con sus atractivas creaciones pasteleras hasta que pudo adquirir en 1960 la confitería donde empezó, en Mantería, desde donde conquistaría ya con mucho nombre el paladar de numerosas generaciones y desde donde también empezó a hacer sus dulces reproducciones. Y, hasta llegar a la actualidad, «mucho sacrificio que nos ha dado muchas satisfacciones por todo el mundo». «Es una pena que nuestros hijos no continúen con el oficio, pero lo cierto es que es muy sacrificado, lo han visto desde pequeños, y por eso han elegido otras profesiones», concluye un tanto entristecido Enrique. Así, con los últimos días de fresco vallisoletano y sólo durante seis semanas, se servirán los últimos pasteles de Cubero antes de cerrar otro dulce capítulo de la historia del comercio local.
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