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La familia de Benegiles que ha puesto las zapatillas a La RondillaLa decisión se tomó hace justo medio siglo. Y fue arriesgada. Dejar el pueblo zamorano de Benegiles con cuatro hijos para emprender una aventura de ese calibre era todo un reto para Avelino y María Ángeles. Más, cuando esa carrera que iniciaron aquel 30 de ... marzo de 1973 estaba cargada de incertidumbres. Cincuenta años después, en el corazón de La Rondilla, en el número 8 de la calle Cardenal Cisneros, los vástagos de ese matrimonio emprendedor soplarán este próximo sábado las velas por un cumpleaños que supone, sobre todo, el éxito de una familia unida en torno a un negocio: Calzados Ballestero, la pequeña tienda especializada en zapatillas «de fabricación española» -según se recalca en un rótulo del escaparate-, que ha logrado sobrevivir cinco décadas sin ser arrasada por Amazon.
Cuenta Paz, la heredera de ese espíritu comercial que le inculcaron en casa, que entonces el barrio estaba por hacer. A Avelino, un agricultor con las luces muy largas, le hablaron de una zona de gente joven que se incorporaba a una Fasa que producía a todo gas. De inmediato, inició sus pesquisas. Hasta que se fijó en el local. Todos los ahorros se invertían en ese pequeño espacio para arrancar, de manera autodidacta, con un negocio en el que la pareja no tenían ninguna experiencia. El 15 de abril abría sus puertas. «El abuelo de mi padre debió trabajar de zapatero y entonces él se planteó que era un producto con salida, algo que todos necesitaban», relata la hija. Del azadón pasó a los libros de balance, los tratos con los fabricantes de Arnedo, Elda o Albacete, las hormas, las suelas y el cuero. Siempre con Nines a su lado, que colgaba el mandil de ama de casa en horario de tienda para convertirse en una comerciante afinada, que pronto se ganó el cariño de los clientes. Ella, en el mostrador. Él, en la trastienda encolando suelas o cosiendo botas en un trabajo que aprendió sobre la marcha porque, subraya su hija, era metódico, manitas y le gustaba hacerlo todo bien. Un zapatero hecho a sí mismo.
Comercios históricos de Valladolid
Sonia Quintana
Y aquello pitó. Eran tiempos sin la competencia de grandes almacenes y en los que el reciclaje de suelas y tacones era obligado en un barrio obrero donde no había para demasiados pares. Pronto, Ballestero ganó nombre. «Mi madre fue una magnífica comerciante, solía decirnos que no había que vender algo que tú no comprarías y esa máxima de honestidad es la que se ha mantenido y nos ha ayudado a contar una clientela fiel», afirma Paz. Al principio, aquel local albergó un poco de todo, desde aquellas 'camping' azules que todos calzábamos en verano hasta las botas Segarra, un clásico muy versátil que lo mismo valía para trabajar en las tierras que para subirse al andamio.
Y, de nuevo, la visión de esta pareja funcionó. Ya había llegado Galerías Preciados a Valladolid y competir con gigantes no era inteligente. Avelino y Angelines tomaron la segunda decisión: especializarse en zapatillas. Sí, las de casa. Esas que te llevan al cielo del confort después de un día de trabajo o recados. Las de paño de cuadros, la destalonada, las más 'fashion', la infantil... un muestrario de pares para el descanso hogareño que ha permitido a este negocio llegar hasta el siglo XXI con una salud más que aceptable. A ello ha contribuido esa genética del vendedor amable que convence y ayuda y una calidad 'made in Spain' que en esta casa se lleva a gala.
Con el paso de los años, cuando los chicos comenzaron a hacerse grandes, Avelino dejó sus remiendos de zapatero en segundo plano. Para los ratos libres. Los hijos tenían que hacer una carrera y había que suplementar ingresos. «Además, los autonómos no tenían Seguridad Social, así que buscó un trabajo de vigilante nocturno primero y de ordenanza después para contar con asistencia médica y que entrara más dinero», rememora Paz. Aunque la tienda seguía siendo la casa de la familia. Allí se cocía todo y pasados los años es todavía la referencia para los Ballestero.
En estos cincuenta años los hijos recuerdan algunas anécdotas que les han marcado. «La señora que venía a la tienda vestida con faldas de mucho vuelo; no compraba nada, pero cuando se iba faltaban cajas. Mi madre descubrió el truco: debajo llevaba oculto un niño pequeño que cuando se arrimaba a las estanterías las cogía.Tenía una compinche a la vuelta de la esquina con un carrito. Mi madre se enfrentó a ellas y la amenazaron con pegarle, pero ella se llevó de vuelta su género», recuerda Julián. O aquel cuaderno de deudas. «En La Rondilla se le fiaba a todo el mundo. Lo apuntaban en una libreta y la gente pagaba a primeros de mes, cuando cobraba. Eso sí, algunos emigraban del barrio y dejaban buenos pufos», relata la hija.
Este sábado habrá una gran fiesta en la tienda en la que, a buen seguro, se recordarán estos y otros episodios de un negocio que parece que no tendrá relevo con una tercera generación. De momento, Paz mantiene vivo el legado.
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