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La crisis del coronavirus visibiliza las colas del hambre en Valladolid: paro, bajas prestaciones...

La Fundación ADRA es una de las 135 entidades de la provincia que distribuye los víveres suministrados por el Banco de Alimentos

Víctor Vela

Valladolid

Viernes, 12 de junio 2020, 07:59

Rosa en el pulgar. Y luego verde, azul en dos tonos, granate para la última uña de esta mano convertida en arcoíris. «Hay que ponerle un poco de color a la vida, que ya hay demasiadas tristezas en blanco y negro», dice Rocío, se intuye ... sonrisa detrás de la mascarilla, mientras espera turno para llenar el carrito con fruta y leche en la sede que la Fundación Adra tiene en la calle Lope de Vega, en La Rondilla.

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Rocío vive sola en Barrio España. Cuenta que hasta que la enfermedad se lo permitió, trabajó en campañas agrarias («en la vendimia, el campo...»). Que una embolia pulmonar, problemas en las piernas, le complicaron continuar en el mercado laboral. Que hubo meses en los que lo pasó «canutas». Que cobra los 426 euros de la renta garantizada. Que no es suficiente. Y que recurre a esta ayuda para atravesar el duro camino rumbo al fin de mes. «Ay, si no fuera por ellos», dice, antes de lanzar bendiciones ya con el carrito lleno.

Adra, la agencia adventista para el desarrollo y recursos asistenciales, es una de las 135 entidades sociales y parroquias que distribuyen los víveres  que suministra en Valladolid el Banco de Alimentos. Aquí, desde La Rondilla, Adra reparte en torno a 5.800 kilos de comida al mes (más otros 1.300 de fruta) que llegan a 103 hogares sin recursos, derivados a este servicio a través de los Ceas. Los trabajadores sociales certifican las necesidades de estas familias y les entregan una tarjeta verde con la que acuden, un par de veces al mes, a por comida. Hoy, leche entera, albaricoques, también hay una partida de dónuts de chocolate.

Domingo los ha cogido para sus cinco nietos. «Ahora los tengo en casa porque su madre está trabajando, en la ayuda a personas mayores». Domingo tiene 70 años, unos ingresos al mes de 336 euros. «La pensión no contributiva. Yo me dediqué a la venta ambulante. La ropa. Entonces no cotizaba a los autónomos y ahora mira. La casa, en la calle Nebrija, la tengo pagada, pero con el resto tenemos que vivir la mujer y yo, ayudar a los nietos. Y no es dinero. Si no fuera por esta ayuda...», dice al tiempo que mete un par de kilos de fruta en su carrito de la compra azul.

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Justo detrás llega F. Tiene 55 años. Hace cinco sufrió un accidente laboral. «Me caí de una escalera. A cinco metros de altura». Cuenta que en esa época estaba en la construcción, pero que antes trabajó de conductor, en el campo, «de lo que salía». «No me miraron bien la secuelas. No vieron nada grave, seguí trabajando y al final, una desviación de columna de ocho milímetros. Cobra 500 euros de prestación «y 400 son para pagar la hipoteca». «Mi mujer trabaja cuidando ancianos, pero ese dinero, y con una hija, no es suficiente». Los voluntarios de Adra le preguntan:«¿Te ponemos más paquetes de leche?». YF. contesta:«No, no hace falta. Que tenemos todavía de las otras en casa».

Sí que llegan los 'bricks' al carrito que arrastra Miguel Ángel. 56 años.Estudió audiovisual en Granada. Fue actor durante un tiempo en Teatro Corsario. Hoy, parado de larga duración. «He empezado a tramitar lo del ingreso mínimo vital, porque lo voy a necesitar. Vivo con mi madre, tiene 84 años, y su pensión es lo que nos entra para comer», explica Miguel Ángel, muy poco esperanzado en retomar su profesión. «La cultura sufrió mucho cuando subieron el IVA al 21%. Y ahora, con el coronavirus, se resiente más. No hay conciertos, no hay teatro...Las cosas están muy jodidas».

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La alerta sanitaria de la covid-19 ha ahondado los problemas que muchas familias arrastraban ya desde la crisis de 2008. «Sí que han llegado tres o cuatro familias nuevas, pero la mayor parte vienen de antes», asegura Paco San José, presidente de Fundación Adra, entidad que está a punto de cumplir 40 años. Tiene sede en los locales de la iglesia adventista del séptimo día, cuya acción humanitaria se remonta a 1918, «justo después de la Primera Guerra Mundial, con labores en Bélgica, Francia, Alemania o Turquía», explica Felipe Pancorbo, otro de los voluntarios de una asociación que tiene presencia en 140 países.

«¿Cereales para niños tenéis hoy?», pregunta Pilar, 426 euros de la renta garantizada, una hija y una nieta a su cargo. «El dinero no alcanza para mucho», dice mientras recibe la remesa no solo que le corresponde a ella, sino también la de su cuñada (seis en casa), que hoy no se ha podido acercar. «La relación que se mantiene con los beneficiarios es continua.Sabemos sus necesidades, cuántos son en casa, cómo viven, qué ayudas reciben de sus familiares», indica María Isabel Calzada, voluntaria de una ONG que también reparte ropa, «aunque ahora, por razones de seguridad, hemos dejado de hacerlo». «Nuestros usuarios vienen derivados de los trabajadores sociales. Pero a veces el expediente se tarda en resolver y, si podemos, ayudamos de urgencia a quienes vienen a pedir que les echemos una mano», cuentan los voluntarios de una fundación que también recibe ayudas anónimas. Ahora mismo, un señor se ha acercado para ofrecer una bolsa de pañales:«Mi madre acaba de fallecer. En casa ya no los vamos a usar. Seguro que alguien les puede dar buen uso».

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