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Cierra el mítico bar Antequera, que se 'muda' al otro lado de la carretera«No es un adiós, es un hasta luego». Es el mantra que repite una y otra vez, prácticamente para entrelazar frases, la hostelera Yoana Prieto. Porque aunque el mítico bar Antequera, ubicado en el área recreativa Francisco Pino, en el Pinar de Antequera, cerrara ... este domingo sus puertas y sirviera sus últimas tablas mixtas por el fin de la concesión, está «segura» de que «volveremos». Llevaban más de veinte años, desde 2002, gestionándolo, sus hijos se han criado entre sus paredes, la clientela les ha visto crecer y no van a renunciar tan fácilmente a ello. «Vamos a ir a saco, es nuestra casa, nuestra vida, nuestro respirar, y si las cosas salen como nos han dicho no tenemos ningún problema en volver. La puerta se ha quedado súper abierta», cuenta, en un intento –en vano– de no emocionarse.
«Lo intentaremos», insiste, aunque desconoce cuáles son los plazos y pasos a seguir a partir de este lunes. No depende de ellos. Estarán, eso sí, «muy atentos» a toda evolución que pueda darse. Por lo pronto, mientras eso sucede, continuarán sirviendo sus famosas tablas y sus menús del día en el bar que ella y su marido, Óscar García, regentan en la calle Bronce. El sello del Antequera perdurará, desde ahora en Arcas Reales.
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También, si todo marcha bajo lo previsto, regresarán al Pinar a finales del mes de mayo con una nueva apertura: La Malaquita, que se levantará en el espacio del antiguo lavadero, al otro lado de la carretera respecto al bar Antequera. «Estamos a veinticinco pasos, a tres minutos de Valladolid. Literal que nos quedamos en el Pinar porque es nuestra casa», subraya esta hostelera, al tiempo que anticipa que la idea que maneja la familia García Prieto –sus hijos también forman pare del negocio, son unos «máquinas», asegura– es llevar los tres establecimientos (Antequera, La Malaquita y el bar de la calle Bronce) de forma simultánea. «Óscar (24 años) y Raúl (22) son unos hachas; llevan desde pequeñines en la hostelería y lo entienden como nosotros, como una forma de vida. Han visto como se hace, lo han mamado, como se dice; lo hacemos sin darnos cuenta y entre los cuatro lo gestionaremos bien», señala Yoana Prieto, quien destaca asimismo las «enormes cualidades» de sus hijos para saber llevar un negocio pese a su corta edad. «Óscar llena las máquinas por intuición y Raúl lo mismo, aunque en su caso para hacer la caja, porque lo llevan haciendo muchos años, así que vamos a por todas», continúa.
El punto fuerte de La Malaquita será, sin duda, su terraza. Decorada con tintes africanos, dispondrá de grandes toldos para protegerse de las altas temperaturas –según el proyecto– y un amplio despliegue de mesas y sillas para acoger al mayor número de usuarios posible. Un 'megaproyecto' que, confían, no tardará en convertirse en referente de la zona. «La terraza es brutal. Le dije a mis hijos: 'Nos estamos calentando un poco, ¿no?' Pero la verdad es que está quedando espectacular, con dos pasos que te metas parece que estás en otro lado, no en el pinar», subraya, mientras opina que «vamos a montar lo más grande, con un local espectacular».
No obstante, aún está en pañales, en lo que a oferta gastronómica se refiere. Aún no se han 'metido' en ello, es algo que está por definir y que tratarán más adelante, cuando La Malaquita ya esté prácticamente rematada. Pero lo que sí han determinado ya es que un chef de Madrid les «orientará un poquito a la hora de hacerlo». «Nos hemos dedicado toda la vida a hacer tablas mixtas. En La Malaquita el diseño es africano, queremos meter nuestras cosas, comida mediterránea, pero también que tenga un toque de ahí y hacer así un guiño al ambiente», explica.
Llegó Yoana Prieto al bar Antequera «de rebote» hace más de dos décadas, cuando era tan solo una «cría» –como lo considera ella– para ayudar a uno de sus hermanos, que llevaba entonces el negocio hostelero. Le gustó tanto –«me encanta», admite– que cuando este se planteó dejarlo, ella y Óscar apostaron por regentarlo ellos. Y hasta ahora. «Fue una locura; empezamos sin saber hacer a 'O' con un vaso. Veníamos de otro bar pero era más tranquilo, y con este la evolución fue muy, muy rápida. A partir de ahí, suma y sigue. Mucha clientela», argumenta.
Se despidieron este domingo por la tarde con un «fiestón por todo lo alto». Con su clientela de siempre, muchos de ellos ya convertidos en familia. No faltó la bebida ni, sobre todo, la comida. Hubo risas, achuchones, buen ambiente y algún que otro llanto. Pero todos, hosteleros y parroquianos, se comprometieron a volver a verse las caras muy pronto. De momento, en la calle Bronce. A finales de mayo, a más tardar, en La Malaquita. Y con el deseo, también, de hacer lo propio en el mítico bar que este domingo cerró sus puertas.
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