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Arriba, Gonzalo y Roberto con su madre, Aurora; Ricardo, hijo de María Luisa (sentada) y Matilde, en el patio del restaurante La Goya. Gabriel Villamil
Valladolid

Cierra el restaurante La Goya por jubilación después de casi 120 años de buena mesa

Abrió sus puertas como merendero junto al río Pisuerga en 1902

Nieves Caballero

Valladolid

Martes, 7 de septiembre 2021

Valladolid pierde su referente gastronómico más emblemático y antiguo, el restaurante La Goya que abrió sus puertas como merendero hace casi 120 años junto al río Pisuerga. Después de muchas visicitudes y de no dejar de trabajar desde 1902, la familia ... de La Goya ha decidido cerrar sus puertas para jubilarse. Un tiempo de júbilo que, a todas luces, muchos de sus miembros habían alargado demasiado, según destaca Matilde Barrientos Rodríguez, que con 67 años representa a la cuarta generación de esta saga de longevas guisanderas, ya que su tía María Luisa ha cumplido los 87 años y su tía Aurora, los 85.

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Y ya no están dispuestas a morir con las botas puestas, como sí ocurrió con su tía Pilar, que se puso mala en la cocina hace seis años y murió a las pocas horas de ser trasladada en ambulancia al hospital, en plena festividad de Reyes y con el restaurante lleno de familias. O su madre Gregoria, que falleció hace 20 años sin haber dejado los fogones. El pasado mes de julio, Aurora sufrió un episodio similar al de su hermana Pilar, aunque todo quedó en un susto. El último capítulo relacionado con la salud que ha llevado a estas mujeres a tomar la decisión de jubilarse.

Patio comedor de La Goya. Henar Sastre

«No hemos hecho más que trabajar, trabajar y trabajar, sin vacaciones ni descansos», se lamenta Matilde Barrientos, antes de agradecer a todos sus clientes su fidelidad y recordar que «les hemos atendido lo mejor que hemos podido». Una fidelidad que se ha transmitido de padres a hijos y a nietos. Muchos de aquellos que se casaron en La Goya han acudido años más tarde a celebrar los bautizos de sus hijos y de sus nietos y a conmemorar las bodas de oro. Este negocio familiar ha superado todas las crisis hasta ahora, incluida la de 2008, «que fue mucho peor desde el punto económico; y también la pandemia, porque nunca hemos podido estarnos quietas», según reconoce Matilde, la más joven de las cocineras de la familia. Pero todo tiene su tiempo.

«La hostelería es muy dura, yo empecé echando una mano aquí con diez años, mientras mis amigas se iba a celebrar los cumpleaños. Toda nuestra vida ha sido así, hemos pasado toda una vida metidas aquí», continúa Matilde.

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Desde que su tía abuela Gregoria montara aquel merendero junto al Pisuerga en 1902, han sido las mujeres las que han liderado este negocio desde la cocina y desde la sala. Ya en las últimas décadas con la ayuda de Ricardo, hijo de María Luisa, y de Roberto y Gonzalo, hijos de Aurora, los más jóvenes, también trabajando en la sala. Fue Gregoria, que no tenía hijos, la que dejó el negocio a su hermano Nicolás y a su cuñada, Matilde, los abuelos. Sus cuatro hijas, Gregoria, Pilar, María Luisa y Aurora, y sus nietos mantuvieron el negocio en pie hasta ahora.

Arriba, el comedor de La Goya. Abajo, Matilde Barrientos y su tía María Luisa Rodríguez, en las cocinas. Fotos Henar Sastre y Gabriel Villamil

La Goya también ha sido escuela para muchos hosteleros que triunfaron con sus propios negocios años después de pasar por este mítico restaurante, como José Luis Gil y Mary, matrimonio que montó La Tahona. Incluso, estos últimos han dado antes el relevo de su restaurante a otra familia restauradora como son los hermanos Castrodeza de Villa Paramesa en la plaza Martí y Monsó. O como la hermana de José Luis Gil, Concha, que abrió las puertas de La Criolla, junto a su entonces marido, Paco Martínez. Dos restaurantes que también han sido testigo de los cambios de los tiempos y la llegada a Valladolid de la moda de las tapas.

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Valladolid se queda sin uno de los lugares gastronómicos de culto para los amantes de la cocina más clásica y de la buena mesa. El restaurante La Goya ha sido un referente en la cocina cinegética, por sus guisos, legumbres y arroces con piezas de caza, pero también uno de los pocos establecimientos en los que se podía encontrar unos ricos sesos rebozados, unas melosas manillas de lechazo o unos sabrosos cangrejos de río en verano, además de las setas y los productos de la huerta propia, y por supuesto, para coronar esas grandes comidas y cenas, unos artesanos postres caseros. La ciudad echará de menos este espacio de recreo, su comedor, su amplio y cuidado patio jardín y su buen comer junto al Pisuerga.

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