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La trayectoria de Josep Borrell y su afición a escribirlo todo -una docena de libros en su haber- le convierten en un documentalista político excepcional. Y permiten, en su investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid, que se confronte su pensamiento ... actual con sus ideas plasmadas años atrás negro sobre blanco. Le presentaron como europeísta convencido, que lo es, aunque es consciente, como admitió en 'Los idus de octubre' (2017), de que «Europa no produce emociones».
Fuera, en la Plaza de la Universidad, una docena de manifestantes con banderas palestinas gritaban, megáfono en mano, contra «el genocidio» de Gaza y por las sanciones de Europa a Israel. Les respondió dentro, en un discurso que resumió las complejidades del mundo actual. «Gaza está más destruida que las ciudades alemanas tras la segunda guerra mundial. El 80% de la población está desplazada. Han muerto más palestinos en 100 días de guerra que en los 36 años anteriores. No se puede distribuir la ayuda bajo un bombardeo permanente. Esta población hacinada en el sur, empujada hacia la frontera, no tendrá más remedio que aceptar morir o abrirse paso a la fuerza hacia Egipto, como si tuviera más opción que morir o huir, y esa posibilidad la tenemos que rechazar. Nadie ha olvidado las atrocidades de Hamás ni el trauma en la población israelí, pero la lucha contra Hamás no puede hacerse a costa de todo el pueblo palestino», señaló.
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Borrell, Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, dejó varias claves de ese futuro que se juega fuera de nuestro terruño pero que deciden el futuro que nos afecta. Primera. «El ascenso de China es el gran acontecimiento geopolítico del siglo XXI. La supremacía de occidente sobre el mundo está llegando a su fin y no hace sino volver a lo que era antes de la revolución industrial». Un país capaz de producir «50 millones de coches al año», amenaza comercial que se puede entender bien en Valladolid. Y que sin embargo debe ser, además de rival, socio. «Porque es imposible combatir los problemas del cambio climático sin China».
Segunda clave. Rusia. «Rusia es una amenaza estratégica que está aquí para quedarse». Contundente. De ahí la conclusión. «Incluso en el escenario fatal de que EEUU no siguiera apoyando a Ucrania, la UE debería seguir haciéndolo. Si no lo hacemos, la UE corre serio riesgo de desintegrarse».
Tercera clave. Lo que no está en la mano de la UE, que es mucho. «Tenemos que prepararnos para acontecimientos trascendentales sobre los que no tenemos ninguna influencia, como el resultado de las elecciones de EEUU, que nos va a afectar mucho. Influirá en los conflictos de Mar Negro, estrechos del Golfo y Mar de la China», explicó Borrell.
Y ante todo eso, que se interconecta, que procura dificultades tan complejas que son inasibles para una Unión Europea que a veces muestra más desunión que otra cosa, hay otro factor 'empeorador'. Falta tiempo. «La historia se acelera y tenemos poco tiempo, los plazos se miden en meses más que en años. Y se debe a las acciones estratégicas de algunos actores capaces de modificar los equilibrios del poder. Nosotros lo fuimos. Y ahora nosotros -que hemos creado el mejor régimen que aúna libertad política, cohesión social y prosperidad económica- debemos ambicionar ser actores de esas estrategias para influir de forma positiva en el futuro de la humanidad», concluyó.
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Esa velocidad de las amenazas se observa cuando se repasa su bibliografía. En 2017 apuntaba como riesgos para la UE a la llegada de Donald Trump al poder con su discurso negacionista hacia el cambio climático; al Brexit; y a la quiebra del partido socialista en Francia tras la salida de Manuel Valls. La necesidad de una Europa cohesionada frente a las nuevas potencias y actores geopolíticos la defendió incluso cuando escribió 'Las cuentas y los cuentos de la independencia' en relación al movimiento independentista catalán. Advertía entonces de que Cataluña no podría permitirse «los costes que implicaría salir de la UE y del euro». Algo que ha comprobado el Reino Unido.
La cuestión de fondo en su discurso de investidura fue qué puede hacer la UE ante un panorama tan contrario a sus intereses. La respuesta no tiene nada de mágica ni de rápida. Subyace en su planteamiento que no existen soluciones simples a problemas complejos. Una alerta ante los populismos, que tendrán mucho que decir en las elecciones europeas del 9 de junio. «Tenemos que acelerar la integración europea como único modo de hacer frente a estados y organizaciones dispuestos a imponernos sus valores», comenzó. «Comprometernos más en la lucha contra las desigualdades que alimentan los conflictos y minan la democracia. Evitar que las preocupaciones geopolíticas nos hagan olvidar la urgencia climática, que está ahí». Y prepararse para evitar que en el futuro los conflictos vuelvan a coger a Europa desprevenida. «Europa ha redescubierto la dureza del mundo. Y no estábamos preparados para hacer frente a eso. En la pandemia descubrimos que no producíamos ni un gramo de paracetamol. Estábamos mal preparados para la violencia en Oriente Medio porque habíamos querido olvidar el conflicto palestino. Mal preparados para el conflicto entre potencias Estados Unidos-China. ¿Por qué estábamos mal preparados? La verdadera razón era porque la esencia del proyecto europeo se basaba en rechazar la dureza del mundo», explicó. Y el mundo, ya se ve, sigue siendo duro.
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