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Los expertos vaticinaban que la depresión sería la epidemia global del siglo XXI. Pero a ella se ha unido una variante, como si fuera la nueva cepa de un virus: la soledad. Porque, en muchas ocasiones, los trastornos mentales van unidos a esta plaga que ... avanza tan silenciosa como abrumadora.
Casi en 42.000 hogares hogares de la ciudad de Valladolid vive una sola persona. Y la mitad son ya ciudadanos de 65 o más años, según el Padrón municipal de 2022. «La demanda crece de una manera exponencial», admite la concejala de Servicios Sociales del Ayuntamiento, Rafaela Romero, que ha tenido que triplicar los presupuestos para los programas de mayores. «Al comienzo del programa de Atención a Mayores había un presupuesto de 5,5 millones de euros para unas 3.300 personas-explica la edil-. En 2022, estamos ya en 18 millones y casi 5.700 beneficiarios».
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Con la teleasistencia, que pretende mantener a los mayores en su casa el mayor tiempo posible, ocurre algo parecido. Cuando el Ayuntamiento asumió este servicio en 2015 atendía a unas 3.200 personas. En 2022 ha más que duplicado esta cifra y ya ronda los 7.500 usuarios. «Cada vez tenemos más dificultad para atender toda esta demanda domiciliaria. Además la gente confía más en nosotros que en otras formas de cuidado», explica Romero.
Y la covid-19 solo ha empujado aún más a muchas personas al aislamiento. Las 23.000 personas mayores solas que había en la provincia antes de la pandemia, rondan ya las 30.000. Y en la región ya son la mitad de los 307.000 hogares de un solo morador, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En España ya ha superado este año los 2,2 millones de hogares.
Es la paradoja de este tiempo en el que estamos más conectados que nunca, pero nos sentimos más solos que nunca. Un cambio de paradigma que en algunos estados ya abordan como un problema de salud pública. Japón (2021) se ha unido a Gran Bretaña (2018) en la creación de un Ministerio de la Soledad.
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No es lo mismo la soledad buscada que la inevitable. Pero en la cultura peninsular, antes familiar y proteccionista, entre los mayores se impone de forma abrumadora la segunda. Porque nuestros mayores casi nunca eligen estar solos.
Para todos ellos, no dejan de crecer los programas públicos que buscan la promoción de redes sociales compartidas y el llamado envejecimiento activo saludable. Además de los centros de acción social municipales, Cruz Roja y otras entidades del Tercer Sector tratan de 'parchear' la creciente demanda de atención, previa al también imparable avance de la atención geriátrica.
Detrás de cada persona que vive sola hay una historia que siempre es distinta, aunque se parezca a la de al lado. Y el resultado suelen ser noches de temores y días que se hacen eternos. Aunque no siempre así. El Norte se ha acercado a esas historias y a los que intentan paliar esta epidemia que no deja de avanzar.
Su vida es una carrera de lucha, esfuerzo y resistencia. De un hogar siempre lleno en su infancia. Y después de un matrimonio muy temprano, de una casa familiar con cuatro hijos a los que sacó adelante con pluriempleos de muchos días y bastantes noches.
Todo para acabar sola desde hace 22 años tras la disolución del núcleo familiar. Hoy tiene 70, aunque no los disimula un físico rotundo y cuidado, espejo del carácter de una auténtica corredora de fondo. Una resistente como tantas. «Pasé de una casa llena a la soledad total. Y yo no era de bares, paseos, cafés o cuadrillas. Por eso me sentaba en la cama de noche muerta de miedo. Nunca me he acostumbrado. Si me pasa algo ¿qué hago?», se decía.
La dedicación por entero al hogar cercenó su capacidad para salir al resto del mundo. «He estado tres años sin ir a la Plaza Mayor de Valladolid», reconoce. El miedo a la soledad trató de llenarlo leyendo «toda la biblioteca de San Nicolás (San Quirce)», haciendo crucigramas y paseando a su perrita. «pero, cuando piensas mucho, no te concentras en nada», lamenta. Acabó enganchada a las pastillas hasta que las abandonó «de forma radical».
Por fin conoció las actividades de envejecimiento saludable de Cruz Roja y el mundo social ha vuelto a abrirse para Merche. «Vi que otra gente paseaba. Me apunté a la asociación Ama Pisuerga y ahora voy de vez en cuando a hacer actividades», dice con una sonrisa. Aquí ha encontrado a personas que hacen grupo y «se preocupan por ti cuando no vienes».
Sus hijos viven fuera y le quedan pocas relaciones familiares. Por eso estos grupos de mayores, casi todo mujeres, son ahora «como mi familia».
Dativa Cuesta se quedó viuda hace algo más de tres años y nunca había conocido lo que es estar sola. Entregó los últimos años de compañía con su marido, Julián, a cuidarle todo lo que pudo. Con meses enteros de vivencias al pie de una cama de hospital. «La soledad era lo último para mi. Hasta el punto de que Julián me decía al final 'solo temo dejarte' por la soledad».
Su relato vital es una muestra de humanidad y candor. De una mujer que ha entregado su vida a cuidar a los demás. A sus mayores, originarios de Villabañez, a los que «atendió hasta el final y en casa». Alguno de ellos víctima de la demencia que para Dativa es «la enfermedad que más temo». A sus dos hijos. Y a sus dos nietas residentes en Valladolid y con las que «de pequeñas jugábamos a todo. Siempre he sido muy juguetona».
El tiempo y la vida de cada cual fueron cerrando estos espacios de vivencias compartidas. Por suerte, su marido, muchas veces incapacitado para hacerle mucha compañía fue el primero en animarla a participar en actividades fuera de casa, para que no se aislara.
En el amplio programa para mayores que ofrece Cruz Roja, Dativa es una veterana. Relata de corrido el calendario de posibilidades como una alumna aplicada que cita su calendario escolar. «El lunes clase de historia, el martes nuevas tecnologías, el miércoles...».
Una devoción que le ha permitido tener una segunda familia. «Me he echado una cuadrilla de 11 personas. Y todos nos preocupamos por todo. El día que no acudes a algo se preocupan y te llaman». Recuerda con emoción los duros tiempos de la pandemia cuando «desde Cruz Roja nos llamaban para ver qué tal estábamos».
El año anterior al comienzo de la pandemia de covid-19, la confederación que agrupa a los centenares de asociaciones de jubilados y pensionistas que hay en España (Conjupes) ya analizó en un congreso el creciente problema de la soledad. En Valladolid hay casi un colectivo por municipio (unos 140 en la provincia) y Adela Cabezas ha dado el salto del liderazgo regional al nacional.
«Estamos intentando llegar a todos los pueblos posibles con algún taller y ocupaciones de todo tipo para que la gente pueda participar», explica Cabezas, que considera que en los pueblos de Castilla y León se vive la soledad de otra forma. «En Valladolid y el resto de capitales somos cada vez más fríos. En los pueblos aún conservamos una humanidad de vecinos... pero están más solos porque cada vez tienen menos servicios».
Las principales quejas que les llegan a estas asociaciones tienen que ver con la tiranía de una realidad que les aísla. «La tecnología nos está aislando y, en muchos casos nos margina. El trato que dan a los mayores en los bancos es muchas veces inhumano... Eso si tienen una entidad cerca, que muchos ya dependen de los hijos y acaban marchándose a la ciudad porque se quedan sin servicios».
Los jubilados y pensionistas no son optimistas. Recuerdan al resto que «todos llegaremos a estas edades y es muy triste pensar que, cuando no te necesiten, se olviden de ti». Las personas de sus colectivos reclaman del resto que «les entreguen algo del cariño que ellos han regalado antes a manos llenas. Nuestros mayores son generosos y se sienten pagados con poco». Adela no es muy optimista frente a una sociedad que «cada vez más distanciada y desarraigada de los núcleos familiares».
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