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25 años de la explosión en La Rondilla: «Así nos quedamos sin casa»

Los afectados por la tragedia, en la que murieron dos personas y otras dos resultaron heridas, recuerdan aquel día «con dolor»

Marco Alonso

Valladolid

Viernes, 10 de febrero 2023

Faltaba poco más de un cuarto de hora para las cinco de la tarde de un martes de febrero en Valladolid. Los más futboleros todavía saboreaban los goles de Víctor y Benjamín del domingo en Mestalla, que sacaban al Pucela de los puestos de descenso; el alcalde, Javier León de la Riva, se mostraba feliz por estrenar, en su primera legislatura, la que bautizó como «una de las redes de carril bici más importantes de España» y, mientras tanto, Eugenio pintaba frente a la ventana un cuadro que quería colgar en el recibidor de su casa. Hacía bueno. El termómetro reflejaba 12 grados y la mujer de Eugenio, Hipólita, se estaba preparando para bajar a la frutería a por naranjas con la única duda de si ponerse un abrigo de invierno o una chaqueta algo más ligera. Pero todo eso dejó de tener importancia a las 16:45 horas. Un ruido ensordecedor lo cambió todo.

«Sonó la alarma y por megafonía dijeron: 'explosión en La Rondilla. Calle Cardenal Cisneros'». El bombero Jesús del Caño y todos sus compañeros del parque tienen grabada en la memoria esa frase, tras la que salieron a toda prisa hacia el punto que marcaba el aviso con el temor a qué se encontrarían al llegar. Y lo que se encontraron fue desolador. «Vimos que la fachada estaba destruida en la parte alta y también en la baja», recuerda Jesús del Caño, al que rápidamente le alertaron unos vecinos de que el cuerpo de una persona yacía inerte en el patio interior de la vivienda. Era Raúl Bartolomé, de 27 años, que aquel día perdió la vida después de provocar la explosión de gas butano, tal y como se reflejó después en el auto de archivo del caso. «Nos acercamos, comprobamos que no tenía constantes vitales, le sacamos en camilla y entregamos el cadáver a Cruz Roja», relata este bombero, que estaba convencido de que serían muchas más las personas a las que tendría que sacar de entre los escombros de este edificio con una docena de viviendas. «Entramos en la tienda que había en el bajo y allí vimos que había un agujero de unos cuatro metros de diámetro a través del que se veía el cielo. La explosión había destrozado todos los forjados», recuerda.

Los efectos

de la explosión

A las 16:45 horas del martes, 10 de febrero de 1998 se produjo el suceso en el inmueble de Cardenal Cisneros, 1. La deflagración afectó a las cuatro plantas. Las primeras dotaciones de bomberos llegaron desde el parque de las Eras a los cinco minutos del grave accidente.

Raúl Bartolomé

27 años, vivía en el piso 4 y encontraron su cuerpo en el patio de luces junto a su lavadora. Muere en el Clínico con politraumatismo y quemaduras graves

La causa

la deflagración de una alta concentración de gas en la habitación procedente de una bombona de butano

María Luz Manzana

47 años, la encontraron fallecida entre los escombros cuatro horas después de la deflagración

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José Luis Díez

y Aurora Medina

34 y 52 años años, resultaron heridos. Fueron rescatados dos horas después de la explosión

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Fuente: Elaboración propia

Los efectos

de la explosión

A las 16:45 horas del martes, 10 de febrero de 1998 se produjo el suceso en el inmueble de Cardenal Cisneros, 1. La deflagración afectó a las cuatro plantas. Las primeras dotaciones de bomberos llegaron desde el parque de las Eras a los cinco minutos del grave accidente.

Raúl Bartolomé

27 años, vivía en el piso 4 y encontraron su cuerpo en el patio de luces junto a su lavadora. Muere en el Clínico con politraumatismo y quemaduras graves

La causa

la deflagración de una alta concentración de gas en la habitación procedente de una bombona de butano

María Luz Manzana

47 años, la encontraron fallecida entre los escombros cuatro horas después de la deflagración

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José Luis Díez

y Aurora Medina

34 y 52 años años, resultaron heridos. Fueron rescatados dos horas después de la explosión

!

Fuente: Elaboración propia

Los efectos de la explosión

A las 16:45 horas del martes, 10 de febrero de 1998 se produjo el suceso en el inmueble de Cardenal Cisneros, 1. La deflagración afectó a las cuatro plantas. Las primeras dotaciones de bomberos llegaron desde el parque de las Eras a los cinco minutos del grave accidente.

La causa

la deflagración de una alta concentración de gas en la habitación procedente de una bombona de butano

Fachada

a Cardenal

Cisneros, 1

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4ª planta

Patio de luces

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Raúl Bartolomé 27 años, vivía en el piso 4 y encontraron su cuerpo en el patio de luces junto a su lavadora. Muere en el Clínico con politraumatismo y quemaduras graves

3ª planta

María Luz Manzana

47 años,

la encontraron fallecida entre los escombros cuatro horas después de la deflagración

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2ª planta

José Luis Díez

y Aurora Medina

34 y 52 años años, resultaron heridos con pronóstico grave y reservado respectivamente. Fueron rescatados dos horas después de la explosión

1ª planta

Planta baja

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Fuente: Elaboración propia

La tienda de abajo era un negocio familiar que habitualmente estaba lleno de trabajadores a esa hora, pero la fortuna quiso que hubiera menos personas de las habituales en aquel instante, tal y como relata María José Lázaro, hija del dueño. «Mi hermana iba de camino, mi padre estaba en casa porque tenía gripe y yo estaba de baja porque acababa de dar a luz. No pasó más porque Dios no quiso», explica María José, quien conocía bien a los dos heridos que sacaron los bomberos de entre los escombros. «Aurora, nuestra dependienta, tuvo mucha suerte y solo tuvo unos rasguños y José Luis, que era instalador de persianas, quedó imposibilitado porque se lesionó la espalda», asegura.

Tres pisos más arriba de la tienda se encontraban Hipólita Esteban y Eugenio Martín, un matrimonio que vivía en el edificio y que recordará por siempre aquel 10 de febrero de 1998. Eugenio era ebanista, pero en aquella época se encontraba en paro y trataba de satisfacer su lado creativo mediante la pintura. «Estaba haciendo un bodegón de unas hojas, concretamente pintando unas sombras que me estaban saliendo bien en ese momento, y entonces llegó el zambombazo. Lo primero que hice fue levantar los ojos y vi por la ventana algo que caía, que debía ser el difunto que salió disparado, el que dicen que lo hizo, y también vi la hoja de una ventana que venía del patio, pero de abajo a arriba», rememora Eugenio en un testimonio desgarrador que continúa su mujer. «Fue un momento horrible. La puerta de los vecinos de al lado se desplomó y la nuestra, que era blindada, se abrió. Subimos un poquito las escaleras y se veía el cielo», narra Hipólita.

Hipólita Esteban y Eugenio Martín, en el salón de su casa, ubicada en el mismo lugar en el que vivían durante la explosión. R. Jiménez

Ese mismo cielo que se reflejaba en los ojos de esta vecina del tercer piso también lo podían ver los bomberos desde la planta baja. «Durante todo el trabajo un compañero estuvo mirando arriba para avisarnos si alguno de los enseres de los pisos superiores se caía», afirma Jesús del Caño, que recuerda con nitidez cómo dieron con un herido que pudieron rescatar. «Un compañero dijo que había escuchado algo. Nos callamos todos y empezamos a oír: 'auxilio, auxilio'. Entonces nos pusimos a retirar escombros, había mucha cantidad, y estuvimos un cuarto de hora hasta que por fin localizamos a la persona. Encontramos la cabeza, que estaba bastante sepultada, y le preguntamos cómo estaba. Nos dijo que bien y de repente oímos gritar a la gente que había fuera», afirma este bombero para recordar, acto seguido, cómo reaccionó el equipo de rescate al griterío del exterior. «Pensamos que el edificio estaba a punto de caer y salimos corriendo. Imagino que el pobre señor atrapado pensó que le dejábamos solo cuando se iba a caer todo, pero no pasó nada y le pudimos sacar después. La gente gritaba porque la novia del chico que encontramos muerto quería entrar al portal para ver si rescataba a su novio», añade Del Caño, que también recuerda cómo sus compañeros sacaron el cadáver de la segunda y última fallecida, María Luz Manzana, de 47 años.

Puede parecer un milagro que José Luis Díez y Aurora Medina salvaran la vida dentro del local donde cayeron todos los escombros de los pisos superiores, pero la compañera de los dos heridos, Cristina Lázaro, hermana de María José, conoce perfectamente la razón por la que estas personas no engrosaron la lista de fallecidos aquel fatídico día. «Teníamos piezas de suelo plástico de dos metros colocadas de pie. Al producirse la explosión, esas piezas se cayeron e hicieron el efecto de una 'tienda de campaña' con el mostrador. Aurora estaba dentro del mostrador y José, fuera. Quedaron sepultados debajo, pero el hueco que se hizo con las piezas de suelo amortiguó mucho el golpe», explica.

La imprudencia de León de la Riva

Javier León de la Riva, en el último piso del edificio. Ramón Gómez

Y en medio de este drama se encontraba el alcalde, Javier León de la Riva, al que lo que vio en aquellos momentos le hizo tomar una determinación temeraria. «Mi profesión es la de médico. No era la de político ni la de alcalde y no pregunté. Subí hasta el último piso y luego me dijeron que si me mataba, era poco experto en estas lides. Pero si hubiera habido alguna persona que precisara ayuda, ahí hubiéramos estado», rememora el regidor de aquella época, que ese día hizo de médico, de bombero y de alcalde, tal y como reza la crónica de El Norte. «La orden inmediata fue que ahí no entrase nadie a pasar la noche. Había algunos que tenían familiares y a otros hubo que buscarles alojamiento», agrega.

Ante esa orden de desalojo de la que habla León de la Riva, Eugenio e Hipólita se vieron en la calle. «Nos echaron de casa. Nos pusimos el abrigo y bajamos en zapatillas. Cogimos la llave sin pensar siquiera que no nos hacía falta porque la explosión había abierto la puerta», cuenta Hipólita, a la que aquella desgracia le hizo conocer el verdadero significado de la palabra amistad. «Estuvimos cinco días donde mi hermano, pero éramos muchos en su casa y no podía ser. Mi amiga María Dolores Lorenzo tenía un piso que en ese momento no estaba ocupado. Nos dio las llaves al día siguiente y no nos quiso ni cobrar. Allí estuvimos seis años. Loli nos dice siempre que yo hubiera hecho lo mismo por ella, pero no lo sé», se sincera mientras su marido asiente.

«Y así es como nos quedamos sin casa», zanja Hipólita quien, junto al resto vecinos, tuvo que esperar tres años para que comenzara la obra del nuevo edificio, y no fue hasta el 7 de noviembre de 2003 cuando el Ayuntamiento concedió finalmente la licencia de ocupación. En ese nuevo bloque de viviendas, también en un tercer piso, siguen viviendo ahora Hipólita y Eugenio, que tienen colgado en el recibidor el cuadro que estaba pintando Eugenio aquel 10 de febrero de 1998, ese en el que se podían ver unas hojas caídas de un árbol. Ahora se cumplen 25 años de aquel día y, por suerte, ninguna tragedia ha restado importancia en Valladolid al gol del Pucela en Anoeta ni a la implantación del nuevo servicio de préstamo de bicicletas. La ciudad sigue viviendo su rutina y hoy Hipólita mirará de reojo a su cuadro para recordar que, hace 25 años, se estaba preparando para bajar a la frutería a por naranjas con la única duda de si ponerse un abrigo de invierno o una chaqueta algo más ligera.

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