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Todo comenzó con la visita a unos hipopótamos únicos en el mundo y eso ha derivado en un proyecto solidario que desde Aldea de San ... Miguel (218 habitantes) ayuda a hacer más fácil la vida en una pequeña isla de Guinea-Bissau. El hilo que conecta ambos mundos -el pueblo de Castilla, el archipiélago africano- es Iris Cardiel (Valladolid, 1978), bióloga que en el año 2008 hizo las maletas para cambiar de continente y modo de vida. «Mi expareja, que también era biólogo, trabajaba para la Fundación CBD Hábitat, una entidad que lidera varios proyectos de conservación de la naturaleza. Con el lince, el buitre negro…».
En esa lista de animales amenazados (y aquí está el comienzo de todo) se encuentran también unos hipopótamos únicos en su especie. Viven en agua salada. Y en un diminuto rincón del planeta. La isla de Orango Grande, en el archipiélago de Bijagós, en Guinea Bissau. A 3.543 kilómetros de distancia de Aldea de San Miguel. A más días de viaje de los que te puedes imaginar.
Aquel proyecto no solo consistía en hacer un seguimiento de los hipopótamos, sino también en gestionar un hotel solidario (unos bungalows para un reducido grupo de turistas), cuyo dinero servía luego para financiar infraestructuras en la isla (como la construcción de pozos, de un centro de salud…).
«Los escasos turistas que van allí tienen una clara vertiente ecológica. La mayoría son de Francia o Inglaterra», cuenta Iris, quien, una vez en la isla, comenzó a hacerse cargo de la gestión de ese hotel (dos bungalows para 14 huéspedes en un primer momento, ahora, con el doble de capacidad). «La idea era formar a la población local para que luego pudieran hacerse cargo de él ellos solos. Les explicamos los protocolos de compras, la organización de excursiones, cómo llevar a cabo el mantenimiento de las instalaciones…».
Tres años después, una vez concluida su labor, Iris regresó a Aldea de San Miguel. Pero gran parte de sus recuerdos se quedaron en aquel rincón de África, al que todavía regresa de vez en cuando. «Allí tengo otra familia», dice. Son hermanas, madres, amigas a las que no quiere dejar de lado «porque son muchas las necesidades que tienen y desde aquí les podemos ayudar». Durante esos tres años de vida en Orango Grande, Iris descubrió las carencias de una comunidad de 23 poblados, apenas 3.000 habitantes y casi la mitad de la población infantil.
Por eso, al regresar a Valladolid, implicó a sus vecinos de Aldea de San Miguel en el proyecto Aldea Solidaria, una iniciativa nacida en el seno de la asociación cultural El Barral que recauda fondos para financiar proyectos allí. Este viernes, a las 19:00 horas, el coro del instituto Condesa Eylo ofrece un concierto benéfico en el centro cívico José María Luelmo. La entrada donativo cuesta cinco euros y el dinero servirá para financiar una beca de estudios.
«En el instituto de la isla no se imparten los tres últimos cursos y, para hacer el Bachillerato, los jóvenes (si sus familias pueden) tienen que ir a la ciudad, en el continente», cuenta Iris. El año pasado, con el dinero recaudado por un concierto similar, consiguieron ayudar a que Elvira continuara sus estudios en la capital, Bissau. También disfruta de una beca Judite, quien estudia el segundo año de Magisterio, con el objetivo de trabajar como maestra en el instituto de Eticoga, el núcleo principal de Orango Grande.
La educación es uno de los grandes objetivos de Aldea Solidaria. Una de sus primeras acciones fue la construcción de una guardería que acoge a niños de 3 a 6 años. «Durante mi estancia allí conocí a Segunda, una mujer que, de forma altruista, atendía a los más pequeños mientras sus familias salían a trabajar». Allí la economía es de «pura subsistencia». Los hombres salen a faenar al mar («los berberechos son su principal fuente de proteína») o extraen aceite de palma. Las mujeres atienden sobre todo las huertas. Casi no tienen ganado. Y su principal fuente de ingresos es el anacardo, uno de los pocos productos que consiguen exportar. «Casi todos viven del trueque y gracias al anacardo disponen de algo de dinero», explica Iris.
El caso es que Segunda se encargaba de esos niños, pero tenía que hacerlo en unas precarias instalaciones, construidas con hojas de palmera y cañas. «En cuanto llegaba la temporada de lluvias, quedaban destrozadas», indica Iris. Ahora, disponen de un edificio «con sus mesas, cuarto de baño, despacho…». Las aportaciones conseguidas en Valladolid sirven para pagar un pequeño sueldo a Segunda y las otras dos trabajadoras (profesora y cocinera), además de para proveer de víveres al comedor escolar. Hoy prestan servicio a casi 40 niños.
«La última vez que estuve allí, con mi pareja, Alberto, tuvimos un encuentro con los representantes de los 23 poblados de la isla, para que nos contaran sus principales necesidades». En primer lugar estaba el mantenimiento de los pozos de agua. Pero también insistieron en las dificultades de transporte entre las islas y el continente, entre el archipiélago y la capital. «Hay una lancha rápida que es casi de uso exclusivo del hotel, para los turistas. Con ella el viaje es de cuatro horas», cuenta Iris. Y luego está el transporte público, una piragua a motor (con capacidad para 70 personas), y cuyo viaje se prolonga durante dos días (porque hay que hacer noche en la isla principal antes de que luego recorra el resto).
«El problema es que durante la pandemia el motor de esa embarcación se estropeó y han estado durante años sin conexión directa», explica Iris. Gracias al apoyo de la asociación Primero de Mayo, también de Valladolid, han conseguido comprar el motor y restituir ese trayecto. Esa misma entidad vallisoletana financió la compra de un motocarro-ambulancia para llevar a los enfermos hasta el centro de salud base, ya que hay pueblos ('tabankas') a más de veinte kilómetros.
Además, el próximo 8 de mayo inaugurarán en Cearcal (el centro de artesanía, con sede en Valle de Arán) una exposición en la que artesanos de Orango Grande mostrarán su trabajo. El año pasado fueron tallas de madera. Este año, productos textiles. La venta de estas piezas sirvió el año pasado para financiar un taller en el que artesanos locales pudieran trabajar su obra. Este año, lo conseguido servirá para comprar unas máquinas de coser. La idea es impartir cursos de costura a varias mujeres de la isla, para que aprendan a usarlas y puedan confeccionar su propia ropa. Además, las mujeres son las destinatarias de las aportaciones que hacen desde el Foro Feminista de Valladolid, que colabora en la compra de semillas y útiles (azadas, botas…) para las mujeres que trabajan en el campo.
«Sabemos que lo hacemos desde aquí es apenas una gotita de agua en el océano. Pero también hemos comprobado que lo mucho o poco que conseguimos, es muy importante para ellos», indica Iris, la impulsora de esta conexión solidaria entre Aldea de San Miguel y unas pequeñas aldeas en las islas de Guinea-Bissau.
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Alberto Echaluce Orozco y Javier Medrano
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