José de Sousa (Fafe, Portugal, 1959) emigró a España con sus padres desde el país vecino cuando solo tenía 6 años.La primera parada fue en Vitoria, donde el cabeza de familia tenía trabajo como encargado en la edificación de la nueva fábrica de Michelin. ... Un lustro después se trasladaron desde allí hasta Valladolid, donde se asentaron definitivamente, y con el tiempo José siguió los pasos de su progenitor.
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Comenzó a ganarse el sustento en la construcción como encofrador, pero un accidente le obligó a cambiar de oficio y decidió entrar en el sector del transporte pero siendo su propio jefe. «Empecé como autónomo desde el primer momento, en la paquetería, en el periódico… Luego fuimos subiendo, comprando vehículos más grandes, hasta que llegamos a salir hasta Inglaterra, Austria, Italia o Alemania», rememora.
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E. García de Castro
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Una ocupación «muy sacrificada», en especial esas rutas internacionales, porque «pasas fines de semana fuera, por las condiciones… Tienes que buscar sitios para dormir, a ver qué mercancía llevas, mucho cuidado no te roben… Se pasa mal, desde que montas en el camión ya se empieza a pasar mal», asevera. También por la falta de compañía: «He hecho algún viaje con mi mujer, pero la mayoría solo, claro. Como mínimo 15 días, eso como mínimo; y la vez que más tiempo estuve fuera fueron 22 días». Y eso son momentos y dedicación que se restan a los que se quedan en casa esperando. «Tenía dos nietas que no las he podido disfrutar, y ahora ya tengo la otra que sí, que la estoy disfrutando como vamos…», expresa con sentimiento.
Puede hacerlo porque lleva poco más de un mes jubilado después de 30 años como camionero, y a partir de su experiencia de vida afirma que de haber podido se habría retirado anticipadamente. «Sí que me habría gustado, sí. Y se lo aconsejo al que se vaya a jubilar, que si puede hacerlo antes, lo haga antes», alecciona. Precisamente por eso apoya las reivindicaciones de sus compañeros de volante para conseguir un adelanto a los 60 años. «Acaba uno… Que ahora lo estoy pasando yo. De ir todo el día sentado, ocho o nueve horas, ahora al andar las piernas como que se resienten un poco. Los brazos, de ir apoyados todo el día en una posición, también…», enumera. Por no hablar de los reflejos, que se van perdiendo y no están igual con 65 años que con 40: «No es lo mismo, efectivamente», remata.
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