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La pizarra está llena de un enjambre de rayas y triangulitos, de líneas que se conectan como si fueran telarañas, de unos símbolos extraños para ... la mayoría y que tan solo unos pocos privilegiados saben leer en Valladolid.
-¿Qué pone ahí?-, pregunta el curioso que se asoma a esta clase de acadio, una lengua que hace más de cuatro mil años se usaba en la Antigua Mesopotamia, el actual Oriente Medio.
Y entonces, Esperanza Manso, la profesora, pasea su dedo por la pizarra, desmenuza sílaba a sílaba la expresión, y traduce: «Que tus ojos resplandezcan».
Atentos a la explicación, sentados en sus pupitres, media docena de alumnos toman nota, repasan sus apuntes, consultan unos folios con ejercicios y más rayas y triangulitos, más símbolos que, de lejos, sin saber mucho más del tema, es verdad que parecen telarañas.
Desde luego, letras no son.
«El acadio no tiene alfabeto, es un silabario, y muchas sílabas se corresponden con ideas», explica Marcos González, estudiante de tercero de Historia en la Universidad de Valladolid y uno de los alumnos que acuden a aprender esta lengua muerta que resucita gracias al empeño de esta particular 'escuela de idiomas' que acoge el Real Colegio de los Padres Agustinos en Valladolid. Aquí, todas las tardes, de la mano del Instituto Bíblico Oriental (y en colaboración con el Estudio Teológico Agustiniano) se imparten clases de acadio y de hebreo, de egipcio y latín, de griego o sumerio. Lenguas que tal vez, seguro, no tienen uso cotidiano, no se emplean en el día a día, pero que despiertan la curiosidad de un puñado de vallisoletanos.
«Empezamos las clases en octubre de 2010», explica Alfonso Vives, coordinador del Instituto Bíblico Oriental, una fundación privada con origen en León, delegaciones en Santiago de Compostela, el campus de La Salle en Madrid, San Antonio (Texas) y también Valladolid. De entrada, explica que lo de «lenguas muertas» no le gusta mucho. Prefiere llamarlas 'de corpus'.
«El fundamento de estas enseñanzas es la mejor explicación de la Biblia en su lengua y contextos originales», indica Vives. Por eso el hebreo, el arameo, el griego antiguo. Este objetivo inicial conlleva que una parte significativa de sus primeros alumnos fueran seminaristas y estudiantes de Teología. De hecho, este Instituto (con el apoyo de la Sociedad Española de Estudios Clásicos) imparte las enseñanzas obligatorias para los alumnos de primero de Teología: Latín I y Griego I. Luego, si se quiere, se puede avanzar con más niveles de estas lenguas. «En estos dos casos, usamos métodos activos de enseñanza, queremos que se activen las estructuras de pensamiento en latín y griego», cuenta Vives, profesor de estas disciplinas, quien comienza su clase con la lectura en voz alta de una oración y un pasaje de la Biblia. «Leer los Evangelios sin que medie una traducción, acercarse a los escritos de San Agustín en latín, ayuda a descubrir mejor los matices y la riqueza del texto», asegura Simón Brandt, uno de sus alumnos, quien se confiesa enamorado del latín, «quizá porque el griego es un poco más difícil».
Junto a estas lenguas, está el hebreo y también algunas extracurriculares, como el sumerio, el acadio, el egipcio, el hitita. Y están abiertas a cualquier tipo de alumno. No hay requisitos previos. Basta con la curiosidad y el interés por conocer una lengua que no podrán hablar. «En realidad, estas lenguas son el anti-idioma, porque no se hablan, no sirven para la comunicación directa entre personas», apunta Vives, quien también es profesor de Griego en el departamento de Filología Clásica de la UVA. Pero su aprendizaje sí que sirve para leer y descifrar textos antiguos, inscripciones, documentos administrativos o religiosos. Además de estudiantes de Teología, hay alumnos que se han acercado hasta aquí empujados por su afición por la Historia, por su interés por la arqueología, por su pasión por las antiguas civilizaciones… o por su amor por las lenguas.
Es el caso de Isabel Olmedo, catedrática de Inglés en el instituto Ferrari, quien, una vez jubilada como profesora, decidió aprender nuevas lenguas. «Hay quien va a clases de pilates. Yo me apunté a árabe». Porque aquí, al principio, también se impartían algunos idiomas modernos, como el árabe, el italiano, el alemán. Desde hace unos años, se han centrado en estas lenguas extintas. Isabel se enroló en las clases de egipcio antiguo. Cuenta que es una de las mejores decisiones que pudo tomar. «La segunda vez que fui a Egipto volví encantada, porque podía entender gran parte de lo que ponía en las estelas de las tumbas en Luxor. Para mí fue una satisfacción personal. Cuando el guía se dio cuenta de que entendía lo que allí ponía, me preguntó cómo era posible que supiera de jeroglíficos. Aprenderlos hace que descubras esa cultura más allá de lo que conoce el típico turista», indica Isabel, quien ahora recibe clases de acadio. A su lado, en el pupitre, en esa clase con una pizarra donde en símbolos extraños dice «Que tus ojos resplandezcan» está Marcos. Estudiantes de Historia, acude a estas clases «sobre todo por ocio, por interés personal», aunque reconoce que eso puede tener importantes ventajas en su futuro académico: «Si me especializo en la Antigua Mesopotamia, será muy útil para leer escritos, tablillas y documentos de aquella época».
«Yo me enteré de estas clases por un cartel en el centro cívico de Huerta del Rey», cuenta María del Pilar Martín, alumna de hebreo. «Nuestra cultura es judeocristiana y me parecía muy importante para conocer nuestras raíces mejor», asegura Pilar.
Uno de aquellos primeros alumnos de 2010 fue Lesmes Martínez, con estudios de Filología Hispánica, interés por la Historia y la música… y, curiosamente, de entrada no demasiado interés por la cultura egipcia. Sin embargo, se apuntó para aprender la escritura jeroglífica y hoy es el profesor. «Me llamó la atención esa mezcla de elementos simbólicos con otros naturalistas, esa combinación de escritura fonética e ideográfica. Todo eso sugiere mucho más que las palabras puras», cuenta Lesmes, quien, lejos de lo que pudiera parecer, desvela que bastan unos meses para descifrar lo que pone en estelas y sarcófagos. «Gran parte de esos textos tienen mucho de lenguaje formular, repetitivo. Hay unos 750 dibujos o signos y cerca de cien son muy recurrentes. Por eso, en un curso ,con una hora a la semana, sí que se puede empezar a comprender esos textos», indica Lesmes, quien deja clara una cosa: «Si ahora resucita una momia, no puedo hablar con ella».
«El conocimiento gramatical es inmenso y se puede saber cómo hablaban y pronunciaban, pero la enseñanza de estas lenguas extintas se dirige, sobre todo, a leer y comprender los escritos». Reconoce que la fascinación por el antiguo Egipto, la egiptomanía, es una de las motivaciones de sus alumnos. «Buena parte de los estudiantes vienen por esos intereses», indica fray David Álvarez Cineira, director del Estudio Teológico Agustiniano, entidad que colabora con el Instituto Bíblico Oriental en este centro en el que un grupo de vallisoletanos contribuyen a que lenguas que parecían muertas puedan resucitar.
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Alberto Echaluce Orozco y Javier Medrano
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