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De izda. a dcha. Alejandro Vidal, propietario de la bodega; José Manuel Rodríguez, investigador sobre la arquitectura tradicional de las bodegas; Víctor Alonso y Carlos Carrera, miembros de la asociación El Alcornocal. Rodrigo Ucero

El último intento de un pueblo para salvar su colosal bodega histórica

Este enorme subterráneo ha vertebrado la vida en Foncastín durante siglos, y ahora, un grupo de personas trabaja para que sobreviva al paso del tiempo

Lunes, 10 de marzo 2025, 06:54

Aunque todos la pueden ver, solo unos pocos la han sabido mirar. En Foncastín, en la provincia de Valladolid, existe una bodega única de enormes dimensiones. Una joya, que como otras tantas de Castilla y León, pasa desapercibida para la mayoría de la población. Aunque en este caso, su falta de señalización hace que sea más difícil de encontrar. Se esconde tras una pequeña puerta, que para dar con ella, uno debe dejarse guiar por los vecinos de la localidad.

Al cruzar su entrada y bajar los primeros pisos, el visitante descubre una excavación espectacular en la propia arcilla, donde todo es a lo grande. Los poínos (las bases de las cubas) no son de ladrillo, ni siquiera de madera, sino que están excavados en el propio barro. Lo mismo sucede con los nichos, los huecos donde se ubicaban las cubas, todo es a lo grande. Un lugar que impresiona por su amplitud y porque actualmente está en desuso.

«Hay mucho camino por hacer. De momento salvarla, que era de lo que se trataba y ponerla a disposición de la gente que quiera verla y que quiera disfrutar de ella», comenta Alejandro Vidal, actual propietario, que reconoce que se hizo con ella por «puro romanticismo».

Al borde de la ruina

Descubrió este subterráneo en una visita a la fiesta de Las Candelas, ya que durante mucho tiempo se ha utilizado de peña y de lugar de encuentro en unos años de esplendor, que poco tenían que ver con los últimos, en los que estaba llena de basura y a punto de caer en ruinas. El problema era que pertenecía a una asociación de los colonos del pueblo con multitud de miembros, que finalmente, decidieron deshacerse de ella y la pusieron en venta.

Alejandro Vidal, propietario de la bodega. Rodrigo Ucero.

Aunque hubo otros interesados, se vinieron atrás por las circunstancias. «Yo no soy propietario en sí (falta gente de firmar), pero me daba pena que este patrimonio se fuera abajo», asegura Alejandro Vidal, que aunque es consciente de las posibilidades que tiene el lugar tanto como nave de crianza, restaurante y otras variantes, también lo es del gran desembolso que se necesita para ello.

Siglos de historia en sus paredes

Porque como se decía inicialmente, en esta bodega todo es a lo grande. Los depósitos tendrían una media de 10.000 litros, por lo que Jose Manuel Rodríguez, investigador sobre la arquitectura tradicional de las bodegas, calcula que en esta se producirían «más de medio millón de litros». «Podríamos hablar de una multinacional del siglo XVIII de la producción de vino. Entonces, toda la excavación es absolutamente original», asegura el historiador.

José Manuel Rodríguez, investigador sobre la arquitectura tradicional de las bodegas. Rodrigo Ucero.

Para situar en contexto esta bodega, hay que retrotraerse a la época medieval. En la ribera del río Zapardiel está documentada una población que sería el antiguo Foncastín, que no guarda relación con los colonos que llegaron en el siglo XX. Este pueblo, en el siglo XIII, se construyó muy próximo al castillo de Álvaro de Lugo, señor de Foncastín, Valverde y Villalba de Adaja. Una localidad que estuvo habitada hasta el siglo XVIII, aunque ya en el siglo XVI estaba casi despoblada.

En el siglo XVIII, el antiguo Foncastín queda prácticamente abandonado, sobre todo debido al paludismo y los habitantes se tienen que desplazar a poblaciones cercanas, como Rueda o Torrecilla del Valle. Después de ese abandono, los terrenos del antiguo Foncastín, un gran latifundio, pasa a ser propiedad de los Condes de Adanero y del Marqués de Castro Serna, que es quien se va a hacer cargo de toda la explotación de esta gran finca.

Un enclave para sobrevivir al paso del tiempo

Es en esta etapa cuando se ubica la bodega en la parte más alta de este entorno, dentro del latifundio, se construye en la zona alta del antiguo Foncastín, alejada de la parte baja para evitar problemas con el río. Además, del subterráneo, edifican un lagar doble. «Una bodega prácticamente de una capacidad de casi medio millón de litros, que para la época es la bodega más grande que nos podemos encontrar, al menos en la provincia actual de Valladolid», asegura José Manuel Rodríguez.

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En la parte de arriba, además del lagar, se ubicaba lo que los vecinos llaman el 'pueblo viejo': las dependencias, las viviendas, es decir, donde vivían los trabajadores de este gran dominio. «Donde no solo se producía vino, sino también de cereal, incluso explotación ganadera», completa el historiador. Asimismo, están documentados diversos palomares, por lo que se puede considerar un pequeño pueblo formado por trabajadores del latifundio.

La bodega está en uso hasta el siglo XIX, que por fallecimiento de los antepasados del Conde de Adanero y Marqués de Castro Serna, pasa a ser propiedad del Marqués de la Conquista, que es el último gran propietario de esta gran finca, que la explota prácticamente hasta que llega la filoxera.

Un refugio para los que ya no tenían miedo a la oscuridad

En el siglo XX, compra este latifundio el Estado español, que lo va a utilizar para construir un pueblo de colonización con vecinos procedentes de Oliegos, León. «Cuando llegaron mis padres aquí, la bodega estaba vacía», cuenta Carlos Carrera, miembro de la asociación medioambiental El Alcornocal y primera generación de los nacidos en el 'nuevo' Foncastín. Haciendo memoria destaca múltiples usos de este lugar como la siembra de champiñón o el lugar donde se guarecían las ovejas. Además, hasta hace 15 años se celebraban en esta bodega las fiestas y las peñas.

Carlos Carrera, de la asociación El Alcornocal. Rodrigo Ucero.

«No será el sitio más acorde para la música, pero nosotros aquí disfrutamos del espacio, pero no veíamos lo grande que era esto como el patrimonio que es», interviene Víctor Alonso, quien destaca las actuaciones de Carlos Carrera, una de las voces de Los remeros del Zapardiel.

«Era un sitio de reunión para el pueblo. Incluso de juego, porque claro, ¿dónde mejor para un niño que esconderse en la oscuridad y jugar a 'que te pillo, que te pillo'?», recuerda con nostalgia, mientras explica la fascinación que la generación de sus padres encontró en este lugar. «Eran de una zona completamente distinta de los montes de León, pues para ellos seguro que era muy atrayente, era algo nuevo. Encontrar una bodega de estas dimensiones en el pueblo de León, al norte de Astorga, que es de donde vienen los que están aquí, pues seguro que era todo una novedad», relata Carlos, quien no puede evitar emocionarse al recordar las circunstancias en las que obligaron a su padre a emigrar y cómo el hombre se emocionaba cada vez que volvían de visita a su tierra.

Paredes negras por el vino y el fuego

La bodega impresiona por sus enormes dimensiones con 10 metros de altura y seis, además está inacabada, porque fue construida de tal manera que puede ampliarse a demanda según las necesidades del momento. Pero es un lugar que también asusta por sus paredes teñidas de negro.

Víctor Alonso, miembro de la asociación El Alcornocal. Rodrigo Ucero.

«Ese tono negro, aparte del moho, como antes no había luz como tenemos hoy, quemaban antorchas y se creaba ese negro y también por la fermentación del vino, todo va creando esa capa negra en la bodega«, explica Víctor Alonso, la tercera generación de los que llegaron de Oliegos y miembro de la asociación El Alcornocal, quién asegura que «probablemente sea el mayor patrimonio que tiene Foncastín, la bodega. No hay nadie que no se sorprenda (al verla), nadie».

Los primeros pasos para salvarla

Los últimos años, la bodega estaba llena de basura de las fiestas y de la siembra del champiñón. Hasta hace cuatro o cinco años, cuando era propiedad de todo el pueblo, al ser de tanta gente no se le dio probablemente la salida más idónea. «Luego la compró Alejandro Vidal, que ha sido él que realmente la ha puesto a punto y ha sido más visitada que en los otros 70 años anteriores», sentencia Víctor Alonso y añade que «si no hubiera sido Alejandro, esto habría quedado en el olvido, incluso se habría caído probablemente».

«Recluté a unos rumanos, que han sido realmente los que la han salvado», afirma Alejandro Vidal, explicando que con un montacargas han sacado 40 contenedores de tierra, con carretillos para arriba. «Por ellos ha sido por lo que ha salido hasta adelante».

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