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Los aditivos tienen una serie de objetivos que son básicos en la producción, comercialización y conservación de alimentos. Tal y como destaca la Organización de Consumidores y Usuarios son más de 400 los aditivos que consumimos diariamente, todos ellos reglados por la Autoridad Europea ... en Seguridad Alimentaria (EFSA en sus siglas inglesas). La mayoría son completamente inocuos y no suponen ningún tipo de riesgo, aunque existen algunos que puede afectar a determinadas personas.
Por este motivo, la OCU ha realizado un pequeños análisis a algunos de los aditivos reglados para así poder clasificarlos. Existen así aditivos que sí son necesarios, otros que se deberían reducir y, finalmente, otros que son completamente innecesarios en nuestra dieta y deberíamos evitar.
El primero que se viene a la mente son los antioxidantes, que empiezan por la letra E seguido de un 3. Evitan, como su nombre indica, que el alimento se oxide, cambiando en su forma, color y sabor. También que pierda nutrientes, por lo que su uso alimentario es importante. Algunos ejemplos dentro de este grupo son las vitaminas E y C. Peores son los galatos, cuyo uso se ha ido reduciendo por ciertos problemas en consumos elevados. O los fosfatos, que se usan para corregir la acidez y pueden crear un desequilibrio en el balance de calcio/fósforo al interferir en su correcta absorción.
Los aditivos de recubrimiento también tienen sus problemas, como por ejemplo en la fruta. Sin embargo, se utilizan para tapar los poros en los alimentos, impidiendo que crezcan gérmenes en su interior y haciendo que dure más tiempo.
Los ácidos, bases y sales, cuyo código siempre empieza por E seguido de un 5, aumentan la acidez de la comida para que no salgan mohos y bacterias, además de favorecer interacciones positivas entre los ingredientes. La OCU ha puesto el ejemplo de la mermelada, donde las pectinas, un aditivo que llevan, le aportan consistencia.
Los texturizantes, que empiezan por la letra E seguido de un 4, son aditivos que ayudan a crear emulsiones o gelificaciones, además de espesar salsas. El punto en su contra es que hay productos naturales que ayudan a realizar estas tareas, y para abaratar costes se termina prescindiendo de ellos, como el huevo en postres o la propia carne en productos procesados.
Los conservantes también han sido clasificados en este grupo. Con código E-2, estos aditivos de uso extendido ayudan a conservar los alimentos frescos de forma más prolongada, ya que estos no se pueden esterilizar. Los hay esenciales, como los nitritos y nitratos para uso cárnico, que evitan el florecimiento de la bacteria Clostridium botulinum, que puede llegar a ser mortal. Sin embargo, otros muchos conservantes provocan reacciones alérgicas, como es el caso de los sulfitos (E-220, E-221, E-222, E-223, E-224, E-225, E-226, E-227 o E-228).
Finalmente, en los aditivos a reducir se encuentran los edulcorantes. Como sustitutos del azúcar, su mayor problema está en el fuerte poder de endulzar que tienen, siendo mucho más potentes que la sacarosa. Por lo tanto, es necesario disminuir su consumo puesto que «también tiene dosis máximas y riesgos si se supera.»
En este grupo se encuentran los colorantes (E-1) y ciertos potenciadores de sabor. Son añadidos enfocados, sobre todo, al apartado estético.
Los primeros han sido usados durante décadas como forma de mejorar el aspecto de los alimentos, pero han sido salpicados por duras polémicas. El de los azoicos, por ejemplo, que se relacionó con la hiperactividad en el estudio Southampton, aunque la EFSA determinó que los datos no eran concluyentes. Se ha reducido su uso para dar paso a opciones naturales, «como concentrados de frutas y verduras o colorantes no-azoicos».
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Los segundos son, en concreto, el glutamato y ribonucleótidos. Han sido acusados en varias ocasiones de acostumbrar el paladar de los consumidores a sabores artificiales, o de camuflar la ausencia de ingredientes esenciales en una elaboración. De hecho, la OCU destaca el 'síndrome del restaurante chino', por ser lugares habituales de uso de glutamato y que se relaciones con dolores de cabeza, mareos y malestar).
En conclusión, existen diferentes tipos de etiquetas que se extienden por toda la producción de comidas y bebidas. Si bien es cierto que hay una gran mayoría de aditivos que aportan beneficios escasos, hay otros que son clave en la actual estructuración del sistema alimentario.
Tal y como destaca la organización, aunque la gran mayoría de ellos son inocuos, «algunos pueden entrañar ciertos peligros, pero se usan porque sus beneficios son mayores que sus riesgos». Esto define muy bien lo que es el uso de aditivos y cómo se debe actuar respecto a ellos, aprendiendo a leer las etiquetas para reducir o eliminar el consumo de aquellos que no sean realmente necesarios.
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