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Vivimos en una sociedad globalizada y veloz donde el consumo de productos y servicios es inmediato. El ritmo no solo se ha acelerado en el trabajo o en la comida, donde reinan los productos precocinados y las grandes cadenas de comida rápida, sino que también ha llegado incluso a la industria textil. El concepto de 'moda rápida' o 'moda basura' se refiere a una compra constante de ropa de bajo precio, un 'hiperconsumo' que provoca la liberación de microplásticos que llegan hasta los mares, despilfarro de agua, condiciones laborales pésimas para los empleados de las fábricas y empleo de plaguicidas y tintes con componentes agresivos, entre otras cosas. El resultado es un armario repleto de prendas 'low cost' que nos duran poco, ya sea por su calidad o porque nos cansamos rápidamente de ellas, y un impacto negativo para la salud (algunas sustancias son potencialmente cancerígenas) y el medio ambiente. De hecho, este sector produce aproximadamente el 8% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y una sola prenda libera hasta un millón de fibras microplásticas en un solo lavado, según datos de Greenpeace. La solución es pasarse a una moda ecológica y sostenible, empezando por una mentalidad de compra responsable.
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Rebeca Alonso
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Si dedicamos unos mitutos a leer las etiquetas de las prendas de nuestro armario descubriremos seguramente que la gran mayoría están compuestas por fibras sintéticas que liberan microplásticos. Según datos de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), el 35% de los microplásticos que se encuentran en el mar proviene del agua de las lavadoras. Por ello, lo mejor es evitar tejidos como poliéster, nylon, poliamida, o acrílico, que proceden del petróleo. Además, este tipo de prendas suele llevar aditivos peligrosos para la salud como los ftalatos o metales pesados. Así por ejemplo, hace unos años, un estudio de la OCU detectó la presencia de tóxicos peligrosos en alfombras de juego para niños de tipo puzzle. Los tejidos con menor impacto medioambiental son el lyocell (también llamado tencel, un tejido de fibras cortas producido mediante procesos medioambientalmente responsables a partir de la pulpa de la madera de árboles de agricultura sostenible), la lana regenerada, el cáñamo o el lino ecológico y el algodón reciclado. Hay que tener en cuenta que las plantaciones de algodón requieren muchísima agua y consumen el 25% de los pesticidas utilizados a nivel global. Por ello, lo más seguro es escoger ropa con certificado ecológico, especialmente en el caso del algodón, para aseguraremos de que no se utilizaron pesticidas. Además, existe una certificación llamada OEKO-TEX® que garantiza que las prendas que pasan este estándar no una serie de sustancias químicas controvertidas, algo que aporta cierta seguridad.
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Lo ideal es optar tintes naturales, ya que los químicos albergan sustancias como los colorantes azoicos, que pueden llegar a ser cancerígenos. Además, en el proceso de tinción se pueden emplear nonilfenoles, una sustancia corrosiva de tipo jabonoso para los ojos, la piel y el tracto respiratorio que puede causar edema pulmonar y alterar los mecanismos endocrinos. Hay que tener en cuenta que cuanto más oscuro es el color, más químicos peligrosos puede llevar el tinte, siendo el negro el peor. Por eso, es mejor evitar el color negro en la medida de lo posible y elegir colores claros.
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Hay que tener especial cuidado con aquellas prendas que prometen ser 'antibacterianas', 'anti-olor', 'anti-arrugas', 'anti-manchas' o de 'fácil planchado', ya que pueden contener aditivos peligrosos como el formaldehído. Esta sustancia «puede provocar irritación en la piel, problemas respiratorios e, incluso, se relaciona con procesos cancerígenos», según indica la OCU.
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Aunque el agua y el jabón no borran completamente el rastro de todas estas sustancias, lo cierto es que es muy importante lavar las prendas antes de estrenarlas para debilitar en la medida de lo posible la presencia de estos productos químicos. También es importante hacerlo por higiene para evitar suciedad y bacterias, ya que no sabemos de dónde viene la ropa, si se la ha probado alguien o dónde y cómo ha sido almacenada. Es recomendable lavarla con un detergente suave respetuoso con la salud y el medio ambiente que evite sustancias agresivas. Para ello podemos recurrir a marcas ecológicas como Frosch o Biobel, o incluso comprar jabón puro sin aditivos y añadirlo en escamas. Por otra parte, es aconsejable no emplear suavizante, o al menos el suavizante convencional (se puede recurrir a una marca ecológica). La OCU explica que los suavizantes «cuentan con unas sustancias denominadas tensioactivos catiónicos que se adhieren a la superficie de la ropa dando suavidad al tejido con fragancias que dejan un olor agradable en la prenda, aunque muchos productos contienen sustancias alergénicas para obtener el aroma. Son productos poco ecológicos por la cantidad de sustancias químicas que acaban vertiendo al medio ambiente». «No son indispensables y además tampoco dejan la ropa más limpia», sentencia la organización.
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La regla de los siete días (los más osados siguen la de los 30 días) consiste en esperar este periodo de tiempo tras sentir el impulso de comprar un producto. Está comprobado que, en muchas ocasiones, después de una semana hemos olvidado el bien que queríamos comprar o nos damos cuenta de que no era imprescindible, efecto que se multiplica cuando esperamos quince días o un mes. En la medida de lo posible es aconsejable meditar si realmente es necesario adquirir una prenda, si es de calidad, si la vamos a utilizar o nos cansaremos rápidamente de ella, etc. La idea es comprar menos y de forma más consciente, apostando por la calidad y evitando modas pasajeras y tejidos baratos y artificiales. Según datos de Greenpeace, se prevé que el consumo de ropa aumente de 62 millones de toneladas en 2017 a 102 millones de toneladas en 2030. Este sector produce aproximadamente el 8% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. «La gran mayoría de la ropa que ya no queremos se tira con la basura de casa y termina en los vertederos o incineradoras, lo que representa millones de toneladas de residuos textiles en todo el mundo», explica la organización ecologista.
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Cada vez más empresas ofrecen alternativas sostenibles y ecológicas en su catálogo de productos, aunque sigue siendo una pequeña parte de la producción de las grandes cadenas. En el año 2011 Greenpeace puso en marcha la campaña 'Detox my fashion', cuyo objetivo era la eliminación del uso de sustancias tóxicas de la cadena de suministro de las firmas de moda para el año 2020 como horizonte. Las marcas que se adhirieron a esta iniciativa se comprometieron a la eliminación de los once grupos prioritarios de sustancias químicas peligrosas identificadas por la organización ecologista. En este sentido, Inditex, H&M y Benetton han sido las firmas que han ido seguiendo las directrices del programa a lo largo de estos años, mientras que otras lo han intentado y no lo han conseguido o ni siquiera se han interesado. Además, hay que recordar que la mayor parte de las fábricas textiles se encuentran en países en desarrollo y ofrecen condiciones laborales pésimas a los trabajadores (mayoritariamente mujeres), tanto en sueldo como en condiciones de seguridad. En La India son frecuentes los incendios en las fábricas textiles por los componentes inflamables que se emplean, como el que hace tres años causó la muerte de 43 personas en Nueva Delhi. Recientemente, la cadena china de ropa 'low cost' Shein se vio envuelta en una polémica cuando algunos internautas han compartido vídeos mostrando mensajes de petición de ayuda que han encontrado en las etiquetas de la firma. 'Need your help', se podía leer en uno de los casos. Aunque Shein ha asegurado que no se trata de notas de auxilio, no se ha podido verificar el origen de estas frases. Cierto o no, la verdad es que las condiciones de los empleados de este gigante de la industria textil no son buenas. Según datos de la ONG Public Eye, los talleres que investigaron no poseen salidas de emergencia, sus ventanas están selladas con rejas y los empleados, que no cuentan con contratos, exceden las 75 horas de trabajo semanales.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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