![Luis Argüello, en el centro, durante el Sermón de las Siete Palabras.](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/04/07/IMG-20230407-WA0011--758x531.jpg)
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La devastación del lenguaje. La neolengua. Luis Argüello, arzobispo de Valladolid y encargado por segunda vez de dictar el Sermón de las Siete Palabras, trenzó lingüística con teología y con la reivindicación de valores que parecen diluirse en tiempos de «tecnocracia». Si el Jueves Santo, ... en la misa crismal, llamaba a encontrar «nuevos cristianos», en su sermón eligió defender las bases de una fe que ayuda a explicar el mundo y el sentido de la vida, como contraposición a algunos conceptos que dificultan el paso de las personas por el mundo.
Hombre ilustrado y actualizado, Argüello lanzó un ensayo con referencias a Heidegger, a Shoshane Zuboff ('La era del capitalismo de vigilancia'), al consejero delegado de Google, Eric Schmidt, y a Hannah Arendt, a Nietzsche, al tiempo que incluía frases del Papa Francisco o de un artículo reciente en ABC que se preguntaba por qué cada vez más gente siente que «no encuentra sentido a la vida».
A través de las siete palabras, Argüello hilvanó un discurso profundo, en el que cupo incluso la política en su sentido más literal y antiguo. «Hemos de dejar que las Siete Palabras purifiquen las nuestras y sean ofrecidas en rescate de otras a las que tantas veces se ha robado su significado. Así podremos intercambiar nuestras palabras en la casa, en la calle o en el ágora, en un ejercicio de diálogo genuinamente político, es decir, con capacidad para recomponer las diferencias particulares por el bien común de la polis. Cuando esto no ocurre, el hogar familiar, la vida ciudadana y el ágora económico, cultural y político, se transforman en un frenético ruido o en drama de adolescentes».
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El diálogo, la colectividad, la convivencia, fueron las propuestas de Argüello para romper con tendencias que han traído efectos secundarios, a su juicio. «En nuestra época, de gran crecimiento material y conocimientos científicos, resalta con especial fuerza el no saber, a pesar de creer que todo se conoce. No sabemos cómo alcanzar una vida lograda y aparece el malestar de nuestra época», razonó.
El arzobispo de Valladolid ha hecho referencia en muchas ocasiones a un mundo que «vive de espaldas a Dios» o «como si Dios no existiera». Y lo ha sustituido, se desprende de sus palabras, por otras recetas hacia la felicidad. «El paradigma tecnocrático, dominante en el mundo de la economía globalizada, ofrece su propia receta. Precisa de una antropología y una cultura que hagan juego con sus proyectos. Por ello, se van extendiendo, en singular alianza entre las nuevas formas de capitalismo y el progresismo cultural, en parte heredero de mayo del 68, propuestas antropológicas y de estilos de vida convergentes con las necesidades de producción y consumo, pero, sobre todo, con los grandes desafíos que supone la cuarta Revolución Industrial y sus asombrosas novedades tecnológicas».
No eludió cuestiones espinosas como las idelogías que, afirmó, tratan de erigirse en dominantes a fuerza de ordenación jurídica. «El indigenismo, los nacionalismos, las corrientes identitarias, étnicas o de orientación sexual o cualquier otra expresión del pensamiento woke, mezclan reivindicaciones legítimas con propuestas emotivistas y de deconstrucción antropológica e histórica para construir relatos marcados por el enfrentamiento y luchas de poder que debilitan el orden institucional vigente y lo hacen cada vez más débil ante los enormes poderes económicos», señaló.
Y no faltó en su crítica la ideología de género. «El poder ofrece un nuevo inicio en el impenitente deseo de edificar el paraíso en la tierra: construir un sujeto que transcienda sus limitaciones, para lo cual el cuerpo es solo material de trabajo; construir la historia desde los intereses del presente y construir también nuevas identidades sociales y políticas. Para todo ello es necesario deconstruir la persona, el matrimonio y la familia, la historia de los pueblos e incluso su identidad nacional. Las ideologías radicales de género son una referencia clave en este proceso de destrucción y construcción, sobre todo sus últimas expresiones queer o de sexo y género fluido o no normativo. El cuerpo tiene que dejar de ser referencia o límite en propuestas ideológicas que han llegado a los Parlamentos para convertirse en nuevas y exigentes normas. Ideologías que seducen en nombre de una libertad ilimitada, aterrizan en propuestas asfixiantes que quieren regular todos los aspectos de la vida y de la conciencia».
Luis Argüello pidió cambiar el «empoderamiento» por la «promoción», una especie de retorno a la cultura del esfuerzo. Porque empoderar, afirma, lleva al enfrentamiento. «Al leerse los derechos en clave del poder otorgado, el otro siempre aparece como una potencial amenaza o rival para desarrollar el poder concedido y nunca plenamente detentado».
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A lo largo de su discurso, el arzobispo vallisoletano introdujo nuevas llamadas a la acción de los cristianos. Como hizo el Jueves Santo, al reclamar a presbíteros, diáconos y laicos que aprendan a transmitir la fe, a hacer nuevos cristianos. Esta vez, sin embargo, a modo de examen de conciencia. Porque los cristianos también viven «la desorientación y las dificultades de su tiempo». «A veces nos hemos esforzado para que la presencia de los cristianos en el ámbito social, en la política o en la economía resultara más incisiva, y tal vez no nos hemos preocupado igualmente por la solidez de su fe, como si fuera un dato adquirido una vez para siempre. […] ¡Cuántas veces, a pesar de declararse cristianos, de hecho, Dios no es el punto de referencia central en el modo de pensar y de actuar, en las opciones fundamentales de la vida!», cuestionó.
Acabado el teocentrismo, Dios en el centro, y abrazado el antropocentrismo, ese hombre que quiere ser dios, para Luis Argüello ha llegado el momento del posthumanismo. Que incluye el transhumanismo, el querer trascender a cualquier precio. Y que encuentra en la tecnología un aliado interesado. «Las empresas GAFAM (Google, Apple, Facebook-Meta, Amazon y Microsoft) y otras similares que controlan pantallas, redes, datos y algoritmos son muy eficaces en su trabajo de suscitar, inventariar y encauzar los sueños. Sin rostro humano, registran y analizan permanentemente el inconsciente individual y colectivo que es como el centro de su plan de negocio y de poder. Así, Eric Schmidt, director general de Google, pudo afirmar: 'Sabemos básicamente quién eres, qué te interesa, quiénes son tus amigos. La tecnología llegará a estar tan lograda que será muy difícil que alguien vea o consuma algo que no se haya programado en cierto modo a su medida'».
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La frase encierra una clara amenaza. Una alerta que Argüello hace suya. «Este imperio, que Philipe Murray llama 'Imperio del Bien' y Shoshana Zuboff 'Capitalismo de la vigilancia', ha eliminado la distinción entre lo verdadero y lo falso, la realidad y la ficción, la posibilidad de simbolizar y de relatar. Se propone calcular las pulsiones de los unos y los otros y transformarlas en compras compulsivas; perfila los comportamientos y ofrece nuestro perfil al mejor postor económico o político. Va apareciendo así el sujeto ideal de la dominación totalitaria, aquel para quien la distinción entre hecho y ficción y entre verdadero y falso ya no existe, como preveía Hannah Arendt».
La pregunta formulada por Argüello resulta retadora: «Por eso es tan importante preguntarnos ¿quién inspira nuestros sueños?».
El Sermón acabó con una reflexión -vuelta al principio, una estructura circular de lo más literario- sobre el sentido de la vida. Y, especialmente, sobre los riesgos de que no lo tenga. O de que lo pierde. «Si no hay nada más allá de la muerte, lo único que merece la pena es disfrutar de los placeres terrenales. Ya lo escribía Pablo en la carta a los Corintios citando a Isaías y a refranes populares: «Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, porque mañana moriremos». Así se produce una carrera vertiginosa por sorber la vida y disfrutar o al menos ahuyentar el sufrimiento. La sed sigue, porque no encuentra el agua que la sacie. Pero la sed, el deseo, se cansa y debilita; aparecen tristezas y melancolías. Y la muerte, que en el origen provoca búsquedas, razones y motivos para aprovechar la vida, es reclamada como solución a los problemas: 'es preferible no nacer a nacer para sufrir o hacer sufrir, es preferible morir a seguir viviendo para sufrir o hacer sufrir', resume un gurú de la bioética que desde universidades americanas pretende extenderse por todo el mundo».
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