El sector pide soluciones para una situación que parece haberse enquistado. El último decenio ha dejado una factura muy alta para el pequeño comercio, pero los tres o cuatro últimos años, con la pandemia y después la inflación, han sido demoledores.
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Las causas son profundas ... y vienen de lejos. La competencia de las grandes superficies comerciales no es precisamente de ahora. Fenómeno más reciente es la eclosión de las ventas 'on-line', una amenaza extraordinariamente peligrosa para la supervivencia del comercio de proximidad. «Competencia existe desde hace décadas. Hay una competencia más reciente, que son las ventas por internet, a lo que se suma el precio de los suministros y de los alquileres y la falta de relevo generacional», explica Juan Francisco Casado.
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La falta de relevo generacional está imposibilitando la continuidad de muchos negocios tradicionales. Se ha visto recientemente en los casos de Candamo, el ultramarinos decimonónico de la calle de San Francisco, o Artes Gráficas, en funcionamiento desde 1941 y recientemente cerrado por jubilación. En los negocios que requieren una cierta especialización, que no se limitan a la venta pura y dura, este factor está haciendo estragos. Es el caso de Vibot. Al dueño le fue imposible encontrar a alguien interesado en aprender al oficio de zapatero remendón y hacerse con el traspaso del negocio. «Ocurre en todos aquellos establecimientos en los que la actividad tiene que ver con los oficios. O es la familia la que toma el relevo o no encuentras a nadie especializado», añade.
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Los jóvenes tampoco están por la labor de embarcarse en un pequeño comercio. «Conciliar la vida familiar y laboral en este sector no es sencillo. No hay un horario de ocho a tres, ni turnos. El autónomo debe estar al pie del cañón toda la jornada y lo más seguro es que tenga que trabajar el sábado por la mañana porque hay clientes que solo pueden comprar en ese momento. Son muchos los factores que se juntan para que el comercio tradicional no tenga ya el atractivo de antes».
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En los pueblos de la provincia, el problema es el mismo. Abundan los autónomos, las familias que se dedican al comercio, y los problemas son muy parecidos a los de la ciudad. Llega la jubilación y no hay relevo generacional, con el agravante de que el cierre de un ultramarinos en un pueblecito reviste caracteres dramáticos. «En la capital hay oferta, pero en un pueblo no. En un pueblo te quitan la tienda de toda la vida y adiós...», apunta Casado.
La venta ambulante tampoco atraviesa su mejor momento. La subida del precio de la gasolina ha sido determinante. «Para el comercio de los pueblos, pedimos una protección especial».
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