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Licinio, portugués afincado en Segovia, posa en un parque de la capital segoviana. Antonio Tanarro

La última recaída de Licinio: 19 días en la calle y 6.000 euros en crack

Este portugués afincado en Segovia cuenta una odisea de tres décadas entre drogas, con dos sobredosis y la lección aprendida: «Es posible salir»

Domingo, 21 de enero 2024, 13:00

La última recaída de Licinio Lopes, un portugués de 53 años que ha encontrado en Segovia una segunda oportunidad, fue «brutal». Ocurrió tras la muerte de su padre, hace ya más de cinco años. «Estuve 19 días en la calle, en el barrio, consumiendo bárbaramente, básicamente crack. No dormía, estaba consumiendo noche y día. Espero que no vuelva a repetirse nunca más en mi vida». Aquellas tres semanas le costaron un crédito de 6.000 euros. «Mi familia vivía de disgusto en disgusto», resume en único de cuatro hijos «que ha buscado otros caminos» mientras lamenta aquel día de no retorno: «Lo que más me revuelve es haber conocido la heroína». Cuenta su historia sin ocultarse porque quiere romper tabúes y servir de ejemplo. «Que la gente vea que es posible salir. Yo he conseguido una vida totalmente normal lejos de las drogas».

Más de la mitad de la vida de Licinio ha estado relacionada con las drogas, desde que probó con 18 años el cannabis. «Por curiosidad, no tenía problemas ni nadie me presionó para ello». Nunca vio aquellos porros como un problema, aunque ahora reconoce que lo eran. «Lo peor es cuando probé las drogas duras». Esa es la línea roja. «No tiene explicación, en ese momento buscaba otras sensaciones y conocí a personas que no eran las más adecuadas». Así empezó la vorágine: de consumir una vez por semana a un día sí y otro no y luego todos los días. Tras la heroína, llegó la cocaína (cuyo consumo representa un porcentaje cada vez mayor de las adicciones tratadas en Segovia), ambas por vía venosa para «buscar más placer, pero cada vez iba a peor».

«No tiene explicación; en ese momento buscaba otras sensaciones y conocí a personas que no eran las más adecuadas»

Un vicio caro que pagaba traficando pequeñas cantidades y robando en tiendas para luego cambiarlo por drogas. Él habla del itinerario normal de cualquier consumidor, desde las primeras risas desinhibidas del cannabis. «No pensar en los problemas de la vida y buscar siempre nuevas sensaciones». Y un círculo social en que se competía por drogarse. «Uno desafía a otro. Consumes una papeleta; al día siguiente, dos; luego, medio gramo; un gramo, cocaína mezclada... Lo he pasado muy mal, estaba completamente enganchado».

La primera tarea de cada día era «conseguir dinero para quitar el mono». Y una cabeza que siempre pide más e idea formas para satisfacer a los dos monstruos: más pasta para comprar más droga. «Frecuentaba discotecas, iba con gente de consumos muy duros». Tuvo dos sobredosis: perdió el conocimiento y salvó la vida porque alguien llamó al 112 y le hicieron un lavado de estómago a tiempo. Tras casi 15 años de adicción, inició su primera rehabilitación. «Yo ya no sabía por dónde tirar, no tenía medios para poder mantener el vicio y estaba presionado por mis padres». Estuvo ingresado en una clínica de desintoxicación, pero recayó: «Seguía frecuentado sitios y gente que no debía». No conseguía huir de su entorno.

«Sé dónde está la droga, sé que hay consumidores, conozco a mucha gente; pero ni frecuento esos sitios ni convivo con ellos»

España fue una vía de escape. Primero, en Palma de Mallorca, donde trabajó como electricista, sin consumir. Pero en Madrid tuvo una «gran recaída»; en el año y medio que pasó en la capital contrajo el VIH por vía sexual de la chica con la que convivía, que también se drogaba. Así llegó al Centro de Atención Ambulatoria a Drogodependientes de Segovia y a Cruz Roja. «Gracias a Dios, una puerta que se ha abierto y me hizo volver a mí mismo». Las profesionales segovianas –desde enfermera a trabajadora social– le devolvieron las fuerzas. Tiene un empleo de responsabilidad en una lavandería industrial y vive en un piso compartido. «Hago una vida sana».

Su agenda está ocupada entre trabajar o pasear –tiene el propósito de apuntarse este año a un gimnasio– y su relato es el de una lección aprendida. «No creas que tengo que hacer un esfuerzo para no consumir. Es que en este momento no quiero drogas. Creo que he logrado vivir todas las sensaciones y locura a tope. Y gracias a Dios estoy aquí. Es que ni lo pienso». Por eso tiene un mandamiento para las nuevas generaciones: no consumir ni tener la curiosidad de saber lo que es. «Te lleva un camino que muchas veces no tiene vuelta».

«El rechazo y la desconfianza pasan; he tenido un problema, he logrado salir de esa movida y quiero una oportunidad»

En Segovia ha creado un entorno sano, pero no es ciego. «Sé dónde está la droga, sé que hay consumidores, conozco a mucha gente, pero ni frecuento sitios ni convivo con gente que sea de consumos». Con su dura experiencia a cuestas, habla de la droga, de la coca, como algo transversal. «Conozco abogados o policías que la esnifan». Por eso traza una frontera con su pasado y lucha contra el estigma social. «El rechazo, la desconfianza, todo esto pasa. He tenido un problema, he logrado salir de esa movida y quiero una oportunidad».

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