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Se llaman 'Stolpersteine', palabra alemana que significa algo así como piedra para tropezar. Hace treinta años, comenzaron a colocarse en Berlín en memoria de los fallecidos entre 1933 y 1945. Este símbolo dorado se ha extendido por muchas ciudades para no olvidar nunca a quienes fueron exterminados por el nazismo. Desde este sábado, también hay uno colocado en Valverde del Majano.
Más concretamente, es un adoquín que se distingue del resto de baldosas de la Plaza Mayor de la localidad segoviana. En la inscripción, el nombre de Alejandro del Real Puente y una brevísima reseña personal que le evoca como uno de los españoles exiliados a Francia a los que la barbarie nazi capturó, encerró, torturó y mató en uno de sus campos de concentración más terribles.
«Asesinado el 18-3-1941», reza el pétreo recuerdo en memoria de este valverdano, quien acabó sus días en uno de los satélites que abarcaba el infierno de Mauthausen. En el campo de Gusen, las alambradas y los hornos dieron muerte a cerca de 4.000 españoles. También fue el lugar donde Alejandro del Real fue asesinado.
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Nacido en Valverde, el 9 de julio de 1906, primero emigró con su familia a Segovia y más tarde a Madrid. Allí ingresó en la Guardia de Asalto al servicio de la República. Al finalizar la Guerra Civil, con otros muchos españoles, cruzó la frontera con Francia. En los primeros años de su estancia al otro lado de los Pirineos su familia tiene noticias del hijo y hermano, pero pronto el contacto se rompe, recuerda el Ayuntamiento.
Alejandro del Real estuvo en campos de refugiados del sur de Francia; pero fue capturado por el ejército alemán y deportado a Mauthausen. En 1941 le trasladan al anexo de Gusen, su último destino. Allí murió a los 34 años.
Fue el diciembre de hace diez años cuando su pueblo natal tiene noticias. En Francia le buscaban para dar a sus descendientes directos una pensión por haber luchado en favor del país galo contra los alemanes. El Ayuntamiento se puso en marcha y se afanó en localizar a su familia en el archivo municipal y parroquial.
Ninguno de sus parientes vivos sabía nada de él y sus padres murieron «con el dolor de no saber qué había sucedido a su hijo», relata el Consistorio. Ahora, vecinos y familiares le recordarán siempre en la tierra que le vio nacer. La emoción de sus allegados envolvió el tributo al valverdano en una ceremonia solemne y sencilla en una gris y desapacible mañana otoñal.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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