Secciones
Servicios
Destacamos
La voz de alarma la dieron Geza Alföldy, profesor de la Universidad de Heidelberg, Peter Witte, del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, y Luciano Municio, arqueólogo de la Delegación Territorial de la Junta, tras unos trabajos epigráficos encaminados a desvelar el contenido de la inscripción original del Acueducto. El monumento estaba peor de lo que habían imaginado y existía un riesgo muy serio de desprendimientos. «Sin afán de alarmismo, algunas zonas podrían no soportar una helada fuerte el próximo invierno. Si no adoptamos las medidas necesarias, el Acueducto corre el riesgo de desaparecer en breve espacio de tiempo», sentenció Luciano Municio.
MÁS INFORMACIÓN
Carlos Álvaro
Pocas horas después, el alcalde de Segovia, Ramón Escobar, tomaba la decisión que desde hacía años venía gestándose: el cierre de los arcos del Acueducto al tráfico rodado. El Plan de Movilidad Urbana que el Ayuntamiento había encargado ya preveía la medida (e incluso había una fecha, el 1 de agosto de 1992), pero al regidor no le tembló la mano a la luz de las opiniones que acababan de emitir los arqueólogos. El 15 de julio de aquel año, cuando las miradas estaban puestas en el inminente comienzo de los Juegos Olímpicos de Barcelona, los coches dejaban de pasar bajo los arcos del Acueducto.
Han transcurrido treinta años y ya nadie duda de lo acertado de una medida que llevó aparejada una formidable polémica. Hoy, a tenor de las críticas que se sucedieron durante los meses posteriores, puede afirmarse la valentía que el regidor demostró abordando un problema que iba a darle verdaderos quebraderos de cabeza, porque la peatonalización del Azoguejo cambió los hábitos de los segovianos de forma tajante, de un día para otro. Consciente de lo que aquello iba a suponer, el propio alcalde hizo un llamamiento a la ciudadanía para que colaborara en la aplicación de la medida, y no tardó en difundirse una llamativa pegatina en la que podía verse un Acueducto semiderruido, sobre el fondo de una señal de prohibido, con un lema que apelaba a las conciencias: «Yo no paso».
La restauración del Acueducto estaba cantada. La Junta de Castilla y León no tardó en anunciarla. Pero la reordenación del tráfico interurbano también. La travesía de la N-110, que entraba en la ciudad por Vía Roma, cruzaba el Acueducto y salía por la carretera de Ávila a través de la avenida Fernández Ladreda (actual avenida del Acueducto) fue desviada por Padre Claret y Juan Carlos I. Si antes se tardaba cinco minutos en cruzar la ciudad, la medida disparaba el tiempo considerablemente. Aquellos días del verano de 1992 hubo que volver a aprender a circular por una ciudad partida en dos, con semáforos en ámbar durante semanas, módulos blancos y rojos de plástico haciendo de rotondas provisionales y recomendaciones a los peatones para que cruzaran el Acueducto con precaución ante el riesgo de desprendimientos.
La ciudad no tenía capacidad para sumergirse de manera repentina en una reforma de la movilidad de tanta magnitud. Carecía de aparcamientos subterráneos, de carretera de circunvalación, de alternativas al paso bajo los arcos, pero no le quedó más remedio que adaptarse y aprender a circular de otra manera, consciente de que la conservación del Acueducto era prioritaria. La reforma integral del tráfico llegó en diciembre de aquel año, tras varios meses de planificación. Muchas calles, la mayoría importantes, cambiaron de dirección. También se suprimieron semáforos y se planificaron glorietas provisionales con el fin de aumentar la capacidad de las vías. Hubo que modificar asimismo las líneas del autobús urbano y trasladar la parada de taxi del Azoguejo, que quedó instalada de manera provisional en la avenida Fernández Ladreda.
La reforma de la movilidad fue lenta y llevó años, aunque las bases se pusieron bajo los mandatos del alcalde popular (1991-1999). Lo primero que se hizo fue suprimir los semáforos de manera definitiva y acometer la construcción de las nuevas glorietas. Fueron surgiendo así las rotondas de la plaza Oriental, el Espolón, la Pista..., las de la carretera de La Granja y San Rafael, las de Santo Tomás, estación de autobuses y Sancti Spiritus... También agilizó el Ayuntamiento la cesión de la calle Coronel Rexach por parte del Ministerio de Defensa.
La parte baja de esta vía llevaba media vida engullida por las instalaciones del Regimiento de Artillería (actual campus María Zambrano). El cierre del tráfico en el Azoguejo urgía a su apertura porque poder circular por ella era una clara alternativa al paso bajo el Acueducto. El estamento militar mostró sus reticencias –«a nadie le gusta que le partan su casa por la mitad», llegó a declarar el entonces gobernador militar de Segovia, Víctor Rodríguez Cerdido–, pero la apertura de la calle acabó llegando. A todas las dificultades se sumaban las críticas de los hosteleros, que culpaban al Ayuntamiento del «caos» en el que había sumido la ciudad, lo que les estaba acarreando graves pérdidas. La construcción del aparcamiento de Fernández Ladreda en el lado occidental del Acueducto culminó en 1996 y el Gobierno inauguró la carretera de circunvalación en 2001. La variante era una verdadera necesidad, pues permitía alejar aún más el tráfico del Acueducto, porque las travesías de las carreteras seguían pasando a pocos metros, con Padre Claret como vía de subida y bajada. El aparcamiento construido bajo esta avenida, también planificado en aquellos años, abrió en 2009, ya bajo el mandato de Pedro Arahuetes.
Si el Ayuntamiento tuvo que gestionar la movilidad, a la Junta le tocó acometer la restauración del Acueducto. A los pocos días de decretarse el corte de tráfico, la Administración regional encargó a la empresa Geocisa un reconocimiento del estado del monumento. El 22 de julio de 1992, los operarios empezaban a instalar los andamios en los arcos centrales. Lo primero que se hizo fue apuntalar las dovelas de los inferiores y atajar así la posibilidad de desprendimientos. El informe elaborado por los técnicos locales ponía el acento en que el Acueducto experimentaba agresiones físicas y químicas a diario: vibraciones causadas por el tráfico, golpes y raspaduras, efecto cuña del agua helada entre las juntas de los sillares, presencia de flora en cantidades notables; humos de los escapes que aumentaban la acidez de la humedad ambiental y el depósito de hollines y grasas directamente sobre los sillares.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.