![Un espacio libre de casas, pero no de coches](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202207/12/media/acueducto1.jpg)
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Cuando se decidan ustedes a derribar todo esto que estorba la contemplación de este coloso de los siglos, en un radio de tres o cuatro kilómetros, acudirán a contemplarlo gentes de las cinco partes del globo terráqueo». Dicen que Castelar pronunció estas palabras en el transcurso de una visita a Segovia. El presidente de la I República puso el ojo en el contraste de la belleza del Acueducto con las casuchas populares que lo rodeaban.
La supresión de las construcciones próximas al Acueducto estaba ya en los planos que el arquitecto municipal Joaquín Odriozola trazó a finales del siglo XIX. Imbuido de los criterios decimonónicos que inspiraron los grandes ensanches, Odriozola pensó en la apertura de una gran plaza alrededor del Acueducto que exigía expropiaciones y derribos a ambos lados. El objetivo era conseguir una entrada a la ciudad plena, con el monumento romano como telón de fondo, y una mejor conexión del recinto amurallado con la carretera de La Granja. La falta de recursos en las arcas municipales impidió la materialización del proyecto.
EL NORTE ofrece esta semana cuatro reportajes sobre el corte del tráfico bajo el Acueducto, decisión adoptada en julio de 1992
Tras la Guerra Civil, el Ayuntamiento volvió a la carga. En los cuarenta, el Consistorio empezó a barajar la posibilidad de ejecutar una reforma integral del Azoguejo oriental, donde los automóviles y los autocares ya convivían con el ganado de los establos y corrales de las viejas fincas. La aspiración era abrir un espacio libre de obstáculos que facilitara la circulación de vehículos, despejara la contemplación del Acueducto y prestigiara el rincón más emblemático de la ciudad. Con estas premisas, la Dirección General de Bellas Artes convocó en 1946 un gran Concurso Nacional de Arquitectura al que concurrieron diversos arquitectos con las más variopintas ideas. Aunque el proyecto ganador nunca se llevó a cabo, la primera piedra de la futura plaza Oriental del Acueducto estaba puesta.
La apertura de la avenida de Fernández Ladreda y la adecuación de los accesos por la carretera de Madrona consumieron los esfuerzos en los años sucesivos, pero en 1957 el Ayuntamiento desempolvó sus viejas intenciones sobre el Azoguejo oriental, espacio en el que los coches ya tenían serios problemas para abrirse paso entre las casas que delimitaban las calles de San Juan y Gascos y alcanzar las carreteras de Boceguillas (Vía Roma) y La Granja (Padre Claret).
En febrero de aquel año, el alcalde de Segovia, Ángel Sanz Aranguez, escribe al ministro de Obras Públicas para que el Estado acometa la reforma. El regidor propone la desaparición «de todas las construcciones que en la actualidad embarazan y obstruyen el lógico acceso al Acueducto, construcciones en su mayor parte de pobre y precaria presencia, residuo de viejas aglomeraciones, que afean y desentonan notablemente en el marco que preside el famoso monumento romano». Favorecer la contemplación del Acueducto era el objetivo, pero no el único. Facilitar la circulación por las carreteras nacionales 110 (Soria-Plasencia) y 601 (Madrid-León) pesaba tanto o más. En abril de ese mismo año, el accidente de un camión sin frenos estrellado contra el pretil de la calle Gascos acabó por decidir la obra.
La hora de la verdad llegó en 1961. A comienzos de ese año, con el proyecto cerrado, el ingeniero jefe de la División de Planes y Tráfico del Ministerio de Obras Públicas ordenó la contratación de los trabajos. El plazo abarcaba los años 1961 y 1962, y el presupuesto de contratación rondaba los seis millones de pesetas, a cargo de las arcas estatales. El Ayuntamiento, por su parte, acordó ofrecer al Ministerio de Obras Públicas la cantidad de 722.620 pesetas para pagar las expropiaciones. La operación no estuvo exenta de traumas. Los industriales de los negocios arrendados, ante el inminente cierre de sus comercios, escribieron al alcalde verdaderamente angustiados porque, a punto de entregar las llaves como estaban, desconocían los importes que debían percibir por daños y perjuicios. Entre otras cosas, pedían que se les reconociera un privilegio o derecho de opción para adquirir directamente el solar sobrante una vez explanada la plaza. Los propietarios, por su parte, no percibieron el pago del justo precio hasta febrero de 1962, con las obras muy avanzadas, aunque el asunto de las expropiaciones coleó durante años.
La piqueta trabajó sin cesar durante aquellos primeros meses de la década de los sesenta en la demolición de los edificios del lado oriental del Acueducto. Las casitas de la calle Gascos, las cocheras de La Serrana y Galo Álvarez de donde partían los coches de línea a los pueblos, el inmueble que albergó el Parador del Acueducto, las tabernas del Tío Calabazas, del Mocheta y del bar Turismo... Un jirón de la Segovia más popular desaparecía con aquel derribo indiscriminado que acabó despojando de personalidad y humanidad el Azoguejo de siempre. El Acueducto ganó en visibilidad, pero perdió en tranquilidad y limpieza: aunque el tráfico era todavía escaso, a sus pies estaba surgiendo un nudo de comunicaciones por el que miles de vehículos iban a pasear sus tubos de escape durante treinta años.
La plaza despejada emergió sin los nuevos y distinguidos edificios que los arquitectos idearon en aquel concurso de la posguerra. Entre la calle San Juan y la nueva plaza, sobre el vano que dejaron las casas de Gascos demolidas, se habilitó una zona verde y una escalinata 'a la italiana' que mejoraban la visibilidad de la circulación y permitían la conexión con el paseo de Santo Domingo de Guzmán, al que anteriormente se accedía desde la calle de San Juan. Enfrente, junto a la llamada Casa Amarilla de la calle Ochoa Ondátegui, se construyó una plaza-lonja rodeada de unos muros de contención rematados con balaustradas. Encajonada la calle de Gascos y corregidos los rasantes, el resto del espacio quedaba completamente libre. La reforma integral no terminó hasta finales de la década de 1960. Sin embargo, en la práctica, el expediente continúa abierto.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
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