Molham Alhosin, en su nueva frutería de la calle Herrería. Antonio de Torre

Segovia

«Solo iba gente a ver cómo había quedado la calle, no a comprar»

Tras cinco meses de pérdidas, Molham Alhosin, primer comerciante de la nueva Blanca de Silos, hace las maletas y abre una frutería en el casco viejo

Lunes, 9 de diciembre 2024, 11:21

La frutería de Molham Alhosin, el primer comerciante de la nueva Blanca de Silos, aguantó del 31 de mayo al 10 de noviembre: 163 días para no ganar un duro. «Yo no soy una empresa, en ese local he puesto mi ahorro de cinco o ... seis años de trabajo». Más de 14 horas de trabajo al día para terminar el mes con deudas, obligado a pedir préstamos a sus amigos para pagar el alquiler. Un fracaso simbólico para la calle que el Ayuntamiento de Segovia quiere convertir en un punto comercial y turístico tras su peatonalización. «No es para turistas de fuera, sino para los segovianos. Pero no hay ni comercio ni viene nadie de fuera, no he visto chinos. Solo pasaba gente para ver cómo había quedado la calle, pero nadie compraba».

Publicidad

Molham llegó a Segovia con su familia hace siete años, huyendo de la guerra en Siria. Completó el itinerario de refugiado durante dos años, estudiando español y formándose en un taller como mozo de almacén. Su primer empleo fue breve –apenas diez días a pleno sol manejando placas solares– y el segundo ya fue el definitivo. «Yo buscaba cualquier trabajo, lo que fuera, para poder vivir con mi familia». Ahí empezó, sin ninguna experiencia previa, como frutero. Años después, se animó a abrir su propio negocio. Solicitó capitalizar el paro y con ese dinero –y algún préstamo de sus amigos– se lanzó a abrir la frutería. En uno de sus paseos a la universidad, donde estudia empresariales, se topó con el local de Blanca de Silos y el cartel de alquiler.

«Me gusta el trabajo aquí. No hay mucha competencia y las fruterías venden muy caro. El doble no, el triple»

Decidió abrir el 31 de mayo para darse un mes y medio de rodaje comercial mientras acababan las obras. «Cuando terminen la calle, voy a estar preparado», pensó. Pero la remodelación se alargó hasta septiembre y se cebó especialmente con su negocio. «De verdad, nos han jodido. Me he quedado dos meses con una cortina verde en la puerta y no entraba nadie al local». Una cosa es tener a la taladradora en la calle y otra, en la tienda. «Había una piedra grandísima justo en la puerta. Estuvieron ahí dos semanas picándola, era como hierro. Necesitaron dos o tres máquinas». Los fieles entraron, pero aquello era insoportable. «Hablábamos muy alto para escucharnos mientras la máquina estaba picando. Una ruina». Y eso son días perdidos. «La fruta y la verdura no aguantan; la compro por la mañana y la tengo que vender en el mismo día o, como máximo, al siguiente. He perdido mucho, mucho».

Cansado de perder dinero, probó suerte en Herrería y ha tenido que buscar un local más grande en la misma calle

Además de la propia idiosincrasia de la calle, proliferó la competencia. Apenas dos semanas después de arrancar el negocio, Gadis abrió un supermercado a escasos cien metros. «No ponen fruta de primera, pero los precios son muy bajos». A eso se añaden las fruterías marroquíes de la zona. «No es todo el mundo, porque tenía clientes fijos desde el primer día hasta el último, pero a mucha gente no le interesaba la calidad, simplemente quería comprar mandarinas baratas y no le importaba de dónde vienen».

Publicidad

Un drama comercial. «En estos cinco meses no he ganado nada». Una situación que ha puesto en jaque la precaria economía de una familia con tres hijos. «Ha sido muy duro. En tres años que llevo con la casa nunca había pagado el alquiler más tarde del día 3 o 4; en estos meses, no he pagado antes del día 20». Buscó soluciones, como abrir otra tienda pequeña en la Plaza «para que una ayude a la otra». En un local de la calle Herrería con menos de la mitad de superficie –apenas 50 metros pese a los 110 del de Blanca de Silos– empezó a trabajar el doble. «Joder, estoy perdiendo el tiempo ahí abajo». Lo abrió el 25 de septiembre y atendió ambos locales con la ayuda de su mujer y un empleado. Y cerró el primero en cuanto pudo.

Así desembarcó en la zona de la Plaza Mayor. «Me gusta el trabajo aquí. No hay mucha competencia y las fruterías venden muy, muy caro. El doble no, el triple». Así que un producto que en su anterior ubicación podía parecer caro es ahora una ganga. «Me dicen que ese precio es imposible, que no puede ser». Esos clientes que al principio no se creían los precios fueron quienes le gestionaron el cambio a un local más grande, también en la calle Herrería, en el que lleva unos días. Vecinos del casco viejo luchando por sus servicios: «Necesitamos una frutería como la tuya en esta zona, te vamos a ayudar. Si quieres un local más grande, puedes elegir». Pese a la mejor ubicación, apenas paga cien euros más de alquiler que en Blanca de Silos. Incluso algunos de esos clientes fijos se dan un paseo para comprar su fruta.

Publicidad

En poco más de un mes ha conseguido, por lo menos, saldar deudas con los amigos que le prestaron para pagar el alquiler. Sigue echando horas. «Te juro que no menos de 14». Perfiles muy variados, con más estudiantes de los que recibía antes, pues son una población dominante en el casco histórico. Ha aparcado sus estudios de Administración y Dirección de Empresas por muchos y buenos clientes. «Les importa mucho la calidad».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad