Un estadounidense de 20 años cenó a principios de semana con el italiano infectado con coronavirus. «Se sentó justo a mi lado en la mesa y me dijo: 'Es probable que tenga coronavirus'. Pensé que estaba bromeando, pero claramente no era un chiste. Realmente vino de la nada y se puso al lado». No mantiene amistad con él y ahora se siente indignado. «Estoy muy cabreado. Si no te preocupas por ti mismo, vale, pero hazlo por la gente que vive en tu residencia», declara este joven, que prefiere preservar su identidad. Pese a esa revelación en tono de broma no se tomaron mayores medidas y el estudiante, que acababa de regresar de Italia, pasó la noche como una más, en la misma habitación. Este joven no fue el único que estaba en esa conversación; asegura que al menos otros tres estudiantes escucharon aquel comentario jocoso. «Es chocante», insiste.
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Hace dos semanas compró por 30 euros una mascarilla con doble protección por la que emite un sonido nítido pero que cuesta identificar. «Lo hice porque me preocupo por mí mismo y por mi salud», explica. En los pasillos de la residencia se comentaba que hoy harían pruebas a los estudiantes. «Me quedaré aquí esta noche, no tengo otro sitio donde ir. Y si les pido a mis amigos que me acojan, no creo que me den alojamiento. Para el fin de semana pensaré algo», comenta.
El ambiente en la entrada de The Factory, la residencia de IE University en San Lorenzo, era de tránsito normal. Había alumnos con mascarilla, otros que se tapaban la nariz con la sudadera y otros que no soltaban el teléfono móvil y se reían ante una circunstancia del todo inesperada. Eran muchos los estudiantes que salieron con sus maletas –una veintena lo hicieron entre las ocho y las nueve de la noche, aunque un grupo de seis se fue de forma apresurada y tuvo que regresar cuando el personal de la residencia les pidió que antes de irse se inscribieran en un listado. Lo hicieron y, sin más trámite, se marcharon.
Victoria, una estudiante belga de 18 años, explica que conoce al afectado desde hace seis meses. Ella lleva puesta una mascarilla que compró hace un mes su madre y le envió por correo desde París. «No estoy preocupada, llevo la máscara por mis padres. Sé que a mí no me va a pasar nada, pero si ellos lo cogieran sería más grave», señala. Sale de la residencia a comprar desinfectante de manos. Y no se plantea pasar la noche en otro lugar. «No me voy a ir, no estoy infectada», afirma rotunda. Victoria, que no había salido de su habitación, no cree que las medidas de seguridad sean suficientes. «No es que estemos mal protegidos, pero es una residencia de estudiantes y todo el mundo comparte todo. Es fácil que se expanda». Su medida de protección será no ir a clase hoy. «Estaré sola en la habitación», afirma. Durante las dos horas siguientes al anuncio del positivo, los únicos coches que pararon en la puerta del local fueron los taxis que trasladaban a los estudiantes. Un grupo de alumnos llegó con dos carros de la compra de un supermercado cercano, entraron con ellos a la residencia y salieron 10 minutos después con sus cosas y los víveres. Había garrafas de agua, papel higiénico, aceite, cereales o leche. Las cargaron en dos taxis y se marcharon. «Es que cuando haya cuarentena no tendremos ningún sitio en el que comprar», resumía una estudiante antes de subirse al coche
Uno de los temas de conversación en la residencia era que el infectado jugó el martes al baloncesto con otros compañeros de la universidad. Había preocupación entre los deportistas del IE porque la semana pasada se disputó en Burgos el trofeo rector y los estudiantes de todos los deportes compartieron hotel y autobús. A nivel oficial, en el equipo de baloncesto no le conocen, lo cual no quiere decir que no haya disputado una pachanga con ellos.
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Entre los residentes en The Factory, las reacciones a la noticia del positivo fueron diversas. Hubo quienes se lo tomaron con tranquilidad e incluso bromeaban con sus mascarillas. La presencia de periodistas a la puerta de la residencia llamaba su atención y hacían fotos por la expectación generada. Otros volvían del supermercado con botellines de cerveza para una noche de jueves que el coronavirus no iba a condicionar. De hecho, otros reconocían que saldrían de fiesta: «Voy a salir. Aquí va a salir todo el mundo. Hoy es jueves, la gente sale».
Pero también hubo residentes que no ocultaron su preocupación e incluso su miedo. «Yo creo que me iré a Madrid. Estoy muy asustada. No me quiero quedar aquí», afirmaba Maia Bendazon, colombiana que estudia en la IE University, Carlota, madrileña de 18 años, llegaba desde Madrid y tenía su móvil ardiendo con una infinidad de 'fake news'. «Hay mucha información y no sabemos cuál es verdad», dijo.
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Pasadas las ocho de la tarde llegó a la residencia el jefe del Servicio Territorial de Sanidad, César Montarelo. «Sanidad tramitará las instrucciones que considere oportunas», declaró. «He venido aquí para ver cómo está la situación. Hay una preocupación, punto. No hay más». A su juicio, no había motivos para limitar la circulación de los estudiantes. «Los chicos están entrando y saliendo sin más».
Francisco Pérez, administrador de la residencia, explicó que Sanidad no les había pedido tomar ninguna medida ni para los estudiantes ni para los dieciséis trabajadores de la plantilla. «Lo único que estamos haciendo es, a la gente que se va a dormir fuera, pedir el número de teléfono y que nos diga donde van», declaró. Un cartel en los espacios comunes recomendaba llamar al teléfono habilitado por Sacyl en caso de tener algún síntoma de fiebre y malestar. A juicio de Pérez, el ambiente en la residencia era normal e incluso algo festivo. «Están con las mascarillas como si fuera un carnaval», indicó Pérez, quien se muestra preocupado «por las implicaciones que pueda tener» el positivo para la residencia con una posible cuarentena.
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Mientras tanto, los vecinos de la zona observaban desde sus ventanas el revuelo generado. «Ya no está en China o en Italia. Ya está enfrente de mi casa», lamenta Ignacio Morales, vecino del portal situado junto a la residencia.
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