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Riaza llora el accidente de tráfico que acabó con la vida de una madre y sus tres niñosEl proverbio dice que cuando una persona valiosa muere, el cielo rompe a llover. Riaza y sus escasos 2.000 habitantes vivieron ayer entre paraguas un luto compartido tras el fallecimiento el lunes de Mouna, una mujer de 36 años, y sus hijos Zaid, Reda y Riad ... , uno de cinco y otros dos de uno, cuando volvían de Segovia para y se estrellaron contra un camión en el kilómetro 160 de la N-110, en el término municipal de Aldealengua de Pedraza. «No ha muerto cualquier cosa, ha destrozado a una familia entera», resumía ayer uno de los hosteleros de la Plaza Mayor del municipio que defiende su anonimato porque los protagonistas, los amigos y familiares, están en la terraza.
Cuando los agentes llamaron a casa de Rachid Ahrouch, el primer emigrante de su familia –llegó a España en 1998– al mediodía del lunes, lo primero que hizo fue llamar a su hermano: «¿Qué has hecho?» Cuando salió de la ducha y abrió la puerta de casa, vio a un contingente: no solo estaba la Guardia Civil, sino un servicio médico. Esperaba cualquier otra noticia antes de saber que su cuñada, un apelativo demasiado formal para alguien a quien llama hermana e hija, acababa de fallecer en la carretera junto a sus hijos. Le dijeron que fuera urgentemente a Ayllón porque había que comunicar la noticia a su hermano Ibrahim, esposo de Mouna y padre de los pequeños. «Bajé desde mi casa, que está ahí, hasta la plaza para coger el coche, pero estaba temblando, no pude llegar». Los vecinos, ya sobrecogidos, le ayudaron y le montaron en taxi para que acudiera al encuentro.
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Luis Javier González
En menos de una hora, la plaza era un lugar anestesiado por un golpe letal. Rachid es uno de los responsables de que la colonia marroquí del pueblo esté por encima de las 150 personas, en torno a un 7% de su población. Vecinos integrados, muy queridos, que trabajan también en otras localidades vecinas.
Cuando recogió a su hermano del matadero, fueron al tanatorio de Segovia a reconocer los cadáveres, una labor que asumió en primera persona Rachid. Describe con detalle una escena imborrable, cómo reconoció parcialmente el rostro de su cuñada y a sus sobrinos tras lo que describe como un «accidente mundial». Se encontró con los dos vehículos en el viaje hacia la capital por la funesta N-110 –el personal le dejó pasar por la vía, cortada, al decirles quién era–, aunque apartó la mirada. «Vi el tráiler, pero no quise ver el coche. El agente de la Guardia Civil me contó llorando lo que había pasado. Me dijo que era el peor accidente que había visto en su vida».
Rachid se casó con la hermana de Mouna cuando ella tenía cinco años, por eso la considera su hija, aunque apenas sea 12 años mayor. Ella y su marido se conocían desde niños en Tánger y Mouna emigró primero, hace más de 15 años. Así tejieron una familia que desbordó ayer el espacio habilitado en la Casa de la Cultura de Riaza para una suerte de velatorio, un encuentro en el dolor, la despedida de una mujer que tenía dos hermanos, dos hermanas y más de diez sobrinas. La prueba de su integración, del cariño ganado con el paso de los años, es que cuando llega la comunidad marroquí hay más de una decena de vecinas sentadas en la sala, desde la panadera a la dependienta del día, dos de sus mejores amigas.
El carácter humilde de Rachid, que trabaja como empleado municipal, «barriendo las calles y lo que haga falta», le ha hecho un riazano más. «Ellos me quieren a mí y yo les quiero mucho a todos». Por eso reflexiona sobre el carácter efímero de la existencia: «Hoy estamos aquí en la vida y mañana estamos todos bajo tierra». Y promete que la magnitud del drama no les hará buscar otro lugar para vivir, ni a él ni a su hermano. «Nunca vamos a abandonar este pueblo porque no hay otro igual. Por eso estamos aquí en la plaza, con su gente. Compartimos el dolor, lloramos juntos».
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