Los restos de 114 segovianos siguen enterrados en el Valle de los Caídos
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Más de un tercio de los cuerpos trasladados, la mayoría de represaliados republicanos,está sin identificar«La víspera de ir a Cuelgamuros, se presentaron aquí con varias cajas de X pueblos de la provincia. Los de cada pueblo venían metidos en una caja grande y luego cada uno en unas pequeñas que se hicieron con medidas a propósito. Al día ... siguiente, lo cargamos todo mi padre y yo en un camión de transporte y lo llevamos al Valle de los Caídos. Allí echamos el día». Lo contaba poco antes de morir Mariano Maricalva, el enterrador de El Espinar, que trasladó el 20 de marzo de 1959 decenas de restos humanos al templo que Francisco Franco edificó como símbolo de su victoria en la Guerra Civil. Tras partir de allí los restos del dictador, el lunes lo hicieron los de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de Falange que el régimen convirtió en mártir. Sin embargo, allí siguen 114 segovianos; 42 (un 36,8%) sin identificar.
Un monumento funerario necesitaba cadáveres. Cuando Franco levantó el Valle de los Caídos, contaba con que sus partidarios cederían amablemente los restos de sus familiares para llenarlo, pero se encontró con muchos obstáculos. La familia estaba por encima de la cruzada nacional y cualquier sociedad quiere tener a sus muertos cerca. Así que los familiares que no puso el bando sublevado vinieron de los republicanos, bien porque estaban en fosas comunes sin identificar o porque, aunque estuvieran identificados, el dictador dispuso de sus restos.
El régimen mandó órdenes a los ayuntamientos para preguntar por los cuerpos disponibles. De Segovia salieron rumbo al Valle de los Caídos los cuerpos de 12 fosas. La mayoría partieron aquel 20 de marzo que recordaba Mariano, fallecido en enero de 2020 a los 95 años. Hablamos de las de Montuenga, en Codorniz, con nueve víctimas sin identificar; la de El Espinar, con 33 cuerpos identificados que salieron aquel día y en otros dos envíos posteriores de 1964; la de Ituero y Lama, con siete personas desconocidas; la de Rapariegos, con seis víctimas sin identificar, la de Riaza, con dos cuerpos identificados, la de San Cristóbal de la Vega, con ocho personas sin identificar; la de Donhierro, con 12 personas desconocidas, y una de Segovia capital con 27 restos con nombre y apellidos.
Aquella tarea debió ser ardua para un enterrador de izquierdas, hijo y nieto de sepultureros. Le recuerdan como alguien perseverante, muy simpático, de esos que hablan con todo el mundo. Cuando miraba al cementerio, tenía una infografía en la cabeza y sabía exactamente dónde estaba cada resto. El Espinar fue más metódico que otros pueblos y no abrió las fosas comunes: entregó cuerpos que estaban a disposición del régimen si las familias, en carestía de posguerra, no pagaban el terreno tras cinco años, algo que ocurría frecuentemente. «Mi padre era un hombre muy trabajador, muy luchador y le gustaba hacer las cosas muy bien hechas. No sé si lo consiguió, pero así lo intentó», defendió en un vídeo de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica grabado por Óscar Rodríguez. Alguien que tenía nueve años cuando Franco dio el golpe de Estado y vio de todo, como aquel obrero que ayudó a su padre a trasladar un cuerpo, se golpeó con una hoz y murió por una gangrena. O las llamadas en los años posteriores al conflicto porque habían aparecido restos en la carretera.
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Quince años más tarde, el 2 de noviembre de 1974, se sumó una fosa de Navas de Oro con siete personas identificadas. A estas nueve fosas se unen tres individuales que nombres que no aparecen en el listado de represaliados republicanos: Martín del Cursa Bergón (Montejo de la Vega de la Serrezuela), Antonio Pérez López (Segovia) y Santiago Santamaría Martín (Ribota). Los tres viajaron en el aquel camión de 1959.
La presidenta de la Asociación de Familias pro Exhumación de los Republicanos del Valle, Silvia Navarro, habla de la coartada de los republicanos sin nombre, un concepto acuñado por Fernando Olmeda. «Los republicanos trasladados al Valle fueron un mero apunte contable. Sus restos fueron trasladados siempre sin permiso de las familias y sirvieron para rellenar los espacios que dejaban los soldados franquistas porque la mayoría de sus familias se negaron». Aquellas fosas comunes sin nombre permitían el luto discreto de los perseguidos. «Todo el mundo sabía quién estaba ahí. Hasta que se los llevaron, claro».
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Navarro, tercera generación de aquellos represaliados, habla del sufrimiento de las familias y cómo se planteó recuperarlos cuando llegó la Ley de Memoria Histórica. «Lo que tratamos es que cerrar nuestras heridas». Su asociación cuenta con el hijo de un represaliado que cumplió 100 años en enero y vio cómo se llevaban a su padre. Le dijeron, riéndose, que no le iban a hacer nada y le apartaron del camión con un culatazo. Ahorró para comprarse una moto para visitar a su padre años después en una fosa que encontró vacía. «Este señor sigue esperando».
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de los 114 restos de segovianos trasladados a Cuelgamuros está sinidentificar, un 36,8%
La tarea se complica porque el proceso tuvo sus carencias. «Cuando exhumaban no lo hacían de una forma muy metódica y a veces se dejaban restos en las fosas. Al llegar al Valle, las personas encargadas de adecentar los restos se dedicaban a contar los cráneos». Así que los 114 de Segovia podrían ser más. Con todo, el dato no es elevado en comparación con otras provincias, subraya Navarro. «Son pocos, no se realizaron traslados masivos desde la provincia».
La asociación espera nuevos pasos del Gobierno central para recuperar a sus familiares. «Lo único que proponemos es que saquen a nuestra gente de ahí». La viabilidad está por ver, pero los osarios son grandes almacenes de cajas que, subraya la asociación, están «en un estado de conservación óptimo para el tiempo para todo el tiempo que llevan allí», un juicio refrendado por dos informes de Patrimonio Nacional. El secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez, aseguró el miércoles que están finalizando los trabajos previos para entrar en las criptas. «Que utilicen la tecnología de identificación genética, que para eso está. A las familias, por lo menos, se nos debe el intentarlo».
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