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Jóvenes actores representan una obra teatral frente a multitud de visitantes.

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Jóvenes actores representan una obra teatral frente a multitud de visitantes. Antonio Tanarro

Un pueblo entero convertido en teatro

Aguilafuente recrea el Sinodal, el primer libro impreso en España, mediante la representación de 27 obras por medio centenar de vecinos que atrae a unas 7.000 personas

Sábado, 3 de agosto 2024, 22:19

Hay 27 representaciones de teatro entre el viernes y hoy en Aguilafuente, pero una está por encima de las demás. 'El Obispo y el Impresor' es la esencia del Sinodal, la recreación en apenas 17 minutos de la entrevista entre Juan Arias Dávila, un obispo con aires renacentistas, y Juan Parix, el impresor que le convenció de las bondades de la imprenta frente a la oposición de un fraile inquisitorial, que resume en una frase lo que aquello logró: «¿Cómo podemos gobernar a un rebaño que sabe tanto como sus pastores?» Un salto a otra dimensión, pasar de la canícula de un sábado de agosto a las seis de la tarde a una sala municipal con apenas un centenar de personas y una oscuridad acogedora con olor a incienso acompañada de velas, tapices y libros. Así se gestó la primera impresión de un libro en España, en 1472, un orgullo que los vecinos llevan dos décadas celebrando en cada calle. El pueblo entero es un teatro, un lugar con 562 habitantes censados que crece hasta casi los 7.000 a lo largo del fin de semana.

El acto central del Sinodal es una entrevista que debió producirse, pero de la que no hay pruebas, algo que eleva su atractivo literario. El presidente de la Asociación Sinodal de Aguilafuente, Tomás Conde, hace de obispo. A Parix lo debe recrear «un chico joven entusiasta», pues era un soñador –pudo ser discípulo de Johannes Gutenberg, inventor de la imprenta– llamado desde Italia por Arias Dávila porque las copias del sermón dominical había que llevarlas a caballo a 40 parroquias. En el salón caben apenas más de cien personas y el espacio está cotizado. «Tenemos que dejar a gente fuera»

Antes de vestirse de obispo, Conde pregonó un chascarrillo, 12 puntos con puro aroma medieval, desde la orden del Concejo para que los cerdos no anden sueltos y que «no hagan guarrerías» o la prohibición de aliviarse en la vía pública: que las aguas mayores y menores se hagan en orinales y corrales. «Que las mozas guapas y casaderas se cubran debidamente, pues andan los mozos rijosos y encendidos». También recoge mensajes del párroco. «Se hace saber que las tabernas están llenas y las iglesias, vacías». Como respuesta, «para alivio de las almas», ofrece un cuartillo de vino aparte de la hostia en la comunión.

Los últimos puntos narran una divertida historieta que empieza con el anuncio de los padres de «la Benita» que su hija está en edad casadera, invitando a los mozos que la pretendan a pasar por su casa. Benigno, el de los pichones, la reclama para él, pero la pretendida le rechaza y prefiere a Mariano, el hijo de la Pascuala. Después, este último la rechaza y ella dice que simplemente lo dijo para deshacerse de Benigno. Todo acaba con el cuerpo de Mariano en el rio y Benigno preso antes de que la Santa Inquisición resolviera el entuerto al descubrir a Benita como bruja. Así se recrea el lenguaje de una época en plena plaza.

Gran implicación

El Sinodal cumple su vigésimo segunda edición desde su nacimiento en 2003 –tampoco paró en 2020, aunque no hubiera representaciones– y cuenta con 300 socios, más de la mitad del pueblo. «No sabíamos nada de teatro», reconoce Conde, que recuerda aquellas primeras reuniones con la única ambición de representar una obra: el sínodo que convocó Arias Dávila en la Iglesia de Santa María para meter en cintura a un clero que se le iba de las manos. «Muchos no sabían rezar el Padre Nuestro en latín; es como si un médico no sabe lo que es la penicilina». Lo que aparece en el libro es la reforma de las costumbres, recogidas por un notario –bautizado en el pueblo como Benito, porque sí– en los diez primeros días de junio de 1472. La impresión se hizo en la calle Velarde de Segovia.

El éxito del primer año sumó nuevas obras como la de un impresor díscolo. Cuando Conde contó ayer las representaciones del fin de semana y llegó a 27 –algunas se repiten– se sorprendió. «¡Qué susto!» Obras de vecinos del pueblo, 52 actores, un elenco que va desde la cantera de niños pequeños, un grupo de 17 de entre cuatro y nueve años que tuvo su obra para foguearse, a un veterano de 72 años, uno de los que más papeles interpreta. «Es que parecen profesionales porque la gente se lo toma en serio. Esto no son recreaciones, es teatro histórico. No conocemos otro sitio que difunda la historia con tanto teatro en un fin de semana». Un escenario constante con obras como 'Las Fabetas' –por analfabetas–, cuatro mujeres que hablan de la «emprenta» y se preguntan si se aquello se come, como el queso.

Conde trató de responder el año pasado a la pregunta del millón: cuánta gente hay en esas calles abarrotadas. «Como les cuenta la policía», resume. Cuantos transeúntes por cada metro. «Habría gente repetida, claro, pero calculé cerca de 7.000 personas en dos días y medio». El viernes hay más vecinos y menos turistas, pero el peregrinaje de 'La ronda de Fray Antón' –va por los bares haciendo escenas de cinco minutos mientras el público toma el vermú– fue ya un baño de masas.

Y el día está lleno de actividades, hasta casi medianoche. El programa incluyó por tercer año un certamen de teatro breve con cuatro compañías. «Se han apuntado más, pero hemos tenido que decir que no. Somos un pueblo, nos desborda». Cada una escenifica su obra, de unos 20 minutos, a lo largo del viernes y el sábado: se disputan el premio mediante una suerte de semifinales y final. La mejor de cada día –hay un jurado con representantes del pueblo, un profesor de literatura o un experto en teatro– disputa la 'final' del domingo: la ganadora se lleva 1.500 euros, la segunda, 1.000, y las dos restantes, 700.

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