Segovia
El primer comerciante que desembarca en la renovada Blanca de SilosSegovia
El primer comerciante que desembarca en la renovada Blanca de SilosMolham Alhosin prepara la apertura de su frutería con el cariño de quien ha puesto en el proyecto sus ahorros y su alma. Este refugiado sirio convertido en comerciante local de pleno derecho tiene apiladas en una estantería las medias docenas de huevos que regalará ... a los clientes que gasten más de diez euros. «Ahora no quiero ganar dinero, sino que la gente pase y vea». No será fácil, pues la calle Blanca de Silos estará en obras al menos hasta julio, pero su negocio, Frutas y Verduras Palmera, es el primero que se suma a esta vía en plena peatonalización. Como el Titanic, el local aún huele a recién pintado. «Cuando terminen la obra, la gente va a ver una frutería nueva en una calle nueva».
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Molham llegó a Segovia con su familia hace siete años, huyendo de la guerra en Siria. Su primer hogar llegó en la calle San Carlos Borromeo, donde compartía hogar con otros refugiados amparados por Accnur. Completó el itinerario de refugiado durante dos años, estudiando español y formándose en un taller como mozo de almacén para buscar trabajo. Su primer empleo fue breve –apenas diez días a pleno sol manejando placas solares– y el segundo ya fue el definitivo. «Yo buscaba cualquier trabajo, lo que sea, para poder vivir con mi familia».
Cuando llegó el primer día a la frutería confesó no saber nada y el jefe le dio un trapo para que limpiara los cristales. No hay grandes diferencias entre el género que se vende en Siria y el de España, pero había algunas desconocidas como la papaya. «Hay cosas que no había visto en mi vida. Además, hay distintos tipos de cualquier producto. En la tienda teníamos diez puestos de nectarina o fresquilla y estuve uno o dos meses para aprender cada uno». Cualquier rato sin clientes era un buen momento para aprender el género y cómo escribirlo en castellano. Con todo, pasaron los años y los clientes le corregían de vez en cuando: «Hijo, esto se escribe así». Terminó trabajando allí cuatro años y medio, los dos últimos como encargado.
Molham asegura que no baja los estándares del producto, aunque se lo regalen, y resume la receta de una frutería: «Hay que tener todo bueno, limpio y tratar bien a la gente». Cando pasa por su antigua frutería siempre hay algún cliente que le pregunta dónde está. «Conozco a mucha gente, me dicen que ahora van a venir a mi tienda», subraya esperanzado alguien que atiende con una sonrisa. Se explica porque quiere devolver el buen trato que ha recibido. «Yo quiero ser lo más feliz posible. Y cuando veo alguien contento, ese sentimiento entra a mi corazón. Me siento bien cuando veo una sonrisa, tanto de los clientes como en la calle».
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Esos clientes que le piden una piña buena. Y él acierta. «Yo conozco la piña dulce de la que está mal». Y le preguntan: «Hijo, ¿Cómo lo sabes?» Su respuesta: «Con tiempo». Lo dice un frutero por esfuerzo, sin tradición alguna. «Desde pequeño, cuando yo quiero hacer una cosa, la hago bien». Por eso estudia Administración de Empresas en la UVA y ha aprobado cinco asignaturas en el primer cuatrimestre, levantándose a las cinco de la mañana para estudiar antes de que sus tres hijos se despierten. «Yo no pierdo el tiempo». Pese a que su español oral es precario. «Ha sido difícil, he estudiado muchísimo». La preparación para abrir la tienda le impedirá presentarse a los exámenes del segundo cuatrimestre. Uno de los motivos para el negocio es que, si prospera, quizás pueda contratar a un ayudante y estudiar por las mañanas. Pero tiene claras las prioridades: «Es más importante el futuro de mis hijos que mi futuro». También traduce de árabe a castellano con una ONG.
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Se vio sin empleo y buscó una solución permanente. «El paro sirve para uno o dos meses, para encontrar trabajo. Si no, voy a llegar a un día en el que no tenga nada». Así que solicitó capitalizar el subsidio y con ese dinero –y algún préstamo de sus amigos– se lanzó a abrir la frutería. Y en uno de esos paseos a la universidad, se topó con el local de Blanca de Silos y el cartel de alquiler. Y vio en la obra una oportunidad. «Yo tengo este local ahora por eso. Si no hay obra, no está disponible». Para alguien que vive cerca y pasaba a diario por allí, vio como un soplo de aire fresco la vía sin aparcamientos. «He visto la calle muy distinta. Antes, solo pasabas; no veías nada ni a derecha ni a izquierda. Ahora veo la calle abierta, grande, tranquila, con la gente paseando. He imagino cómo va a estar sin coches. Me ha gustado mucho, de verdad. Por eso he puesto el negocio».
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Decidió abrir el 31 de mayo para darse un mes y medio de rodaje comercial mientras acaban las obras. «Cuando terminen la calle, voy a estar preparado en la tienda cuando la gente venga a ver la calle». Aplicará una de las enseñanzas de la universidad. «Voy a tener todo de aquí, kilómetro cero. Es lo que le gusta a la gente. Muchos productos vienen de fuera y cuestan más baratos, pero yo no confío». Señala el gusto de los segovianos por la fruta de temporada y la variedad de sus compras.
Pese a ser el nuevo inquilino de la calle, no ha preguntado a los comerciantes vecinos. «Uno te va a decir una cosa y otros, otra. Estoy andando en este camino; lo que encuentre es lo que hay». Allí espera a esas mujeres mayores a la que alcanzaba las piñas porque no llegaban a cogerlas, que prefieren que él meta la fruta en la bolsa. A los que le preguntan diariamente: «¿Cuándo vas a abrir?» O a un chico que le pide un limón que él le regala porque aún no tiene montada la caja y se niega a aceptar un euro a cambio. La sonrisa siria llega a Blanca de Silos.
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