Victor Manuel | Cantante
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Victor Manuel | Cantante
«Es una pasada que un 'playback' con luces valga 300.000 euros»Miguel Ríos fue a un concierto de Antonio Machín, ya en pleno declive, con su madre, que le dijo al salir del teatro una frase que sería decisiva en su carrera: «Miguel, tú no des pena». Víctor Manuel (7 de julio de 1947) tiene grabada ... esa anécdota que llevó al hijo a asegurar una retirada digna, aunque fuera temprana. La gira con la que celebra sus 75 años hace este sábado parada (21:30 horas) en las Noches Mágicas de La Granja no tiene visos de ser la última. Al asturiano le queda cuerda para rato.
–¿Qué explica su longevidad?
–Supongo que hay algo genético, pero a una determinada edad te mueve mucho la ilusión. La base está en que quieras hacerlo; hay gente que prefiere irse a su casa mucho antes. Y que te acompañen las fuerzas.
–¿Qué le diría a aquel chaval que escuchaba Discomanía?
–Todo lo que salía por ahí me parecían unos señores mayorcísimos. Pensar que uno está ahí, cantando a los setenta y tantos… Y hacerlo bien, sin dar pena. La gente de tu generación te mira con un cierto orgullo, que a esta edad no se tiene que ir uno a la basura, a ver obras por la calle a ver qué pasa. Se pueden hacer otras cosas. También tiene que gustarte el trabajo; el mío es totalmente satisfactorio, entiendo que el que está picando piedra con un martillo está esperando que llegue el día y la hora para jubilarse. A mí eso no me pasa.
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–¿La nostalgia cotiza alto?
–Cerramos este concierto con una canción de 1981 que, como conclusión, dice: «Aquí cabemos todos o no cabe ni Dios». Está más de actualidad que nunca porque hay gente que quiere devolvernos a la caverna. El público reacciona con un respingo y se levanta de la silla: «Coño, esto es lo que quería escuchar». Esto no es nostalgia, es presente absoluto.
–¿Ha puesto la pandemia en valor el arte presencial?
–Ha habido una especie de euforia. Tiene que ver con que la gente gastó poco durante la pandemia y ha ido en masa cuando han vuelto los conciertos, sacando las entradas con una antelación tremenda. Esa necesidad de salir y de mostrarse. El subtítulo del espectáculo, 'El escenario lo cura todo', es la sensación que tuve cuando volví a cantar con restricciones y mascarillas. Me daba un subidón tremendo, todas las noches le agradecía a la gente el esfuerzo de estar allí. Siguen saliendo como si no hubiese un mañana, y eso me da mucha alegría.
–¿Servirá la pandemia para crear arte?
–Me he encontrado con gente que se ha vuelto loca a componer y otra que no ha hecho absolutamente nada, y ahí me incluyo. No saqué la guitarra de la funda en tantos meses de pandemia, no le veía sentido, no tenía nada que contar. La situación me parecía una cabronada extrema, incluso para los que no hemos pasado la enfermedad. A mí me dio por ordenar la discoteca o los libros. Todo el trabajo intelectual que tenga que salir, saldrá, pero un poco más tarde. Requiere tiempo, sedimentación.
–Habla de una entrada no vendida como un juez implacable. ¿Ese es el criterio para dejarlo?
–Es el criterio imbatible, una señal inequívoca de que ya está, te tienes que ir a tu casa. A mí hace un montón de años que me preguntan si me estoy retirando, pero mientras vaya la gente a los conciertos, aquí estamos.
–¿Esa euforia hace que el sector sea ahora más rentable?
–Sí. Ahora estás llenando los sitios y la gente se ha acostumbrado a pagar entradas más caras. Todo eso redunda en cosas buenas para el espectáculo; mucha gente que no pensaba hacer una gira la está haciendo porque ve que se puede.
–¿Hay inflación en la música?
–Supongo que sí, la gente se está quejando de los festivales, que te cobren prácticamente por respirar o que tengas que sacar un bono de consumo antes de entrar. Eso son abusos, evidentemente. Pero cuando te enteras de los precios de la gente que lidera los carteles… Es que o el organizador se busca la vida de esta manera o palma con toda seguridad. Hay una gran inflación en los precios de los artistas. Esto se tiene que romper, es una pasada que alguien cobre 300.000 euros por un playback con luces.
–¿Qué siente cuando escucha a artistas como Quevedo?
–Yo escucho todo, por tener información, no porque me guste especialmente. Hay cosas a las que no soy capaz de encontrar el gusto, pero también es un problema mío: si hay millones de personas que se cuelgan de una canción es porque les gusta. Sí creo que ha habido un deterioro musical profundísimo en todos estos años. La variedad escasea, los algoritmos de las redes te hacen más uniforme la vida porque después de escuchar a Quevedo te para a Bizarrap, es un bucle, de ahí no sales. Podría mandarse de Quevedo a Jorge Drexler, pero eso no va a ocurrir nunca.
–¿Un cantante tiene derecho a 'morir' sobre el escenario?
–Vi a Charles Aznavour cantar con 94 años, tenía programada gira para el año siguiente y cuando se rompió la cadera pidió que le guardaran la fecha para cuando tuviera 96. En esas ya se murió. El ejemplo al contrario es el de Miguel Ríos, que se retiró pronto. Morir o deteriorarse en el escenario no es nada agradable. A mí no me gusta ver a un señor que dé pena, que no llega a las notas o camina con dificultad. Hay gente que ha cantado en silla de ruedas hasta última hora. A mí eso me angustia muchísimo, hay sitios más confortables para pasar la vida.
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