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La noche en que Sergi Roberto le pidió la camiseta a Jaime RequesJaime Reques sale al césped de los sueños de Barbastro, brinda su primera carrera para presionar a Frenkie de Jong y le duelen las piernas. «¡Si es que no he calentado!» Se quitó la sudadera a toda prisa, vio que no tenía la camiseta puesta y se la puso a la carrera. «Casi no me he mentalizado y voy a jugar contra todo un Barça». Fueron instantes borrosos, pero recuerda el reto de su segundo entrenador: «Se va Franky, tiene como marca asignada a Araújo. ¿Te atreves con él?» No había un no por respuesta. «Menos mal que no hubo ningún córner». Se creció, como su club, que tuteó a un coloso.
La plantilla conoció su cita con el Barça en el salón de actos municipal. Fue un 'spoiler', porque escucharon la señal de radio antes que el 'streaming' de la RFEF, así que contuvieron unos segundos el júbilo para esperar a las cámaras. «Ya había un montón de televisiones. Fue salir el Barça y a los diez minutos teníamos cada uno un micrófono en la boca». En su pueblo, Otero de Herreros, instalaron un proyector en el salón cultural para ver el partido. «Me mandaron vídeos luego. Verlo fue un orgullo».
El Barbastro jugaba el curso pasado en Tercera en un campo aledaño de césped artificial porque el actual estaba «impracticable» y hubo días en los que pasaba por poco en centenar de espectadores. «Recuerdo un derbi contra el Monzón un miércoles a las nueve de la noche que no estaban ni los familiares». El ascenso a Segunda RFEF sirvió para adecentar el terreno; la ocasión copera congregó a 6.000 espectadores y ha servido para que el club duplique sus abonados: de apenas 500 a cerca del millar. Un traje de gala que la plantilla vio levantarse en cada entrenamiento. «Cómo iban subiendo las gradas supletorias, la publicidad, los escudos en los vestuarios. Televisiones grabando nuestro entrenamiento». Cada jugador tenía 27 entradas a repartir; dos tercios fueron para sus amigos y familiares que viajaron desde Segovia, incluida su hermana, que se perdió la fiesta de los quintos. No le han faltado peticiones, sobre todo en el restaurante del padre de su novia, pero también por mensajes de gente que apenas conocía. «Una locura».
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Luis Javier González
Tras levantarse «cagado» el día que eliminaron al Almería en la ronda previa, esta vez amaneció más tranquilo. La plantilla se cita una hora y media antes de los partidos. El domingo quedaron a las 18:30 –jugaban a las 21:00– para salir juntos en autobús hacia el estadio. «Se me siguen poniendo los pelos de punta, parecía la Cabalgata de Reyes. Gente en cada esquina, móviles grabando, bengalas, fuegos artificiales…» Calcula que ese pasillo lo acompañaron entre 300 y 400 personas. «Se te suben las pulsaciones al máximo. Una vez entras al vestuario, se enfría un poco todo, como si fuese un partido normal».
Cuando el Barça salió a calentar, recibió una pitada premonitoria de una noche hostil. Antes, lo hizo el Barbastro. «Lo primero que hago cuando salgo al campo es buscar a mi familia. El otro día ni les veía. Con las torretas de luz parecía que estábamos jugando de día». Su entrenador, Dani Martínez, dio la charla previa –con cámara de por medio– y pidió perdón porque no podía dar minutos a los 23 de la plantilla. «Esto era un premio para todos y algunos no lo pudieron disfrutar». Su resumen es que en el banquillo se pasa peor que jugando. «Estaba loco por entrar, lo que más me apetecía en el mundo era estar ahí con ellos».
Su entrada pareció frustrarse cuando su equipo marcó el 1-2, pero el míster le dijo que no se sentara. Sin apenas tiempo para ponerse las gomas en los pies, escuchó la palabra mágica: «¡Cambio!» Su primera intervención fue un balón en profundidad al lateral que desembocó en un centro peligroso. «A medida que pasan los minutos, te quitabas la presión». Recuerda una conversación consigo mismo cuando su central le puso un balón en largo. «Voy a saltarla, pero vamos, me viene Koundé por detrás, me va a arrollar». Pero peinó aquel balón y ganó un duelo que no olvidará. Como otro salto con Lewandowski: el chico que jugaba hace un año sin fotógrafos tiene una instantánea para toda la vida. Y el reto de Araújo. «Impacta verlo en persona, es un bicho».
Su equipo luchó hasta el final con una presión muy efectiva. Le dijo a Marc, el delantero que marcaría el 2-3 definitivo: «¡Hay que apretar, que están cagados!» Y recuerda los gritos de Lewandowski: «¡Calma! ¡Tranquilos!» Así que cuando pitó el árbitro, se quedó a medias. «Te vas a casa con esa sensación de qué hubiese pasado si dura cinco minutos más. Empecé diciéndome, Jaime, disfrútalo. Pero te metes tanto en el partido que te olvidas de que estás jugando contra el Barça». Cuando fue a encontrarse son su familia, se le caían las lágrimas por inercia, sin llorar. «Fue un golpe de realidad. Vaya sueño hemos tenido».
Y la camiseta, la de Sergi Roberto. No solo se comprometió a dársela, sino que se aseguró de que le llegara y le dijo: «¿Y tú me puedes dar la tuya?» Quizás el detalle que más honra la actuación del Barbastro y enorgullece al segoviano. «Tuve que decir que no porque solo nos dan una. Él me dijo que claro, que me la quedase, que era un recuerdo único, pero ahora me arrepiento». Así que se compromete a hacerle llegar una: el 12 de Jaime Reques.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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