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Incredulidad total. Así define Jaime Reques lo que sintió cuando el Barbastro eliminó al Almería de la Copa. «Estaba celebrando por inercia, pero no me lo creía, ni estaba pensando en que nos iba a tocar un rival mayor». Uno de los clásicos de la Tercera aragonesa, el refugio de un segoviano que hizo las maletas para ser futbolista, se medirá al Barcelona el 7 de enero, el regalo de Reyes de su vida. «Es una locura traer a nuestro estadio a uno de los mejores equipos del mundo», resume en estos días de calma, de vuelta a Segovia, antes de la gran noche de su carrera.
Jaime, de Otero de Herreros, llegó con tres años a la Gimnástica Segoviana. Su madre, la gran impulsora, organizó la logística diaria —los entrenamientos eran a las 8:00 o las 9:00 horas— y cocinaba los 'tapers' con sopa y pollo. «Me cogía, me llevaba, estudiábamos en el coche, cenábamos, un jaleo…» Un niño que no se separa del balón. «Más de un cristal he roto a mi madre, algún farolillo, los rosales… Era una bronca y a seguir».
En su primer año, en fútbol sala, le dijo a su entrenador, José Antonio Minguela, que quería jugar de portero porque admiraba a Casillas. No le faltaron argumentos para decirle que no, principalmente su tamaño, pues era el pequeño de un equipo en el que el resto tenía un año más: «De ninguna manera, te van a matar». Fue azulgrana hasta los 18 años, hasta aquella liga juvenil que frenó la pandemia, en 2020. Fue el último año de Bachillerato de alguien que ahora estudia nutrición. Pero es futbolista, el sueño de pequeño. «No es la obsesión de un niño de querer ser el mejor del mundo, sino llegar lo más lejos posible. No me voy a dejar nada en el tintero, por eso me he ido hasta allá».
Ya antes de la covid, le llamó el Huesca —su juvenil jugaba en División de Honor— por mediación de un amigo para que fuera a hacer una prueba. Como el confinamiento lo impidió, la alternativa fue hacer dos semanas de pretemporada «con la ilusión de un niño pequeño». Ante la incertidumbre, echó matrículas en las universidades de Huesca, Zaragoza y Segovia. Pasó ese tiempo en casa de Jorge Pulido, actual capitán, al que conoció cuando jugaba en el Atlético B. «Aunque estuviese en Tercera, él era un ídolo para mí». Tenía una especie de precontrato con la Segoviana que, en teoría, le obligaba a entrar con el Segunda RFEF. Y también le llamó el Atlético Pinto, de División de Honor. Pero el Huesca se quedó con él y cobró su primer sueldo: cien euros.
Lo jugó todo en el juvenil de una cantera de Primera División y marcó cuatro goles como central y pivote defensivo; ahora también juega como interior, pero su perfil es el de un centrocampista versátil que ayuda en defensa. La separación de grupos por la pandemia le privó de jugar con los catalanes, con el Barça, pero el destino saldaría esa deuda. Tras aquel año, el Huesca, que ascendió con su filial a Segunda RFEF, quería renovarle para cederle a la Tercera aragonesa. Pero cambió la dirección técnica, el club desechó las cesiones y el segoviano se quedó sin nada. «Un jarro de agua fría».
Entonces le llamó el Biescas, un Tercera recién ascendido. «Cambio del fútbol profesional total a un pueblo del Pirineo, que les estoy totalmente agradecido por darme la oportunidad. Pero fue algo radical». Jugó casi todo y recibió en verano la oferta del Barbastro porque su entrenador, Josete Tomás, le conocía del Huesca. Al principio no le sobraron minutos. «Eres un chaval sin experiencia y estas categorías son duras, de gente que se las sabe todas». Pero llegó el invierno y encadenó una decena de partidos como titular, con el equipo en los puestos altos. Una racha final les situó en segunda plaza, lejos del único puesto de ascenso directo, pero llegó el regalo de destino. El Robres, que ganó la liga, bajó a Regional, arrastrado por el Ebro, del que era filial, descendido desde Segunda RFEF. Ahí se abrieron los cielos del Barbastro, que ascendió ganando en la última jornada al Huesca B y obtuvo el billete copero.
Jaime, de 21 años, renovó, pero los primeros partidos los vio desde la barrera. Tras tres puntos en seis jornadas, la directiva despidió a Tomás. «Fue una semana jodida, era el entrenador que me dio la oportunidad. Una persona pierde el trabajo, no sé si por tu culpa o por la culpa de todos». Su sucesor, Dani Martínez, le puso titular a la primera. «No me lo esperaba para nada, encima frente a todo un Alavés B». Un filial que rozó el ascenso a Primera RFEF. El Barbastro ganó. También la semana siguiente, ante otro filial, el del Zaragoza. Una mejoría que les ha llevado al parón en novena posición. Pero cuando llegó el partido de Copa ante la Ponferradina, aquello era casi un estorbo. «Estábamos centrados en la liga, es lo que nos da de comer. Pero llegamos en buena dinámica, el míster nos pone como motos y corrimos lo que no te puedes imaginar». 1-0 y un Primera como premio: el Almería.
La ocasión llevo allí a sus padres, amigos y pareja. «Fue un día muy especial, pero por la mañana estaba cagado». El Barbastro se adelantó a la media hora, pero Jaime se lo empezó a creer cuando un tiro Baptistao se estrelló en el palo: «Puede ser eh, puede ser». Un equipo como gato panza arriba descontando minutos hasta la victoria. Y el éxtasis. «Todavía no me lo creo».
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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