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Yanira M. no encontró su sitio en el instituto, pero no ha perdido el tiempo, sus 19 años recién cumplidos. Pese a haber repetido dos veces curso, tiene la ESO, una Formación Profesional, está sacándose el carné de conducir y se apuntará a francés en ... cuanto pueda. Habla de discriminación en el acceso de la población gitana al mercado laboral, pero para ella la etnia es una virtud, no un defecto: «Me siento muy orgullosa. Si me dijeran de volver a nacer, sería gitana, no me cambiaría». Lo que sí ha hecho esa experiencia es moldear su carácter luchador, el consejo que da a su círculo: «Es mejor intentarlo, que no quede en tu conciencia. Si cada uno pone su granito de arena, seguiremos avanzando».
Tras dejar el instituto en 2021, se tituló en Secundaria y en la FP Básica como técnica en servicios comerciales y marketing. Su itinerario académico iba bien hasta la pandemia, pero el covid golpeó con dureza a su entorno, con mucho familiar ingresado e incluso fallecimientos, y no se sintió apoyada por su centro. «Fue un dolor muy grande que no me permitía tener la cabeza para estudios. Cogimos muchísimo miedo, solo salíamos de casa para comprar. Y no se interesaron por mí». Repitió curso –como le ocurrió en quinto de Primaria cuando cambió de vivienda y de centro– y encontró una oportunidad en la FP. «Está súper infravalorada, mucho mejor que el instituto. Te abre puertas que piensas que están cerradas».
Como participa «desde pequeñita» en la agenda cultural de Secretariado Gitano –excursiones como por ejemplo al Zoo de Madrid–, entró en septiembre en su programa de empleo, hizo un curso de estética y ha recibido ofertas de trabajo por WhatsApp «casi todas las semanas». Tenía claro que quería ser administrativa, así que elaboró su primera carta de motivación y aprendió a venderse a sí misma: «Soy una persona con iniciativa, tengo facilidad para aprender rápido, soy puntual, trabajo muy bien en equipo y manejo muy bien el ordenador, las aplicaciones y las redes sociales». Y encontró empleo como administrativa en una entidad social, manejando Excel, elaborando documentos, haciendo llamadas. Quiere seguir estudiando, quizás el grado medio de Administración y Finanzas que tiene pendiente.
Así lucha contra el sentimiento de discriminación, anécdotas como el día que entró a un supermercado, salió sin comprar nada porque había una cola muy larga y tuvo que soportar los aspavientos del gerente: «¡Gitana de mierda!» Salió sin confrontarse, pero no lo olvida. «Quieren ponerlo bonito, que no hay discriminación, pasa todos los días. ¿Que hay menos? Sí, pero sigue habiendo. Se ve en las escuelas, hay compañeros muy racistas y el niño se siente inferior. Eso hace que muchos gitanos no quieran estudiar y otros que quieren, no puedan». Lo vivió en su primer colegio, los compañeros que no querían jugar con ella. «Luego me cambié y fue una maravilla. Por eso digo que no es en todos, pero si te pasa, te influye mucho».
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Luis Javier González
Ella tiene conocidos con mejor currículo que otros aspirantes que no han conseguido el puesto. «Luego la gente dice que por qué piden ayudas. La mayoría, por estas situaciones. Quieren trabajar y no pueden». Pese a las trabas, se siente orgullosa de quién es y de los valores de su entorno. «Cuidamos a los ancianos; nunca, nunca, los meteríamos en una residencia. El respeto que les tenemos no se puede explicar con palabras». Defiende sus tradiciones frente a la facilidad de las nuevas generaciones para mantener relaciones sexuales. «Me gusta que todo se haga con orden». Y el valor de la familia. «Es lo que nos saca adelante día a día. En un hospital nunca verás a un enfermo solo».
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