Marta Hernández, madre adoptiva
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Marta Hernández, madre adoptiva
La otra maternidad de Marta: «Fue como cuando te dan a un recién nacido»Marta Hernández ha conocido la maternidad de dos maneras distintas. Las dos primeras veces, en un paritorio. Y la tercera, en una casa desconocida. Allí estaba en acogida temporal Gabriel, que iba a convertirse en su tercer hijo. Cuando le conoció, estaba durmiendo en un ... carrito. «Cuando le vimos se apoyó en nuestro pecho como si le hubiéramos tenido toda la vida. No lloró, no extrañó a nadie. Fue mágico, como cuando te ponen a un recién nacido en brazos y le oyes llorar», recuerda. Así que le cogió y le dijo: «Ya estás con mamá».
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Luis Javier González
Esta segoviana, de 42 años, y su marido querían formar una familia y estaban abiertos a todas las opciones. «La adopción era un proceso muy largo. Como no sabíamos si íbamos a poder tener familia biológica, decidimos iniciar los trámites», cuenta Marta. El precedente de una adopción en la familia les animó, así que participaron en verano de 2014 en un curso de una semana, algo que mantuvieron en secreto hasta que coincidieron allí con unos amigos de sus cuñados. Allí descubrió que aquello no era idílico. Les hablaron de gente que se dio por vencida a mitad del proceso, de las exigentes evaluaciones familiares. O casos que no habían salido bien. «Porque cada niño viene con su mochilita y unos la tienen más cargada que otros», apunta. Con todo, no se asustaron. «Te cuentan lo crudo para que seas realista», añade Marta.
La pareja fue con el curso completado a la Junta. «Nos dijeron que esos papeles se iban a quedar quietos en la estantería dos o tres años para que te lo pienses bien porque hay mucha gente que consigue familia biológica y se echa para atrás». Eligieron la lista de espera de Castilla y León y rechazaron la adopción internacional porque algunos países no garantizaban que los niños no fueran robados o planteaban una adopción temporal y, por ejemplo, el hijo dejaba de serlo a los 18 años. «Hubo gente que lo inició en los dos sitios y donde antes les llamaron», señala la segoviana. Así que el proceso quedó latente hasta febrero de 2021.
Una decisión crucial para una vida que había cambiado. La pareja tenía ya dos hijos biológicos –de cuatro y dos años– y había dejado atrás la aspiración al tercero tras dos «malísimos» embarazos. «Teníamos claro que hasta aquí habíamos llegado; pero cuando nos llegó la carta, dijimos: ¿por qué no?» Tocaba valorar pros y contras. «Yo siempre había querido tres hijos y nos parecía una forma de que nuestros hijos vivieran también la generosidad, transmitirles esa parte humanitaria», relata Marta. Pero había miedos. «Nos planteamos muchísimo si, al no ser biológico, llegaríamos a tener el mismo cariño. Un año y medio después, puedo decir que sí. No tengo ninguna diferencia entre ninguno de mis tres hijos, cada uno tiene sus virtudes y sus defectos», comenta orgullosa.
El debate duró día y medio. «No era solo una decisión nuestra, queríamos implicar a nuestros hijos». El pequeño era reticente a cederla la cuna, pero la mayor era la líder y le convenció. Consultaron a otros familiares, con respuestas de todo tipo. «Unos se decantaban hacia un lado y otros hacia el otro, pero lo teníamos claro. Nos daba igual lo que nos dijeran». Así que presentaron la documentación, desde empadronamientos a informes de salud física y mental de toda la familia.
Unos tres meses después, empezó una fase exhaustiva de entrevistas a cada miembro de la pareja, de forma individual. Primero, la parte psicológica, con preguntas de todo tipo: infancia, sus familias, su relación. En torno a hora y media con cada uno. Marta recuerda alguna. «Si pensábamos que el niño iba a ser bien acogido en el pueblo, qué cambiaríamos del otro de la pareja o qué cambiaría con nuestros hijos de la educación que me dieron mis padres», era, por ejemplo, una de las cuestiones que planteaban. A ello se sumó un dossier con nueve preguntas de desarrollo y unas 200 tipo test prácticas sobre supuestos habituales de la maternidad. La trabajadora social evaluó su situación económica, cómo pensaban distribuir a los niños en la casa y si contaban con un coche amplio en el que cupieran tres sillas. Así le resumieron el proceso: «En un embarazo normal, el seguimiento te lo hace un ginecólogo; en este, lo hacemos nosotras».
El informe fue favorable, pero hubo un error: en el archivo apareció que la familia solo aceptaba la prematuridad como problema, cuando la «mochila» de los niños –que la madre haya consumido tóxicos en el embarazo o algún tipo de discapacidad– suele ser más pesada. Tras meses sin respuesta, preguntaron: «Oye, ¿cuánto falta?» Tuvieron que presentar un escrito en Valladolid, un informe aclarando todas las cosas que sí aceptaban gracias a la ayuda de una asociación vallisoletana.
Resuelto el error, el 21 de diciembre llegó la llamada y les citaron el día siguiente para proponerles un caso. «Fuimos el día 22 y nos tocó el gordo. Así se lo dijimos a la gente». En Servicios Sociales les leyeron el expediente del niño, su 'mochila'. Les preguntaron si lo aceptaban y les ofrecieron un rato de reflexión, un café. «Nos miramos y dijimos que no teníamos que pensar nada. Gabriel va a ser nuestro hijo», recuerda Marta aquel instante. Esa información pasa a formar parte del expediente, pero la familia adoptiva no puede revelarla. Cuando él cumpla 18 años, puede conocerla.
Mantuvieron el nombre original, aunque podían cambiarlo. «Solo lo habríamos hecho si hubiera coincidido con el de alguno de nuestros hijos y le habríamos puesto uno compuesto. Ya llevaba nueve meses oyendo ese nombre», relata la madre.
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