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Es médico jubilado y acaba de dejar atrás el coronavirus. El presidente de Cáritas Diocesana de Segovia trabaja desde su casa para enderezar el rumbo de una entidad cuya plantilla se ha visto especialmente mermada por el zarpazo de la enfermedad del momento. «De los 18 trabajadores que tenemos, 12 han tenido coronavirus», desvela. La sociedad los necesita sanos porque Cáritas tiene por delante mucho trabajo que acometer.
«Estoy bien, una vez que han pasado los síntomas, guardando esos catorce días que conviene guardar antes de empezar a retomar la actividad y salir, aunque solo sea para hacer la compra. Como el trabajo de Cáritas Diocesana, básicamente, lo hacemos de forma telemática, ya me estoy incorporando de manera paulatina a mis actividades. Me voy encontrando mucho mejor» , sostiene Mariano Illana.
El camino no ha sido fácil. Son muchos días y muy molestos. «Lo he llevado como he podido, con resignación y paciencia. Estuve dieciocho días con fiebre, a pesar del tratamiento, y acudí al Hospital General de Segovia en dos ocasiones, aunque no llegué a desarrollar neumonía. Nunca se sabe por dónde va a salir esta enfermedad. La sintomatología es variada y variable. Hay personas que no tienen ningún tipo de síntomas y otras que han tenido graves problemas, como neumonía y fallos multiorgánicos. Entre unos casos y otros, todos los que quieras. Un síntoma típico es la pérdida de olfato y de gusto. Mi mujer, que también ha sufrido la Covid-19, solo ha tenido ese síntoma. También es muy común la pérdida de apetito y el cansancio físico».
Coronavirus en Segovia
Mariano Illana es médico y sabe bien lo que debe hacerse en cada momento, aunque esto no te garantiza nada. «Yo mismo me miraba en casa la saturación de oxígeno, y cuando lo vi un poco peor, acudí el Hospital. Gracias a Dios no fue necesario ingresarme porque ni había neumonía ni la saturación era excesivamente baja. Además, fue cuando en el Hospital de Segovia se estaba viviendo una situación muy delicada». Afortunadamente, todo ha salido bien y el coronavirus es parte del historial médico de este hombre de 69 años que tiene tarea como presidente de Cáritas, entidad especialmente necesaria en tiempos de dificultad como los que se avecinan. «Han sido días muy malos para todos. En Cáritas lo hemos pasado muy mal. No es fácil trabajar con la plantilla diezmada, aunque no todos han caído a la vez. En el peor de los momentos coincidieron diez trabajadores de baja. Como, una vez pasada la enfermedad, se requiere un tiempo de cuarentena antes de conseguir el alta, hemos estado mucho tiempo muy apurados. Al último trabajador de Cáritas que ha estado ingresado en el Hospital le dieron el alta el lunes. Pero, vamos, todavía hay personas de baja».
El principal quebradero de cabeza para la dirección de Cáritas durante la crisis sanitaria del coronavirus ha sido la gestión de las dos residencias para personas mayores que posee en la provincia. Alrededor de 10 ancianos han perdido la vida en la residencia del Sotillo víctimas de la pandemia, aunque Illana está convencido de que son más. «No se les hizo la prueba y no lo sabremos nunca, pero desde que empezó todo han muerto 31 personas en la residencia de La Lastrilla. No todas han muerto de ello, evidentemente, pero sí más de una decena, que es el número de confirmados que tenemos», desvela.
La situación empezó torcida por la falta de material de protección. «No quiero culpabilizar a nadie porque, en realidad, esto nos ha pillado a todos con el pie cambiado, pero, antes de que empezara la crisis, a finales de febrero o principios de marzo, intentamos hacernos con material de protección: mascarillas, guantes, equipos de protección individual..., y no hubo manera de encontrarlo por ningún sitio. Nos dirigimos a la Administración y probablemente estaba igual que nosotros porque no pudo proporcionarnos nada. ¿Qué paso entonces? Que los trabajadores de la residencia empezaron a enfermar y el virus estaba ya dentro. Los primeros que cayeron fueron los trabajadores, no los residentes».
Cuando empezaron a darse las primeras bajas entre los empleados del centro y los primeros casos entre los residentes, la dirección tomó una serie de medidas. Como en la residencia del Sotillo las habitaciones son individuales, el aislamiento fue más sencillo. «Pero, claro, los residentes tenían también que comer, sus horarios, y hay cosas que, bueno, no se pudieron evitar. Me consta que se intentó hacer de la mejor manera posible. La falta de protección está en el origen de todo. Las bajas entre el personal se sucedieron y hubo un momento en que incluso nos quedamos sin sanitarios porque no había médicos ni enfermeras. De los cincuenta trabajadores que tiene la residencia, treinta coincidieron de baja. Tuvimos que contratar incluso a un médico a la espera de que se le convalidara la titulación porque no era español. ¡Pero es que no encontrábamos médicos por ningún sitio! La situación ha mejorado, pero todavía hay trabajadores de baja», admite Mariano Illana.
Las últimas cifras de residentes fallecidos que maneja el presidente de Cáritas Diocesana corresponden al lunes. «¿Cuántos han fallecido de qué?, me pregunto. Esta es la cuestión. En los últimos dos o tres días han muerto una persona de 103 años y otra de 95, y no sabemos si tenían o no coronavirus. Ya se han hecho algunas pruebas, pero muy tarde, y no tenemos certeza de que haya residentes que han fallecido a causa de esta enfermedad. Creemos que han sido entre 8 y 10, pero no estamos seguros de ello. Como no se han hecho los test de detección a su debido tiempo, el aislamiento ha sido más complicado. Una vez que se han realizado algunas pruebas –que no se han hecho a todo el mundo–, se ha procedido a aislar a las personas por plantas. En una están las sanas y en otra, las contagiadas. Los problemas, no obstante, son grandes. Hay que atenderlas, lavarlas, asearlas, alimentarlas, y no pueden bajar al comedor común, con todo lo que ello implica. Afortunadamente, en la residencia de Cuéllar la situación es mejor».
La situación ha obligado a reestructurar toda la organización y adaptarse al trabajo telemático, precisamente en un momento en que las necesidades sociales han ido creciendo. «Los que han tenido que trabajar lo han hecho el doble. El 16 de marzo, al poco de decretarse el estado de alarma y el confinamiento de la población, reorganizamos el trabajo. Entre otras cosas, decidimos no atender directamente al público, en las dependencias, y desviar las llamadas a un número de teléfono móvil que tendría siempre un trabajador social, para que valorara las necesidades o solicitudes que se dieran. A su vez, este trabajador social derivaría la cuestión al responsable del área involucrada: de mayores, de infancia, de orientación jurídica..., para que se pusieran en contacto con la persona y trataran de resolver el problema o cubrir la necesidad. Y así se ha estado haciendo y se sigue haciendo. En el caso del economato, lo mismo. Está abierto una hora al día y se atiende con visitas previamente concertadas o llevando alimentos directamente a las casas, porque hay gente que no puede salir de su domicilio. También se están haciendo transferencias bancarias puntuales para que personas en situación de vulnerabilidad y con escasez de recursos puedan disponer de los alimentos básicos».
Pasada la tempestad, vuelve la calma y Cáritas va recobrando una extraña normalidad, aunque la preocupación sigue centrada en las residencias de personas mayores que gestiona la entidad dependiente de la diócesis de Segovia, situadas en El Sotillo (La Lastrilla) y Cuéllar.
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