Bullying en Segovia
«Mamá, no quiero vivir así»Bullying en Segovia
«Mamá, no quiero vivir así»Pedro (nombre ficticio porque temen represalias) tiene pavor al patio de su instituto, el mismo que recorre en solitario «como una peonza». Un niño sin amigos, lamenta su madre, sin soluciones para proteger a su hijo del acoso que sufre. La consecuencia es que el ... menor no quiere ir al centro: «Está acojonado. Le dejaría en casa, pero no hago bien. Si denuncio, tampoco hago bien. ¿Qué hago?» Un dilema que se vuelve más oscuro cuando un adolescente de 12 años dice: «Mamá, yo no quiero vivir así».
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Luis Javier González
Pedro tiene dificultades de aprendizaje y una discapacidad reconocida del 33%. «El problema es que no se ve. Si llevara una muleta, incluso le ayudarían», reflexiona la progenitora, que narra un acoso que se remonta a los cursos iniciales de Primaria; en tercero le cambió de centro, pero el problema se ha agravado al pasar a Secundaria, hasta el punto de que la pasada semana superó la última frontera: el físico.
Cada edad tiene sus fases. En Primaria, era el niño que no sabía leer, el que no se entera. «Se dan cuenta de que no va al mismo ritmo que los demás y el docente ayuda al estar demasiado pendiente: atiende, atiende, atiende». Ella, profesora, lamenta que ese señalamiento sea habitual. «Tratan de ayudar, pero no lo consiguen», afirma. En ese primer momento la agresión se traduce en agujerear el plátano del almuerzo con un lapicero, una ofensa que puede herir más que un puñetazo. O encontrarse las zapatillas en el váter. Y lo que ella llama líder negativo capta al resto, que le aíslan.
Madre de un niño que sufre acoso escolar
Con los años, las amenazas resultan más enfurecidas. «Como te pille solo, te voy a matar», por ejemplo. Las nuevas tecnologías son un arma arrojadiza. Cada clase tiene su grupo, una herramienta educativa. El rechazo parte de ahí. «En el primer trimestre, más o menos bien, pero en cuanto le pusieron como el tonto de turno ya empezaron a tratarle mal», describe. El rechazo está en cualquier respuesta, desde preguntar qué tareas hay y recibir réplicas como «muchas». Esta madre contactó con los profesores. «No tuve respuesta, que el niño tiene que buscarse la vida como sea».
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De ahí a mensajes privados llamándole «gallina» e ironizando sobre sus dificultades. «Si has puesto hasta tilde, qué culto eres», le recriminan al menor. En apenas dos minutos, ese líder negativo creó un grupo de WhatsApp con más compañeros de clase con su nombre y un insulto común. El ingenio del agresor le lleva a, por ejemplo, buscar canciones relacionadas con su nombre. «Cualquier cosa valía para humillarle».
Lo habló con su marido, que confirmó su diagnóstico: «Bájate ahora mismo a denunciarlo porque no lo vamos a poder parar». Así que expuso el caso ante la Policía Nacional e informó al centro. El jefe de estudios le transmitió entonces que abrirían el protocolo y llegaron castigos a los impulsores, lo que dificultó aún más la vida de Pedro. «Al final, haciendo lo que crees correcto le creas más problemas», sonsaca la progenitora. En una ocasión, ensuciaron su mesa y su madre lamenta que la profesora se limitara a apartar la basura y continuar la clase. «¿Por qué no investiga cómo ha llegado eso aquí? No interviene», se queja.
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La familia volvió a recurrir al centro tras aquella frase sobrecogedora de un niño de 12 años que no quería vivir. «Les decimos que no estamos viendo ninguna medida eficaz, que esto está creciendo y va a acabar mal». «Hasta que no consigan hacerle el daño más grande, no van a parar», reitera al desvelar que dos alumnos de cursos superiores «le cogieron por banda» hace unos días.
Madre de un niño que sufre acoso escolar
Esta mujer pone también el acento en los padres de los agresores. «Igual que hay algunos que encauzan la situación, otros te dicen que no te metas, que son cosas de niños. Es la ley del más fuerte. Vale, el protocolo, pero es que estamos hablando de chicos de 14 años que dejan nuevo al mío. Que mi hijo tiene reconocida una discapacidad, solo quiero que me lo dejen tranquilo».
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Y su evolución, con diferentes profesionales, se estanca. No puede enfrentarse a sus agresores: «Es que son muy grandes», se excusa el chico. Su madre tiene que dormir con él. «Todo lo que consigo en sus dificultades va al traste, y no le puedo exigir. Los padres que están en esta situación, y habrá muchos, estamos desprotegidos, no nos entiende nadie», se lamenta.
En la última conversación con el centro, recibió la eterna sugerencia: «siempre tienes la opción de llevarle a otro centro», le conminaron. Ella responde: «¿Y con el resto no hacéis nada? Es que yo no puedo llevar a mi hijo de colegio en colegio. ¿Tenemos que estar huyendo toda la vida?»
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