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Abel Pascual, junto a su madre, tras conseguir el ascenso con la Gimnástica Segoviana. El Norte
La madre que parió a Abel Pascual

La madre que parió a Abel Pascual

El palentino pasó un año trabajando 13 horas al día en el bar familiar por un tumor cerebral de su progenitora, que rescató su carrera al pedir el alta voluntaria cuando le llamó la Segoviana

Sábado, 21 de septiembre 2024, 20:03

Abel Pascual vivió en meses las dos direcciones del amor entre una madre y un hijo. «Es la mayor suerte que he tenido en la vida». Así define a la mujer a la que suplió durante un año en el bar familiar tras un tumor cerebral que la tuvo once horas en un quirófano para salir y no reconocer a nadie. Solo con ese mismo amor se explica su recuperación milagrosa, que saliera un año después al auxilio de su hijo, se negase a que dejara el fútbol y pidiera el alta voluntaria para volver al negocio. Una temporada y media después, ella sigue en la barra y el central, que gracias a su vuelta pudo dar el sí a la Gimnástica Segoviana, juega entre los 82 mejores equipos de España en Primera RFEF.

El límite de la carrera de futbolista de Abel no llegó por su físico. Ni siquiera por su cabeza, porque se mantenía en pie contra viento y marea, contra un combo de dramas familiares que asustarían a cualquiera. Fue el tiempo, finito, por más que trabajara trece horas al día, entrenara otras dos y haya perdido la cuenta de cuántas dormía. Era más importante mantener en pie El Cafetín, un bar de Palencia con tres décadas de historia. «La situación económica era muy mala y la única forma de sacarlo adelante es que yo trabajara en el bar. Dos trabajos que son bastante duros. La hostelería y ser deportista de élite».

El diagnóstico del tumor cerebral llegó sin consuelos. «En un principio tampoco nos dan muchas esperanzas de que pueda volver a trabajar o incluso salir de la operación». Era benigno, pero medía casi siete centímetros. «Tenía lo que tenía en la cabeza y la pobre no razonaba. Ciertas decisiones que tomó no beneficiaron al ámbito económico del bar y nosotros nos empezamos a dar cuenta. La decía que fuera al médico, pero era tan cabezona que no iba». Tuvo que llegar el día en que dejó de ver para recoger el guante de su hijo.

Por si no fuera suficiente, Abel recibió dos días antes de la intervención, en septiembre de 2022, la noticia de que su abuela, a la que define como una madre, se le habían paralizado los riñones. «Me llama mi primo para decirme que no contáramos con ella. Que no podía haber trasplante». Así vivió once horas en la puerta del Hospital Clínico de Valladolid –no podía entrar a la sala de espera por los protocolos contra el covid– hasta que salió en coma inducido. «No la logro reconocer de lo hinchada que estaba. Los cirujanos nos dijeron que había sido una operación tremenda y que no sabían si iba a despertar, no se me olvidará esa frase en la vida». Al día siguiente, paseando por un centro comercial, recibe una llamada de un hospital. «Lo primero que se te viene a la cabeza es que ha muerto». Pero era otro hospital, el Río Carrión, de Palencia, porque acababan de ingresar a su padre por un fallo cardiaco.

Con ese panorama, se puso al frente de un bar endeudado mientras empezaba la temporada 2022-23 con el Palencia Cristo en Segunda RFEF. «Tuve que dejarme todos mis ahorros para pagar deudas a la vez que hacía visitas a hospitales». Unos cálculos que salieron adelante porque el club le adelantó casi medio sueldo. No tiene el dato concreto de cuánto se dejó, pero habla de «una barbaridad». Entrenando todos los días: solo faltó el de la operación. Tras un mes con el bar cerrado, entendió que la única forma de salir adelante era abrirlo y volver a sumar ingresos. Tanto su padre como su abuela salieron adelante.

Y su madre, también. «Es verdad que la primera semana fue muy complicada porque no nos reconocía y no sabía ni hablar, era vegetal». Así empezó un proceso lento, en casa, sin sobresaltos, con la memoria justa. Y Abel, con el sueldo de medio año ya gastado, viviendo al día. «Como podía. De septiembre a julio no descansé absolutamente ningún día». Pese a su compromiso, el Cristo descendió a Tercera y la previsión de que los entrenamientos pasaran a ser por la tarde, por tratarse de una categoría menos profesional, le llevó a decir que se acababa su carrera. «Tampoco me veía yo con tantas energías para volverme a tirar otro año con las palizas que me estaba metiendo. El bar lo curramos por las tardes y no me da la vida».

«No puedes renunciar»

Y mamá llegó al rescate. «Vio que me tocaba dejar el fútbol. Estaba bastante recuperada, pero no del todo». Y le dijo una frase que emociona: «Abel, hay que intentarlo, tú no puedes renunciar a tu sueño». Él dijo que «ni de coña», pero hablamos de una mujer de ideas firmes. Y así se encontró la médica una petición de alta voluntaria: «¿Tú estás bien? ¿Sabes lo que estás diciendo?» Y volvió a la barra, dos semanas trabajando juntos hasta que ella recordara las dinámicas del bar. «Lo que es la vida… Con dos cojones, mi madre saca el bar adelante y ahora mismo está perfecta. Eso ha podido hacer que yo ascendiera con la Gimnástica Segoviana».

Su entrenador, Ramsés Gil, llamó cuando «más negro» lo tenía todo. Fue la paciencia del club –unas tres semanas– lo que le convenció para decir que sí y dejar de lado otras ofertas. «Segovia y Palencia están bastante cerca, si pasaba cualquier cosa podía ir». Una odisea que le ha convertido en un futbolista de granito. «Estos últimos años han sido duros, pero digamos que tampoco lo he tenido fácil a lo largo de mi vida». Esos «momentos jodidos» que repasó en una sincera conversación con su madre. «Parecían pequeños. Tenías la sensación de que no eran tan grandes por la fuerza con la que luchábamos contra ellos. Es lo que ha hecho que en los partidos no me dé por vencido. La entrega, seguir luchando, aunque esté todo perdido. Encontrar a un entrenador y unos compañeros del mismo pensamiento me lo ha hecho fácil».

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Sin positivismos, resume así la vida: «Todo pasa por afrontar y resistir». Una temática transversal en el vestuario. «Empezabas a analizar la situación de cada uno, cómo se lo había tenido que luchar para estar ahí, que teníamos que ascender sí o sí». Quizás esa fuerza vital le ha convertido en tiempo récord en un capitán sin brazalete, una figura que comparte. «Han sido jugadores como Manu o Chupo los que me han permitido caer de pie en ese vestuario. Lo que tenemos es un conjunto de capitanes sin brazalete.

Y el ascenso llegó el 5 de mayo en La Albuera ante el Illescas. «Según pita el árbitro, no puedo evitar pensar en todo lo que me ha tocado sufrir. Decir que cualquier esfuerzo del pasado para vivir ese momento mereció la pena. Fue una liberación. Yo soy una persona que no tiende a emocionarse ni a llorar, pero caí rendido como un niño pequeño. Joder, ya era hora».

Con ese enfoque afronta la temporada. «Muchos te dirán que con ilusión; yo, con un hambre tremendo. Estoy deseando que nos salgamos en Primera Federación, competir en todos los partidos, jugarles de tú a tú. Da igual el escudo que tenemos enfrente, somos capaces de competir a cualquiera». Después de ver su carrera en el retrete, es la motivación hecha futbolista. «La vida me ha enseñado que no te puedes dar nunca por vencido. No han podido conmigo. Y no podrán».

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