Accidente de tráfico mortal en Segovia

El luto contenido de un pueblo hacia una mujer dedicada al cuidado de sus hijos

Los amigos de Mouna la recordarán como una madre dedicada al cuidado de sus hijos, fiel a la tradición musulmana. Sus hijos, especialmente los dos de un año, eran un «terremoto», recuerda el hostelero, al que le ha bastado un mes en el pueblo, al que llegó para huir de Madrid en busca de tranquilidad, para adorar al mayor, de cinco años. Le decía: «Pepe, guapo». El objetivo: la caja de chupa-chups de la que echa mano al lado de la cafetera. Por eso uno de los jóvenes responde en el velatorio así a la pregunta de cuánta gente integraba su círculo de confianza, a cuántos esperaban: «Todo el pueblo».

La tradición islámica dice que las mujeres llevan comida al velatorio para compartirla entre amigos y familiares, una forma de asimilar el dolor en compañía y de despedir a los fallecidos. Mientras, los hombres cumplen con la parte más litúrgica en una pequeña mezquita. Un hecho así hace que la comunidad reivindique un cementerio musulmán o un templo más grande. Hoy, tercer día de luto, repetirán la misma rutina mientras en un lugar que suspendió sus actividades.

Los restos de los fallecidos irán a Tánger, frente a la casa de la madre de Mouna, viuda, una decisión de su marido, que aún no ha pisado la casa familiar, en parte porque los juegos de llaves estaban en aquel coche que volvía de Segovia por un simple trámite burocrático: los papeles médicos de los dos niños pequeños. La personificación del dolor más extremo que puede sentir el ser humano deambula por la plaza del pueblo entre la lluvia con un abrigo amarillo mientras su jefe llega para darle el pésame. Sus amigos buscan el equilibrio entre dejarle espacio y cuidarle, «que no haga ninguna tontería».

Carmelo Muñoz, carnicero, ilustra la conmoción anónima de todo el pueblo. «Casi no he dormido en toda la noche, sin conocerlos, pensando quiénes eran, haciendo memoria. Y no me venían a la mente». Fue su manera de sentir el drama, por eso ayer les puso cara y dio el pésame al viudo. «Muchísima tristeza. Mi mujer coincidía todos los días con el niño mayor, se lo encontraba en la misma calle. Era un sol, simpático, majísimo. Yo les habré visto cien veces en el parque». Un pueblo en el que todos se conocen de vista, aunque no medie palabra. «La concentración estaba llena de gente porque les ha ocurrido algo que te podía haber pasado perfectamente a ti». La magnitud de la tragedia atrajo a las principales televisiones de ámbito nacional

Todo el pueblo se pregunta cómo ayudar al hombre del abrigo amarillo. «Es imposible, no se puede», dice el hostelero. Layla, prima segunda de Mouna, aboga por refugiarse en la fe: «Desde el día que nacemos, Dios decide el día exacto en que vamos a morir. Por eso estamos agradecidos; si no lo aceptamos, no nacemos. Lo dice el Corán. Después del accidente, están en el paraíso. Bastante han sufrido».