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Las horas extra de los estudiantes para preparar la EBAULa Biblioteca Pública de Segovia, el hábitat de opositores y estudiantes universitarios, suma estos días una nueva especie: los candidatos de la EBAU. Les caracteriza su apariencia juvenil –aunque dos chicas que podrían pasar por menores de edad tuvieron que reivindicar que estudian cuarto de carrera–, la ausencia de apuntes –el grueso de su estudio está basado en los libros de texto– y su convivencia comunitaria, unos grupos de amigos que afrontan con la nostalgia de la inminente despedida los nervios de los exámenes de acceso a la universidad.
Tras el silencio de rigor que exige el paso a una biblioteca, un grupo de alumnos de la EBAU ocupa una de las mesas rectangulares de una sala aledaña. Hay ordenadores portátiles, libros de texto o esquemas multicolor plastificados que podrían presentarse a un concurso de diseño. Y en la otra punta, una mujer con su ensalada que se asegura de no salir en la foto porque, como ella misma recuerda, tiene ya 40 años y se niega a cursar de nuevo esos exámenes. «No, por favor», responde con un alivio irónico.
La proliferación de estudiantes de la EBAU ha revalorizado el espacio para el resto de estudiantes. Es el caso de Antonio Fraile, opositor a bombero, que acude todas las mañanas y le ha tocado madrugar más estos días para asegurarse una silla que en ocasiones no está disponible. «Se nota más movimiento», resume alguien que pide a la biblioteca habilitar más espacios. «El otro día me dijeron que me levantara de un sitio que luego estuvo vacío toda la mañana». El ejército de estudiantes que hacen sus obligados descansos a la entrada del edificio, con las graminias en floración y escasos huecos de sombra, es amplia: desde el debutante que fue ayer a la biblioteca por primera vez a los veteranos.
Alejandra Gómez llega a la EBAU con un 7,3 de nota media en Bachillerato y un objetivo: mantenerse tras los exámenes de acceso a la universidad por encima del 7,1 porque es la nota de corte para estudiar arquitectura. «Con aprobar y destacar un poco más en alguna, entro fácil». Acabó el curso hace dos semanas y reparte las horas de su día entre asignaturas. Para Física y Matemáticas, repaso; Literatura e Historia son las que más tiempo requieren, pues es un proceso de pura memorización. Vive en Cantimpalos, así que necesita una hora: sale de casa, coge el autobús a Segovia y el urbano hasta la biblioteca. Allí pasa las mañanas, hasta la una de la tarde. «Me concentro más, en mi casa no me cunde. Cualquier cosa me distrae; me pongo a jugar con el perro o empiezo a pintar en cualquier hoja que tenga a mano».
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La imagen de Alejandra, de 17 años, es la de alguien que tiene bajo control la situación. «No estoy nerviosa, todos mis amigos mayores me han dicho que la EBAU es más fácil que el curso». Un enfoque que no comparten todos. «Tengo amigas nerviosísimas». Ella asume que esa sensación aparecerá también en ella cuando llegue el momento de la verdad, pero no espera nada excesivo. «Antes del primer examen estaré atacada. Siempre llego a los exámenes pensando que no me lo sé y luego cuando te pones a escribir sale todo».
Teresa Juárez tiene una media de 8,6: varios dieces para compensar un cinco en Matemáticas, su talón de Aquiles. Sus horarios de estudio superan una jornada laboral convencional: de 10:00 a 14:00, de 17:30 a 21:00 y de 22:00 a 2:00, su turno más efectivo, libre de distracciones. «No hay nadie más despierto y no me da la tentación de salir a la calle». Un hábito que aguanta estos días porque toca apretar. Vive en La Granja de San Ildefonso y se desplaza a la biblioteca con su hermana. Ayer repasó Historia (franquismo) y Biología (metabolismo) por la mañana para dedicarse a Lengua y Matemáticas por la tarde.
Su grupo de amigos trabaja en equipo. «Solo te concentras más, pero cuando te lo explica otro te quedas con algo y te acuerdas mejor luego». Cada uno tiene sus peticiones para el examen. En Historia, ella quiere romanización o unión dinástica; en Literatura, el modernismo. El argumento es el mismo. «Se me da bien y es el tema más corto. Así puedo ganar tiempo para otras preguntas porque me parece que hay poco. El examen de Lengua es muy largo». Además, es el primero. «Según cómo te salga ese va a determinar los demás».
Su grupo afronta con nostalgia las últimas mañanas de estudio entre amigos. «El día de la graduación lloré un montón, no me quiero separar de mis compañeros. Siempre se dice lo típico de que no va a pasar, pero seguramente con muchos pierda el contacto». Una pandilla con perfiles de todo tipo, desde el que lleva estudiando todo el curso y «se lo sabe todo, básicamente» –el precio por estudiar Medicina– a otro amigo que se lo toma más a la ligera y «estudia de vez en cuando» porque le encanta el campo, su pueblo, y quiere ser ingeniero agrónomo. Teresa quiere estudiar Enfermería y necesita una media final de 8 para entrar en la Fundación Jiménez Díaz.
En su experiencia académica, esta granjeña habla de una presencia cada vez mayor de las tecnologías. «Tenemos todo más al alcance, se hace todo mucho más rápido y efectivo. Las cosas que no sabes las puedes buscar en vídeos de YouTube o Google antes que irte a un libro y leértelo». Algo que también está presente en los descansos. «Estoy con el móvil». El denominador común de los estudiantes que se turnan a la puerta de la biblioteca, a la espera mañana de su día D y su hora H.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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