Hontalbilla: Calaveras que recuerdan lo efímero de la vida

La vida es coyuntural, a veces casi instantánea. Eso quieren recordar las calaveras de la llamada Casa de las Ánimas Benditas en Hontalbilla. Allí están en el dintel de la puerta para que lo efímero de nuestro paso por el mundo no nos sea ajeno. El uso de cráneos humanos en el arte puede parecer macabro, pero es algo que sucede en bastantes pueblos de la provincia.

Pero Hontalbilla –curioso una villa escrita con 'b'– no se limita a la visión de calaveras y a su mensaje sobre la fugacidad de la existencia. Es un pueblo alegre, en plena tierra de apreciados y valorados pinares y equidistante de las bulliciosas localidades de Cuéllar y Cantalejo; la vida en su Plaza Mayor, con la Casa Consistorial, así lo acredita.

En su patrimonio histórico y artístico, además de las calaveras de las ánimas que recuerdan que somos mortales, destacan dos edificios religiosos: la iglesia parroquial dedicada a San Pedro en Cátedra y la ermita del Santo Cristo de Hontariego. Ambos fueron reformaron a finales del siglo XX.

El templo está construido en piedra y destaca su extraordinaria torre de tres cuerpos, realizada toda ella en sillería. Su planta es en forma de cruz latina, con tres naves y una cúpula sobre el crucero y con unas bóvedas que están revestidas con unas yeserías barrocas. En su interior, en la capilla mayor, luce un excelente retablo barroco, donde se entroniza a San Pedro. Una importante colección de obras realizadas en plata completan el valor de la iglesia; entre ellas se encuentran una cruz procesional del siglo XVI; un cáliz del siglo XVII, obra del platero Gabriel de Segovia, y una custodia de sol que regalaron los mozos del pueblo en 1629.

No tan rotunda, pero sí muy coqueta y arreglada es otra de las referencias patrimoniales de Hontalbilla: la ermita del Santo Cristo de Hontariego. Ubicada en un despoblado a unos tres kilómetros del pueblo, fue objeto de una gran rehabilitación en el último año del siglo pasado.

Es un lugar de devoción, de romería a mediados del mes de mayo, en un hermoso paraje que nos recuerda que la vida es también bella y no solo efímera, como se empeñan las ánimas en advertirnos en su morada en el pueblo.

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