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laura lopez
Segovia
Lunes, 13 de abril 2020, 12:30
La necesidad de consuelo ante la carga extrema del trabajo por parte de los sanitarios, el despertar de un sentimiento de trascendencia ante las últimas horas de vida de los enfermos y una pregunta que se repite: «¿Dónde está Dios ahora?». Estos son los frentes abiertos para los dos capellanes y la hermana de la capilla del Hospital General de Segovia, donde han muerto hasta la fecha 146 personas.
Uno de los capellanes, Henri Tshipamba, explica que la pandemia está suponiendo una época «de mucha presión» para los religiosos, que han visto trastocada su rutina ante el aluvión de pacientes que piden su ayuda para obtener consuelo espiritual o el sacramento de la unción de enfermos, y el incremento extremo de trabajo de los sanitarios, que también buscan refugio en la fe.
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El servicio de atención religiosa en los hospitales está reglado por un decreto nacional y un convenio de colaboración entre la Gerencia Regional de Salud de la Comunidad de Castilla y León y los obispados de la región, que data de 2004. A través de este texto, se determina que el Obispado, en este caso el de Segovia, hace el nombramiento de estos capellanes para evangelizar «una casa de todos, que es el hospital» según explica el capellán: «Es la misión de que la iglesia que ha de salir y no quedarse encerradas en los templos», apunta.
A raíz de este acuerdo, los capellanes se turnan para que siempre haya uno en el centro en turnos de guardia de 48 horas seguidas, durante las cuales celebran misas, dedican su tiempo a la oración y están permanentemente disponibles ante cualquier emergencia a través de un 'busca', como si de un cirujano se tratara. Además, cuando acuden a visitar a los enfermos, los religiosos tienen que equiparse con el material de protección reglado, como el resto de trabajadores, que incluye guantes, batas, gorros, mascarillas y pantallas.
Una de las labores que más ocupa su tiempo estos días es ofrecer consuelo y confesar a los profesionales sanitarios, que en ocasiones encuentran en esos ratos su único momento para desahogarse. Aunque esta es una labor que los capellanes desarrollan «encantados» y guiados por su gran vocación de evangelización, también conlleva gran responsabilidad y mucha presión.
«Vivimos en una sociedad en la que parece que la fe estorba», explica el padre Henri Tshipamba, quien confiesa que, en ocasiones, los jóvenes le increpan «Pero bueno, sacerdote, ¿es que no tiene usted nada mejor que hacer?», reproduce el cura. Y sin embargo, «cuando toca», como en estos momentos de crisis sanitaria, la pregunta es otra: «Padre, ¿puedes rezar?».
Algo parecido ocurre en lo referente al sacramento de la unción de los enfermos. El capellán lo ilustra con el refranero popular: «Uno se acuerda de Santa Bárbara cuando truena». En este sentido, el religioso lamenta que este acto se haya desvirtuado en la actualidad, y llama a la sociedad a recapacitar sobre su significado, ya que a menudo es solicitado únicamente «en modo de urgencia», cuando, lamentablemente, se está «en las últimas». «La gente se ha quedado con la imagen de la extremaunción, cuando aparecía el cura para llevarse el alma del enfermo, pero ese no es el verdadero significado».
Por contra, según explica este sacerdote, el sacramento debe celebrarse cuando se padece una enfermedad con el objetivo de aliviar el sufrimiento, pues este lo coloca «ante el rumbo de la esperanza», al recordarle que él, como cualquier otra persona, no es «dueño de su vida», sino un mero «administrador»: «Ya que no soy dueño de este día, tengo que vivirlo como si fuera el ultimo», señala Tshipamba. Otra de las situaciones más difíciles a las que se enfrentan estos enviados de la Iglesia en el hospital es a las dudas que surgen tanto a los sanitarios, como a los demás trabajadores del centro, a los enfermos y a sus familiares: «Padre, ¿dónde está Dios?».
Ante esta pregunta tan común en tiempos de crisis, el capellán hace la siguiente reflexión: «No es que Dios esté 'permitiendo' esto, él nos creó por amor y para el amor, y también nos ha regalado la libertad». Por lo tanto, afirma, «el mal viene de esta libertad y no de Dios y su lugar es el de abrir una brecha con la solución del perdón de los pecados». Ese lugar está materializado de alguna forma en la capilla del Hospital, desde la que estos días, el capellán no para de repetir el mismo mensaje: «La muerte no tiene la última palabra, sino la vida, que viene de Dios».
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