Águeda Marqués (19 de marzo de 1999) se le ha hecho larga la primera semana de los Juegos Olímpicos. Ha visto la natación desde el sofá antes de coger el avión el día 3 para correr a las 10:05 horas de este martes la ... ronda preliminar de los 1.500 metros lisos, un premio de cuatro minutos por el que lleva peleando cuatro años. Lo cuenta en la explanada de San Marcos, en un reducto de sombra para huir de un calor de justicia, con el Alcázar como centinela, la estampa de tantas fotos de bodas que también es la de su infancia. Una vida de entrenar, comer, fisio o descansar que continúa a poco más de una semana del gran momento de su vida. Sufrió como nunca para conseguir la mínima exigida por la RFEA, que no cayó hasta el último día, en el Campeonato de España. Habla de liberación y se da el permiso de soñar, por qué no, con meterse en la final, mejorar su marca personal (4:03.78) y demostrar lo que siente en sus piernas: que puede bajar de los cuatro minutos, la frontera de la excelencia.
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«Si no es entrenar es fisio. Si no es fisio, es doblar». Desde el jueves aplica el 'tappering' definitivo, una figura que ha aprendido a apreciar este año y que consiste en dejar descansar al cuerpo durante la semana para que dé las máximas prestaciones el día de la competición. Así consiguió aquel tiempo salvador de 4:03.90 en La Nucía, seis décimas por debajo de la marca exigida (4:04.50). Y lo hizo ocho días después de quedarse a ocho centésimas en Madrid, entre lágrimas, porque sentía que aquello era el final, tras una temporada llena de obstáculos, de la anemia que le dejó fuera del Europeo de Roma, de no alcanzar su mejor versión.
—¿Cómo se levanta del disgusto de Madrid?
—Uf… Pues mal [ríe]. Me levanto en plan: «Qué mal, no sé si voy a ser olímpica». Triste, pero a la vez nerviosa. Tenía un poco de ansiedad: «Si he hecho 4m4s en Madrid, encontrándome súper bien, no me había subido el láctico de estas veces que llegas reventada a la meta, seguro que al nivel del mar puedo hacerlo muchísimo mejor». Mi entrenador decía que podía hacer la marca sola; igual en el de España me podía salir. Pero nunca he sido muy 'front runner', que se dice, de llevar yo la carrera. Soy de las que se pone detrás y aprieta al final. Pero bueno, me arriesgué y salió. Esa semana fue horrible.
—¿Cómo de horrible?
—Tenía mucha tensión, me levantaba con ansiedad, no puedes parar de pensarlo. La duda de: «¿Cómo me van a dejar en casa faltándome ocho centésimas? ¿Me van a llevar o no?» Es que estaba estresadísima, hasta me salió un grano en la cara. Nivel extremo. Estuve así para Selectividad, pero nunca más. Además, soy una persona súper tranquila, nunca me ha dado el cortisol alto. Yo duermo fenomenal, pero esa semana tenía que relajarme, leer algo; me levantaba, lo pensaba y me volvía a dormir. Toda la semana sin hambre y tenía que comer bien para rendir. Después del Campeonato de España, tuvieron que pasar cuatro días para que me volviera el hambre. Fue horrible, de verdad. La peor semana a nivel atlético de mi vida, cien por cien.
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—¿Es justo poner a una persona tan al límite?
—Es injusto poner así a alguien que por ranking está clasificada. ¿Te hace mejor atleta? Igual sí. Saber sobrellevar esa tensión siempre te hace crecer y te prepara para otras situaciones. Si he superado esto puedo soportar cualquier cosa, lo he pasado muy mal.
—¿Cómo recuerda la carrera de La Nucía?
—Iba con mi suegro y cuando me fui para la cámara de llamadas, le dijo a mi padre: «No sé cómo va a correr esta niña hoy, a ver si empieza a dar las vueltas al revés». Me veían súper nerviosa. Yo estaba súper concentrada, no oía a la gente, en mi mundo, pensando cómo lo iba a hacer. Que no se me fuera el ritmo: no pasarme en la primera vuelta, mantener un poco en la segunda e intentar morirme en el último 500. Porque hacer 4m03s por la cara tampoco no lo veía nada claro. No sé cómo salió.
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—¿Cuántas veces se ha visto ese año fuera de los Juegos?
—Todas. Desde que ha empezado el aire libre, me he visto fuera. Me pasan 80.000 cosas: cojo covid, el hierro bajo, todo mal. Estaba pensando cómo lo iba a afrontar para que psicológicamente no fuera un mazazo demasiado grande. Pero la esperanza es lo último que se pierde. Cuando entrenaba por fin y me quedaban tres semanas, vi que no tenía carreras. Y la última vez que había competido, me arrastré. Era sí y no todo el rato.
—¿Qué sintió cuando cruzó la meta?
–Tardaron bastante en poner el maldito tiempo, estaba estresadísima mirando por todos lados. No sabía en cuánto habíamos hecho el último 500. Llegas y no sabes muy bien, puedo hacer 4m03s o 4m05s. No estaba para nada segura. Fue liberación: «Ya está, ya se ha acabado todo después de estos 15 días tan malos. Voy a ser olímpica».
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—¿Cómo se mejoran segundos en un 1.500?
–Si en una buenísima carrera hiciera 4m02s o 4m01s estaría contenta, pero tampoco mucho. Me veo capaz de morder tres o cuatro segundos a mi marca personal; no me ha salido, pero estoy para hacerlo.
—¿Qué necesita?
–Una buena carrera, por Dios. Que salgan a ritmo desde el principio. Que no haya muchos movimientos porque pierdes muchas fuerzas. Y que la gente te lleve. Una carrera de 'meeting', yo casi nunca las tengo. En un campeonato también pueden salir.
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—¿Qué trabajo hay detrás?
–Mucho esfuerzo, tanto mío como del equipo que me rodea. Yo soy la que corro, pero todos aportan su granito. Mi padre ha hecho lo imposible; me hace de liebre o de masajista cuando no voy con Noel Marqués. Mi entrenador [Arturo Martín Tagarro]… no es fácil aguantarnos. Mi novio [Adrián Ben, quinto en los 800 en los Juegos de Tokio]. Somos personas muy histéricas que miramos mucho por nuestros intereses directos porque si no, las cosas no salen.
—¿Un deportista es egoísta?
–Sí, un deportista de élite lo es mucho. Y lo tiene que ser, también te digo. Si no, te comen o no llegas al máximo nivel. Tiene que mirar que todo esté bien, desde la alimentación al rendimiento. Y para la gente de fuera pareces un loco.
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—¿Qué ha dejado por el camino?
–Todo. O muchas cosas. No tenemos una vida para nada normal, nuestro día a día es entrenar, comer, dormir, descansar, entrenar. Y todo lo que se salga de eso, trastoca tu preparación. Hay momentos en que te puedes permitir ciertas cosas, pero tienes que ser súper disciplinado para que las cosas salgan.
—¿Hasta dónde llega su flexibilidad? ¿Se toma una coca-cola?
–No me pongo muchas barreras, simplemente como saludable, comida real. No voy al Burger King y no me tomo una coca-cola, pero de estar tan centrada ya no me gusta la comida basura. Cuando estoy de vacaciones, echo de menos entrenar: voy corriendo a la fuente, fuera de forma, y digo: «Madre mía, que mal me encuentro. Cómo puede la gente normal vivir así».
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Luis Javier González
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—¿Qué papel ha jugado Adrián Ben?
—Me da otros puntos de vista. Él ya ha vivido las cosas que estoy viviendo ahora. En Tokio, él se jugaba los Juegos con otras seis personas. Juega un papel muy importante porque me sabe ayudar mucho, decirme cómo estar en situaciones que se me van de las manos. Los dos nos aportamos cosas diferentes. Él también se tensa con algunas cosas y le digo que esto lo hacemos porque nos gusta, que todo lo que nos haga sufrir hace que este deporte no tenga sentido.
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—¿Es tan 'killer' como parece?
–Sí. Nosotros le decimos que es un animal competitivo. En todo, juegas unos bolos con él y también tiene que ganar: «Tío, relájate» [ríe].
—¿Su mejor consejo?
—Que tengo que estar relajada ante todas las situaciones: solo trabajar en hacer el plan y olvidarme del resto. «Si no nos ponemos nerviosos, va a ir bien». Y tiene razón, la gente se empieza a sugestionar con lo que entrena cada uno. Y cuando me lo dice es porque estoy nerviosa, así que digo: «Ya está, me relajo».
—¿El deportista es el peor enemigo de sí mismo?
—Sí, sí. Es que es difícil a veces [hace una pausa]. Es que en muchas ocasiones tú quieres una cosa y tu cabeza piensa en otra. Estás todo el rato peleando con tu cabeza para convencerte de que tienes que hacer esto sí o sí. Que no puedes dejar que tus emociones se descontrolen.
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—¿Qué serían unos buenos Juegos Olímpicos?
—Darlo todo, llegar a meta diciendo que no podía hacer más. Si sale una carrera rápida, me encantaría hacer marca personal. Y pasar de ronda. Sé que está muy caro, pero me gustaría luchar.
—¿Marca personal o pasar de ronda?
—Pasar de ronda. Es un campeonato y venimos a lo que venimos.
—¿Cómo le explica a la gente el abismo de casi diez segundos entre su marca y una medalla?
—Es muy difícil. La gente que no está en el mundillo no lo entiende o cree que cinco segundos no es nada. Rascar uno o dos segundos en un 1.500 es una barbaridad. Yo digo a veces: «Si quieres que te lo explique, corre una vuelta a la pista y luego intenta hacerlo tres segundos más rápido».
—¿Se permite el delirio de grandeza de imaginarse con una medalla?
—No, ahora mismo, no. En la final sí que me puedo imaginar. No digo que vaya a pasar porque es algo muy poco probable, pero alguna vez puede pasar. Siempre hay sorpresas. El año pasado se metió una chica que no se debería haber metido y esa podría ser yo . Tampoco me imaginaba meterme en una final en mi primera internacionalidad absoluta en pista cubierta y quedé séptima de Europa. Pensar en medalla son palabras mayores, ojalá pueda imaginármelo algún día. Hay que tener mucha calidad y correr mucho. Demasiado [ríe].
—¿De qué está más orgullosa?
—He llegado a una cosa que es lo que más me apasiona en la vida. Es lo que quería. Lo que quiere todo el mundo en esta vida es ser feliz y, literal, esto me hace muy feliz. Me enorgullezco de haber conseguido algo que me hace muy feliz y que puedo vivir de ello. Es el culmen de la carrera de un atleta.
—¿Qué le diría a la Águeda de hace 10 años con lo que sabe hoy?
—Que merece la pena, pero también que me relaje en algunas etapas de mi vida. No viví mi año en Estados Unidos como quería porque quería ser atleta profesional, tenía la cabeza ya demasiado disciplinada. O mi primer año en el colegio mayor de Madrid. Quería ser lo que soy ahora, pero me hubiera permitido un respiro.
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