Segovia

Cuentos cantados para saber que hubo lavanderas

'El pañuelo de la abuela', su segundo trabajo, continúa el primer cuento-disco de Triguiñuelas, 'Un día con el abuelo', la puesta en escena en el Juan Bravo –con mascarillas y sin subir a nadie al escenario– de un grupo formado en 2018 a raíz de un proyecto de la Diputación de Segovia llamado 'Sobre la tela de una araña' para programar conciertos de música folk en la provincia de cara a los niños. Paula Gómez, violinista, y Silvia Sanjuán, la vocal, compañeras de colegio desde los tres años en La Granja de San Ildefonso, formaron un esqueleto que ahora completa la asturiana Anaís Betrán a la guitarra. «Hemos descubierto que podemos vivir de la música a través de este proyecto».

El primer trabajo relataba un viaje para conocer cómo era un día del abuelo cuando era joven: un molinero que, por ejemplo, visitaba a las panaderas y aprendía sus ritmos. «Era un trabajo más de nuestros recuerdos de cuando éramos pequeñas», explica Sanjuán. Canciones como 'El señor don gato', 'La niña de la fuente' o 'La chata berenguela'. El segundo mantiene algunas obras clásicas para enganchar al público más mayor, pero ha sumado la investigación en cancioneros de Castilla y León –incluso con influencias del folclore murciano o aragonés– y los oficios tradicionales. La mayoría ya desaparecidos, testimonio de una época casi olvidada pese a ser bastante reciente: lavanderas, labradoras, segadoras, lecheras y pastoras, al mismo tiempo que madres y cuidadoras.

Y lo hace con una trama más elaborada. «No nos da tiempo a beber agua en escena porque están todo el rato pasando cosas. Hay más teatro además de toda la parte musical». Una historia ilustrada por Tamara Sastre, artista granjeña, narrada por el músico y escritor Ismael Clemente y las propias Triguiñuelas. Para la dramaturgia, han contado con la colaboración de la actriz y titiritera local La pícara locuela. Lo que habitualmente es una hora se alargará en el Juan Bravo para recrear una fiesta de pueblo, pues tocarán con los músicos que han colaborado en la grabación del disco. Una orquestina antigua, esos músicos que iban con boina y tirantes, con percusión, bajo y coros, además de dulzaineros, tamboril y bombo, con la compañía de los gigantes y cabezudos de La Granja. La idea original era convocar a familias y niños, pero la hora tardía abre el abanico a un público adulto y nostálgico. «Que vengan los niños en pijama para que solo tengan que acostarles cuando acabe», bromea.

Un día para poner en valor en su tierra «su trabajo de 360 grados». Porque Sanjuán habla después de pasar la tarde entera poniendo carteles. «Nosotras buscamos los conciertos, no tenemos mánager, no da el presupuesto. Por las mañanas llamamos a los ayuntamientos para ofrecerles nuestro producto como comerciales. Y por la tarde practicamos la voz o la guitarra. Echamos muchas horas y está dando sus frutos». Lo que empezó como un itinerario por Madrid y Castilla y León les ha llevado este año a medio centenar de pueblos de Galicia, Córdoba, Asturias, Canarias o Teruel, una provincia que les ha marcado. «Una zona maravillosa, encontramos muchas cosas en común con Segovia. Por los pueblos con tan poquita gente, olvidados, o por las carreteras». Conciertos financiados a través de ayuntamientos, diputaciones o fondos europeos, con el programa Dinamizar, para pueblos de transición justa, por ejemplo, lugares abandonados cuando se perdió la minería. «Así sitios más pequeños pueden asumir conciertos un poco más grandes».

No es una panacea, pero pueden vivir de ello, «con dificultad e inseguridad porque todo el tiempo tienes que estar buscando». Compaginándolo con clases particulares y otros proyectos. Pero la vocación manda. «Nos da muchísima pena que algo que nos define tanto como cultura, personas humildes trabajando en el campo para alimentar a la gente de su pueblo en forma de comunidad, cada uno aportando lo que puede, se esté perdiendo y olvidando. Y no sepamos de dónde venimos». Algo que muchos niños no se imaginan, pues ya toca retroceder a la cuarta generación, la de los bisabuelos, para invocarlo. «Es importante que valoren de dónde vienen las cosas. La música surgida de estos contextos no se puede perder. Aparte de ser una descripción de estos trabajos, cultural y emocionalmente llega al corazón».

Pese a la adicción de las nuevas generaciones a la tecnología, su oferta cala bien. «Veo implicación por parte de los padres en llevar a los niños a actividades de este tipo y contrarrestar los móviles. Suelen meterse en la historia». Lo cuenta un grupo que ha tocado para seis o siete personas, a veces todos adultos. «Como consumidora, cuando voy a conciertos grandes al final no estoy tan metida como en uno pequeño. Como música, me gusta más ese contacto directo con el público porque creo que llega más». Reviviendo a pueblos que agonizan con la música de toda la vida. Aunque solo sea un rato.