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El Nuevo Mester de Juglaría pone el broche al 40 aniversario de Folk Segovia y levanta de las sillas al público más bailón. Cuando falla la luz, pasada ya la una de la madrugada, sigue la música y el público danza a oscuras. Más de un centenar de segovianos presumiendo de folclore, bailando y canturreando con los suyos o con completos desconocidos mientras los espectadores encienden la linterna del móvil. Una escena digna del mirador privilegiado en el que sucede, el Jardín de los Zuloaga, que valida la frase con la que su directora, Cristina Ortiz, abrió un acto con siete actuaciones, tres horas y más de 600 asistentes, que desbordaron el aforo: «No quiero volver a escuchar que la música tradicional no está de moda porque sí lo está».
Fue el evento principal de un calendario de cuatro días con el que Folk Segovia celebró su cuadragésima edición, desde su inauguración el jueves en el centro de creación de La Cárcel al taller de rabel impartido por Miguel Abad, una exposición fotográfica de Paco Manzano en La Alhóndiga o los pasacalles que amenizaron ayer el mediodía. El acto principal arrancó pasadas las 22:30 horas del sábado con un lema: 40 años no es nada. Algo que resumió sin quererlo una canción del folclorista y antropólogo Miguel Luna: «Entre tus manos, una noche de verano, volveremos a encontrarnos como la primera vez».
Fernando Iñiguez, conductor del programa 'Tarataña' en Radio Nacional, hizo los preámbulos con la comparativa entre el folk y la España vaciada. «No son músicas minoritarias, sino minorizadas». Dio paso a la 'Entradilla Segoviana', el ABC de la dulzaina. El escenario lo descorcharon el dúo Abad / Zamarrón con un romance de Agapito Marazuela, recuperando la melodía de un pastor de Ávila que gustaba al maestro segoviano, antes de desatar carcajadas con las coplas de rabel. El chiste vestido de música medieval: «El que quiera ver el diablo con la forma de una cabra que venga a ver a mi suegra cuando sale de la cama». También feministas. «La mujer del gaitero tiene fortuna; tiene dos gaitas, las demás solo una».
Llegó el primer cambio de escenario y el primer entremés, con decenas de aficionados bailando en el flanco derecho. Hasta que se preparó Carlos Soto, el pucelano que ya pisó el festival en 1986 y que se presentó con «La danza de los baratos', obra de dulzaineros de Becerril de Campos. Después, convocó a Germán Díaz, con el vestuario más ambicioso de la noche. Así entró en escena una especie de caja de música programable, una zanfona que utilizaban los ciegos para contar su historia por los pueblos. Así cantaban romances. Historias de maltrato hacia la mujer que «con la boca dice quién fuera soltera». Dejaron otro prodigio, el canto difónico, un estilo de armónicos desde la garganta muy extendido en Asia. Así es como en Segovia sonó unos minutos al Tíbet.
El siguiente viaje lo dirigió Carmen Martínez, que recuperó la cuerda y las castañuelas para dar su toque murciano, una «jotica» no exenta de humor: «Una gallina con el huevo en el culo, la muy cochina». Le siguió Luna, el cántabro que puso en valor «el patrimonio de amigos» que genera un festival así a través de sus parrandas, utilizando el acordeón como si fuera una zanfona. Antes de dar una conferencia en la mañana de ayer en San Quirce, se despidió con un «os quiero».
Siguieron los entremeses, las jotas de Guadalajara. Y salió Eliseo Parra, la eminencia, el pucelano de 74 años que vive en Palazuelos de Eresma. Alguien que lleva años diciendo que se ha retirado de los escenarios y subiéndose a ellos como si tuviera 20 años menos. Con la madrugada ya en el retrovisor, recordó el «calorcito» de las noches segovianas y se sacó de la chistera la sorpresa de la noche: Jesús Prieto y su guitarra eléctrica. Es la apuesta permanente del pionero, rompiendo esquemas tradicionales para sumar y modernizar al folclore: enfadando a algún clásico, asombrando a la mayoría.
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A la presentación que hizo de Prieto, «los Rolling se le quedan pequeños», siguió un solo virtuoso. Crearon una mezcla centenaria: su guitarra eléctrica junto a la pandereta y la voz de Parra. Momentos en los que la cuerda transgresora se limitaba al acompañamiento y otros en los que se adueñaba sin paliativos de la escena. Como en los grandes conciertos, no tardó en involucrar al público, que pidió una más. Así que se despidió con una canción 'nueva', el clásico 'Van por el aire', canturreado desde las sillas: «Van por el aire seguidillas corridas y entran por tu ventana; por eso bailo la seguidilla, para que bailes y rías, niña».
Era el último descanso y muchos se levantaron para calentar, pues el cierre obligado era la 'Jota del Mester', un baile que traspasa generaciones. Toda una sociedad danzando, cada tramo de la pirámide demográfica, demostrando que el folk es centenario pero se conjuga en presente.
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