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En junio, hará treinta y dos años que Pilar (Pili, como la conoce todo el mundo en Coca) abrió su pastelería, detrás del instituto, muy cerca del castillo. Besos con Azúcar es el nombre de este comercio tradicional que ha surtido de pan, dulces, bollería, helados, café y golosinas a los caucenses durante todo este tiempo. Para los estudiantes del IES Cauca Romana, la tienda de Pili es la tabla de salvación en recreos y salidas; también para los profesores de su cuadro docente, que no dudan en acudir a la pastelería-cafetería a tomar un café, e incluso para los turistas que los fines de semana acuden a la histórica villa segoviana a visitar el castillo. El estado de alarma derrumbó la cotidianidad y la pastelera se vio abocada a plantearse si seguir adelante o cerrar. Se decantó por continuar luchando y ahora ha ideado una fórmula de reparto de chuches a domicilio que ha cuajado y está haciendo las delicias de los chavales.
«Hace un mes que se fue todo al garete. Lo medité y decidí abrir dos horas por las mañanas, de once a una, para seguir vendiendo el pan. No me parecía justo dejar tirados a mis clientes más fieles. Pero, claro, los niños se quedaron sin chuches. Pensé que los padres acabarían acercándose a comprar golosinas, aunque fuera de vez en cuando, pero me equivoqué. No venía ninguno y yo tenía el producto intacto, recién recibido, que el proveedor no quiso recoger», explica Pilar Fernández Muñoz, nacida en Coca hace 54 años.
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Curiosamente, fue ese proveedor quien le sugirió la idea. «Me dijo que en Medina del Campo había un tendero que estaba vendiendo las golosinas a domicilio, atendiendo los pedidos de los chavales a través del WhatsApp y llevándoselos a su propia casa. Pensé que era una tontería, que no me compensaría desplazarme en el coche para recibir un euro solo, pero lo pensé mejor y me decidí. Establecí un mínimo de cinco euros por pedido y lo publicité en las redes sociales. No tardé mucho en recibir el primer encargo: ¡un pedido de ochenta euros! Era de una persona de fuera que quería regalarles chuches a sus sobrinos de Coca. Cuatro sobrinos, cuatro casas, a veinte euros cada uno. Así que... cojo mi bici y punto» .
Pili es decidida e imaginativa. Tiene muy claro que, en una situación como la que estamos viviendo, echarle imaginación es fundamental para sobrevivir. «Es que los bancos llaman a la puerta y los gastos están ahí. Es verdad que han aplazado el pago de la seguridad social y de la hipoteca, pero hay que afrontarlos, no queda más remedio. Y veo que va para largo. Es muy difícil que el instituto reabra este curso. Si no me muevo, ¿qué hago? El pan que vendo no me da para mantener el negocio. Hay que inventarse cosas para sobrevivir. Ahora mismo, el apoyo económico de mi madre es fundamental», desvela.
El mecanismo de los pedidos es muy sencillo. Aquellos que quieran chuches o golosinas de la tienda de Pili deben enviarle un mensaje por WhatsApp durante las mañanas. Ella anota y prepara los pedidos. Después de comer, a las cinco de la tarde, empieza el reparto a domicilio. Para desplazarse utiliza su bicicleta y a veces el coche. «Cojo la bici y voy por las casas. Como por WhatsApp les avanzo el precio exacto, ellos tienen preparado el dinero y no tengo ni que darles la vuelta. Se lo recojo en una cajita en la puerta o en la ventana y les doy la bolsa con las chuches que han pedido. Dependiendo del número de pedidos tardo más o menos. En una hora suelo haber terminado», relata la pastelera.
Los muchachos de Coca están encantados con la idea: «Me ven llegar, con el gorro de pastelera, en la bici. «¡Ya está aquí Pili!», gritan, y se parten de risa. Bueno, es una manera de no romper con las rutinas de siempre, de adaptarlas al duro confinamiento. Yo soy su tendera, la que les surte de chuches y ahora les lleva su propia compra, no la de sus padres. Les hace una ilusión muy grande». Los niños rechazan las bolsas de golosinas previamente cerradas. Lo que a ellos les gusta es combinar todo tipo de chuches y comprarlas al peso. «Piden combinados, es decir, veinte tronquitos, diez regalices rojos, o negros, cinco chicles, dos bolsas de pipas, y así hasta que hacen cinco euros o más», señala la tendera, que solo atiende pedidos para Coca: «¡No creo que me compensara desplazarme a otros lugares! En todos los pueblos hay tiendas como la mía; así que supongo que harán lo mismo que yo si no lo están haciendo ya». Por supuesto, Pilar Fernández guarda con rigor y escrupulosidad las medidas de seguridad que exigen las autoridades: «Cuando salgo a repartir llevo una pantalla protectora, mandil, guantes y un bote de gel amarrado a la bici. Me lavo antes de salir y después. no quiero correr riesgos ni poder perjudicar a nadie».
Coca está triste. Las calles desiertas, vacías, la falta de turistas... «Pero en los pueblos es distinto. Se vive de otra manera. Sales al corral a por leña, al jardín... Es otra cosa», dice Pili, que agradece el apoyo de sus clientes más fieles: «Los supermercados están funcionando muy bien, pero para las tiendecitas tradicionales está siendo muy difícil. Nos han pegado un palo tremendo».
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