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Anclado al volante con 65 años y más de seis millones de kilómetrosMiguel Ángel Ramírez, con sus 65 años recién cumplidos, razona como insufrible trabajar en una profesión a disgusto. «No hay cosa más ingrata. Yo en el camión soy el tío más feliz del mundo, qué quieres que te diga». Y cuenta con alegría su rutina, ... despertarse a las seis de la mañana, afeitarse, arrancar el Volvo o la vueltecita de buenos días. «Algunos no lo entienden. Como cuando les digo que no me voy a jubilar de momento». La respuesta: «Estás tonto, te vas a morir agarrado al volante». Su gusto por cumplir una entrega a tiempo, un examen de diligencia, como si quisiera poner cada día a prueba su valía. Lo ha hecho durante 44 años, una vida con más de 6.000 millones de kilómetros –sin accidentes– que continúa por pura pasión.
Este vecino de Valsaín empezó con 14 años en Juárez, la fábrica de cartones de La Granja de San Ildefonso. Cuando volvió de la mili, con los carnés en el bolsillo, empezó a conducir camiones en 1981 hacia fábricas de Sevilla, Zaragoza o Barcelona. Tras cuatro décadas sobre ruedas, su relato es que en el camión se duerme bien: una cama de 80, un colchón lo más confortable posible y un depósito de agua para el aseo. Los tiempos han cambiado y su último camión, el octavo, tiene calefactor y pasa la noche a 21 grados. «Duermes caliente. Antes era a base de mantas y edredones. En verano, con las ventanas y las puertas abiertas. Y si hacía mucho calor, tirabas la manta debajo del camión y que corriese el fresco».
Cuando dormía, pues la regulación de las horas que pasa un camionero al volante ha sido progresiva. Llegaron los limitadores de velocidad para no superar los 90 kilómetros por hora. Y del velocímetro al tacógrafo. «Primero, nos daban una cartilla e íbamos nosotros escribiendo las horas que estábamos parados». Un acto de fe. Ahora, el tacógrafo permite un máximo de 15 horas de trabajo diarias –incluidas las esperas– y 10 de conducción, con 45 minutos de descanso cada cuatro horas y media. Pero en los 80 el conductor tenía en la práctica manga ancha para suprimir descansos y llegar cuanto antes a casa.
Con carreteras menos cómodas que las actuales autopistas, tardaba cuatro horas en hacer 200 kilómetros entre Barcelona y Lérida. Viajes que empezaba un viernes a las 2 de la tarde y que le dejaban 12 o 13 horas después en Segovia. «Ha habido días que no he dormido nada». En parte, porque el sistema era así: cargar a última hora para que esos paquetes salieran desde su destino a primera hora de la mañana. «Ahora funcionará igual, pero lo que pasa es que yo, además, trabajaba por el día». Jornadas en las que trabaja 18 horas. «Dormías poco para volver enseguida. Ahora es todo tan distinto… Es terrible lo que ha cambiado». Lo más ingrato siguen siendo las esperas sin explicación hasta que alguien carga su camión. Se entretiene con su Tablet, viendo la tele o películas de acción de los 80.
A los 28 años, dio el salto de conductor a autónomo: se compró su primer camión y siguió haciendo portes para Juárez, la empresa que habló bien de él en Caja Segovia para que le dieran un préstamo de nueve millones de pesetas. «Al principio me dijeron que no porque yo no tenía casa ni nada. Al final se fiaron de mí. Se ve que con la palabra de alguno valía entonces para esas cosas». Estuvo ocho años pagándolo. Su último modelo tiene 460 caballos y lo compró en 2016 por 94.000 euros. «Espero que este ya me jubile». No solo tiene calefactor, sino aire acondicionado, suspensión neumática o nevera. «Es muy importante tener agua fresca y algo de comida». En ocho años ha hecho un millón de kilómetros.
Desde 2022, ha bajado el pistón –hubo años con 150.000 kilómetros y ahora ha pasado de 14.000 semanales a unos 7.000– y no hace largas distancias. Carga palés, azúcar, whisky o pellets para Madrid y vuelve con envíos para el Carrefour. Hace unos tres viajes a la semana. Por comodidad más que por conciliación familiar. «Mi mujer me conoció montado en el camión, qué va a decir». Y sus hijas han viajado con él. Una vida marchándose los domingos y volviendo viernes o sábados. «Yo creo que me quería todo el mundo más cuando venía así de tarde en tarde. Ahora estoy aquí todos los días y de vez en cuando me gano una bronca».
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Y aquí sigue alguien que de joven decía: «A ver si con 50 años me jubilo». El 29 de septiembre cumplió los 65 años. «No tomar ni una pastilla y estar hecho un campeón. ¿Qué quieres? Algo de barriga, pero ni colesterol y ácido úrico. Y mira que me gustan los pasteles». Su mujer es de las que le dicen que está tonto por seguir. «Un par de años, tampoco mucho más. No hago mucho, pero estoy todos los días pringado. Muy duro para mí sería sentarme en una oficina y echar ocho horas. Hay gente que sale el lunes con el camión echando ya cuenta de a qué hora va a venir el viernes. Eso tiene que ser un martirio. Yo salgo y no sé lo que voy a hacer. Ni me preocupa».
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