Balonmano

La afición rescata al Nava de la lona ante un rival directo

El Nava empezó el duelo con una buena defensa, gran síntoma. Como la finalización de mago de Dani Pérez, una rosca al palo corto tras una buena asistencia de Jakub Prokop, el gran anotador navero maniatado el año pasado en tierras valencianas en el duelo que a la postre decidió el título de liga de División de Honor Plata. La receta segoviana estaba en la gestión del balón: evitar pérdidas y aprovechar ataques rápidos cuando la defensa rival no estuviera colocada. Versatilidad táctica e intensidad.

Esa intensidad se tradujo en dos exclusiones casi simultáneas de Gonzalo Carró y Pablo Herranz. Los segovianos, que ya sortearon una situación parecida en Huesca, salvaron el parcial con un 2-1 a su favor gracias a dos ataques en inferioridad resueltos por Moyano. Para entonces ambos porteros habían hecho su puesta en escena con paradas de mérito –alguna más de Krivocapic que de Patotski–, pero los valencianos no carburaban. Sin excesos, los locales mandaban por inercia y se ponían 6-4 en otra finalización certera de Pérez, esta vez con un tiro bombeado al palo largo. Pese a que el guardameta húngaro negó el siguiente intento del extremo y a que el marcador no parecía alarmante, Puerto Sagunto pidió tiempo muerto.

El Nava mantuvo la ventaja, pero la pausa funcionó. El cuadro valenciano mejoró su gestión del balón y encontró la circulación que buscaba, con Olivares trazando vías de comunicación con el pivote. Un orden que se tradujo en la mejora defensiva. Mientras Patotski empezaba a recoger balones de su portería, Krivocapic se vestía de ogro. Guillem Correro, infalible en el pivote, trasladaba la superioridad valenciana al marcador y los segovianos empezaban a buscar atajos, una fórmula que se tradujo en pérdidas y un parcial de 4-0 que obligó a Álvaro Senovilla a parar las hostilidades.

La herida siguió abriéndose antes del descanso pese a ataques rápidos como el de Borja Méndez. No sonreía la selección de tiro ni la fortuna, con lanzamientos como el de Guardiola que repelía el palo. Así que Correro se hinchaba en el pivote y cerraba la primera parte tras otra circulación inocua (11-16), un marcador que aún empeoraría en la vuelta de vestuarios. La culpa la tuvo Nolasco con un golazo tras engañar a Patotski con un giro de cadera y exhibir solvencia desde los siete metros. Una sangría de seis goles (14-20).

Jugar ante una parroquia así impide bajar los brazos y el Nava aprovechó la chispa de Pérez, que anotó dos goles en un suspiro, para creerse que aquello podía acabar bien. Pero la remontada tenía un problema: Krivocapic, el amo del partido. A la postre, no pudo evitar el desenlace, pero puso todas las trabas imaginables, como el verdugo de una película que siempre se levanta. Con todo, su defensa le abandonó y le dejó solo. solo ante un festival infinito de contragolpes.

Mientras, la zaga navera transformó las autopistas del primer acto en estrechos senderos. Nolasco y Carrero sumaban a cuentagotas mientras el Nava asumía el papel de pistolero, con ataques rápidos, aunque saliera mal. Kriovocapic se empeñaba en evitarlo con paradas imposibles –celebrando cada una como un título, su defensa ante el factor cancha– como el lanzamiento de Guardiola, que despejó con el pecho, pero la remontada seguía y los valencianos gastaban muy pronto su último tiempo muerto cuando aún ganaban 20-22.

Llegó entonces el duelo entre Ahumada y Krivocapic. El chileno amenaza con erigirse en imprescindible gracias a su lucha; si el húngaro celebraba las paradas, el rugía cuando marcaba. Y eso que el portero le negó varias internadas francas, pero él seguía, percutiendo como un invasor en busca de la fortaleza. La metáfora de un duelo que el Nava igualó tras una internada de Smetanka, esgrimiendo velocidad para colarse entre gigantes.

Aún quedaría un último ejercicio de resistencia de Krivocapic, que paró elevando el pie izquierdo la contra de Ahumada. Solo pudo retrasar lo inevitable: el penalti de Pérez que ponía a los locales por delante a siete minutos del final. No hubo marcha atrás, con Guardiola y Moyano liderando el intercambio y un gol clave de Carró, que puso el +2 tras cambiarse el balón de mano en el aire. El desenlace ante el Cangas, un duelo en el que los segovianos despilfarraron una ventaja de dos goles en el último minuto, exigía prudencia antes de lanzar las campanas al vuelo. Pero cuando Smetanka puso el 30-27 llegó el alivio. Y la fiesta posterior, la de un pabellón que reivindica su sitio en la élite.