CARLOS GARCÍA / EFE
Martes, 28 de abril 2020, 12:17
Javier García es un panadero español que cruza a diario la frontera para llevar pan a sus vecinos portugueses; Jorge Flor reparte alimentos en pueblos de España y Portugal. En la frontera, el Covid-19 se combate con solidaridad.
Publicidad
El blindaje de La Raya, la ... frontera hispano-lusa, acordado en marzo por los gobiernos de ambos países para frenar la expansión de la pandemia, no ha impedido que los pueblos de la zona mantengan una estrecha colaboración.
Javier García es de la localidad salmantina de Fuentes de Oñoro y conduce cada día su furgoneta para llevar pan a los vecinos del otro lado de la frontera.
En una región rural marcada por el éxodo de los jóvenes, con una población envejecida que se siente abandonada en aldeas que, en su mayoría, no tienen tiendas de alimentación, cajeros ni consultorios médicos, gestos como el de Javier ayudan a mantener la esperanza a cientos de personas.
Coronavirus en Salamanca
«Estamos olvidados», lamenta Juan Luis Bravo, empresario de Fuentes de Oñoro, que regenta un hipermercado y dos gasolineras en La Raya y que estima que sus ventas han caído en torno al 90 %.
«Aunque estamos expuestos a los contagios, intentamos ayudar a la mayor cantidad de personas», dice Bravo, quien, cuando se declaró el estado de emergencia hace mes y medio, puso en marcha un servicio de reparto a domicilio de productos básicos para ambos lados de la frontera.
Publicidad
Jorge Flor vive en Vilar Formoso y trabaja en el hipermercado de Bravo ocupándose del reparto de los pedidos.
Cruza los controles que se han establecido en La Raya con un permiso que le habilita como repartidor de alimentos. Antes de entregar sus encargos, los desinfecta delante del cliente.
También Miguel Pando, farmacéutico de las aldeas salmantinas de La Albergueria de Argañán y La Alamedilla, fronterizas con Portugal, ha tenido que adaptarse a la emergencia. Muchos de sus clientes son lusos y no pueden cruzar la frontera, así que ahora les lleva los medicamentos a su casa.
Publicidad
Consciente del problema, Manuel Gomes, alcalde del concejo luso de Vilar Formoso que limita con Fuentes de Oñoro, explica que su Ayuntamiento ha habilitado un servicio para atender a los ancianos. «Pueden llamar a un teléfono y desde el Ayuntamiento les conseguimos las compras, les llevamos los medicamentos o les facilitamos que puedan cobrar la pensión del mes».
El blindaje de las fronteras, que se extenderá al menos hasta mediados de mayo y limita el paso a mercancías y trabajadores trasnacionales, hace « muy difícil la supervivencia económica de Vilar Formoso y Fuentes de Oñoro», continúa Gomes.
Publicidad
Es un problema común a ambos países, insiste, porque, aunque La Raya se encuentra «en dos Estados diferentes, es una única población».
«Hay calles que empiezan en Fuentes de Oñoro y terminan en Vilar Formoso y ahora están cortadas», lamenta el alcalde.
A pesar de las restricciones, los ayuntamientos fronterizos buscan fórmulas de cooperación para ayudar a sus vecinos.
Susana Pérez, teniente de alcalde de Fuentes de Oñoro, explica a Efe que en los últimos días se han entregado a la Cruz Roja de Vilar Formoso varios lotes de mascarillas y de viseras para que puedan seguir con sus labores humanitarias.
Publicidad
Noticia Relacionada
En el paso entre Bemposta (Portugal) y Fermoselle (Zamora, España) tampoco ha faltado la cooperación institucional que ha hecho posible, por ejemplo, la entrega de medicamentos a enfermos lusos.
Los pacientes estaban confinados en Bemposta y necesitaban medicinas que se vendían en España. Cruz Roja Española se las entregó a la Guardia Civil que, a su vez, las hizo llegar a la Guardia Nacional Republicana portuguesa (GNR) que, finalmente, las repartió entre los enfermos.
Noticia Patrocinada
También la colaboración se impone en el paso fronterizo entre Rihonor de Castilla y Rio de Onor, que se abre parcialmente para que los ganaderos con tierras en el otro de la frontera puedan dar de comer al ganado.
Jaime García es el panadero del pueblo salmantino de Serradilla del Arroyo. Reconoce que en esta región, para sobrevivir, hay que tener más de un trabajo. En su caso, alterna la panadería con su actividad como pastor de un rebaño de ovejas.
Publicidad
Su establecimiento familiar es el único en un pueblo con menos de un centenar de habitantes. «Se trabaja con mucho miedo», dice.
«Los pueblos están cada vez más abandonados, toda la gente que aquí vive es mayor y de alto riesgo, por lo que si entrara el virus, pues tú me dirás...».
«Cada vez hay menos servicios en los pueblos, ahora -desde la crisis provocada por la covid- trabajamos un 40 % menos», lamenta.
Pese al riesgo de contagio, asegura que mantendrá abierta la panadería, porque «un pueblo que no tenga unos servicios mínimos es un pueblo muerto».
Publicidad
Sus clientes tienen entre 70 y 90 años de edad, y Jaime y Ana, su mujer, toman todas las medidas de seguridad para protegerles y protegerse.
«Ya nos besamos hasta con la mascarilla puesta», comenta entre risas Jaime.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.