José María Miñambres es el actual párroco de la iglesia donde dio sus primeros pasos en la vida activa en la iglesia, antes de iniciar su vocación sacerdotal, simplemente como un joven cristiano comprometido. San Juan Bautista de Barbalos es su templo, y al Cristo ... que cuelga sobre el altar le cuenta cada día todas sus preocupaciones y alegrías.
Junto a este templo románico, en el despacho parroquial, desgrana su vida, desde que naciera muy cerca de la iglesia, en la avenida de Italia número 4, en aquellos tiempos donde se daba a luz en casa con la ayuda de una comadrona.
El Bachillerato lo estudió en los Escolapios, y de ahí pasó a Magisterio, del que ejerció como interino durante un tiempo en el municipio de Zamayón. Durante su adolescencia y juventud estuvo muy implicado en la parroquia y en distintos grupos apostólicos. «Siendo jóvenes creamos dos centros juveniles, uno en la calle Nicaragua y otro en Pizarrales, éramos inquietos», subraya. Los Escolapios le propusieron formar parte de su comunidad pero nunca se lo planteó, «yo quería ser cura de parroquia». Y como sabía que era una proceso largo, pasó un tiempo hasta que decidió dar el paso. «Yo seguía ejerciendo el Magisterio y mientras iba haciendo el discernimiento con un sacerdote, el padre Serafín Matellán, que era un buen teólogo».
Y fue el párroco de San Juan Bautista el que le planteó que a la edad que ya se planteaba ser sacerdote, con 22 años, la mejor opción era formarse en el colegio de vocaciones tardías, del Salvador, ubicado en la calle Alfonso de Castro. Y allí se fue. «Este centro lo crearon un grupo de hombres de muchas posibilidades económicas que se hicieron curas después de una edad y sufrieron mucho al entrar a un seminario tradicional, donde pasaron muchas penalidades en el campo de la formación», destacaba Miñambres.
Cuando este sacerdote llegó al colegio de vocaciones tardías, se palpitaba el Concilio de Vaticano II, «la renovación litúrgica y una nueva manera de entender la Iglesia». Para José María Miñambres, entra en este colegio le abrió la mente, «del concepto de la Iglesia, la manera de entender la espiritualidad, etc.». En su caso, procedía de un movimiento apostólico muy tradicional, «y me pegaron un giro en la espiritualidad, mucho más humano, integrador de la personalidad, y le tengo mucho que agradecer, con buenos educadores». Por aquel entonces, el rector del colegio era el que fue obispo de San Sebastián, José María Setién.
El primer año de estudios allí se centraba en indagar a la persona para ver si efectivamente «tenía madera y pasta para ser sacerdote», y después, se empezaban los estudios eclesiásticos. Su vida al respecto dio un giro cuando en el tercer curso pidió al rector ir a vivir a un barrio junto a otros compañeros. «Y nos fuimos al barrio de Garrido, y trabajamos mucho allí». El piso lo gestionaban entre todos, compañeros de diferentes provincias españolas y donde Miñambres era el único salmantino. Todavía recuerda la caja donde guardaban la bolsa común para los gastos de la casa, «que estaba en un armario que nos cedió el colegio». Eran cinco, y se volcaron en la parroquia del barrio, la de Santo Tomás de Villanueva, que por aquel entonces acababa de ser inaugurada.
Sus tareas allí eran estrictamente pastorales, o la promoción de un centro de adultos donde daban clases para que se sacasen los estudios primarios, lo que fue la EGB. «Teníamos una buenísima relación con el edificio donde vivíamos, y en ocasiones invitábamos a café a todos los vecinos que querían, o se daba misa en casa», precisa. De hecho, mantuvo el contacto con muchos de aquellos vecinos de la avenida de Federico Anaya, 34.
Su ordenación como sacerdote tuvo lugar el 22 de junio de 1975, en la parroquia de Santo Tomás Villanueva, ya que no entendía que fuese en la Catedral para alguien que había vivido durante cuatro años en ese barrio de Garrido.
Además de estudiar Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, José María Miñambres realizó su licenciatura de Catequesis en el Instituto Catequético San Pío X de Tejares.
Y una vez ordenador como sacerdote llegó su primer destino oficial, en concreto a tres pueblos de la comarca de Guijuelo: Salvatierra de Tormes, Montejo y Aldeavieja.
«Vivía en Salvatierra y en el pueblo éramos 34 personas», relata. Cuando llegó, un 15 de agosto, le dio la sensación de estar en un pueblo abandonado, al que estuvo unido como sacerdote durante 13 años, cuatro de ellos viviendo allí, «porque luego lo combiné con la parroquia de San Juan Bautista, de vicario parroquial».
De su etapa en Salvatierra guarda muchos recuerdos, donde pudo ejercer de maestro, primero en clases que daba por las noches a gente joven del pueblo para sacarse la EGB, y sustituyendo durante un curso a la maestra tras cogerse una baja:«Fueron unos meses muy felices, donde combiné muy bien las dos vocaciones, como sacerdote y maestro de escuela». Su vida allí era muy austera, en una casa con unas ventanas muy pequeñas, «sin servicio», y con una relación muy cercana con todos los vecinos.
Destacar también que durante 30 años trabajó como docente en la Escuela de Magisterio Luis Vives, donde impartía la didáctica y la fenomenología de la Religión, «lo que era la Teología y la Didáctica de la enseñanza religiosa popular». Junto al director, Miñambres fue de los más veteranos, y ese hecho le dio la posibilidad de ver la evolución de dicha escuela de Magisterio, «donde tuve una relación grande con los jóvenes», añade este sacerdote diocesano.
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