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Mi compañero de pupitre en la universidad tenía la carpeta forrada con la imagen de Ronaldo Luis Nazário da Lima. Avioncito por un lado, salida en estampida entre dos rivales por otro. La elástica, la bicicleta. Gambeta por aquí, golazo por allá. La sonrisa abierta hasta cuando encaraba al portero. Alguno tiene todavía la cadera dislocada. La mueca desatada cuando el balón besaba la red. Su seña de identidad. Mi vecino de mesa nunca le llamaba solo Ronaldo, siempre pronunciaba el nombre completo y lo entonaba como si fuera un narrador radiofónico. Se emocionaba a veces. Es como si tratase de darle mayor empaque a la imponente figura de una estrella en ciernes que, sin saberlo, estaba reinventando el concepto de delantero total desde que se calzó por primera vez la camiseta del Barcelona.
Como futbolista marcó una época. Controló sus problemas de tiroides con entrenamiento extra y exprimió su resiliencia para sobrevivir a dos graves lesiones de rodilla, infranqueables para cualquier mortal. Sus famosas fiestas también representaron un antes y un después en la noche madrileña. Va en su ADN disfrutón. Un buen amigo, que en aquella época acababa de salir del Atlético de Madrid, todavía recuerda alguna. «Eso era otro mundo. A mí me regaló una camisa que le dije que me gustaba. Ronaldo era Dios, un tío increíble», relata. Cuando colgó las botas, el astro brasileño demostró que no es un exfutbolista al uso. En su juventud ya confesaba su espíritu empresarial y emprendedor, y ahora amasa una fortuna superior a los 400 millones de euros.
Ronaldo y su eterna sonrisa aterrizaron en Valladolid en 2018. Llegó como el mesías para dar carpetazo a la era unipersonal protagonizada por Carlos Suárez. La presidencia del brasileño es más coral. De hecho, ha reformado estructuralmente el club, lo ha profesionalizado y ha aportado un completo lavado de cara al interior del estadio. El exterior va en otro serial. Solo ha fallado en lo que debería ser su fuerte, la parcela deportiva. Aseguró que el Pucela estaría en Europa en cinco años y no ha pasado de Andorra. Agua. No solo no lo ha conseguido, sino que el equipo blanquivioleta ha vivido dos descensos en cinco años. Muy duro.
A la afición del Real Valladolid le cuesta descifrar el enorme valor que se esconde detrás de la figura del presidente. No termina de entender el papel de uno de los grandes embajadores del fútbol mundial. La masa social antepone los valores de toda la vida a cualquier otra circunstancia. De ahí nació la polémica del escudo, por ejemplo. La influencia del genio brasileño es descomunal y el club ha conseguido impulsar el valor de su marca a través de la imagen de Ronaldo. Celebrities de todo el planeta han posado con la elástica blanca y violeta. Ahí es nada. Esta temporada, Ronaldo no ha pisado demasiado el palco de Zorrilla y ha seguido al equipo en la distancia, lo que ensancha los rumores de venta en caso de ascenso (e incluso permaneciendo en Segunda). Los hinchas tienen un prototipo de propietario opuesto al perfil que representa Nazário, que tiene en su vitrina dos balones de oro y una vida social que a veces resulta difícil de digerir por una parte de la afición que piensa que, si Ronaldo está celebrando su cumpleaños en un yate, está haciendo de menos al club. La realidad es todo lo contrario. La gestión es colectiva y tiene equipo, con Matt Fenaert a la cabeza, suficientemente preparado como para no tener que desgastarse en la primera línea de fuego. Solo aparece cuando la situación lo requiere. En su debe, la poca atención que dispensa a los medios locales.
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Ronaldo es afable y cercano en la distancia corta. Tiene un corazón enorme y es habitual verle colaborar con causas sociales. Es uno de los abanderados de la lucha mundial contra el racismo y allá donde va levanta pasiones. Eso sí, todo cambia cuando se pone delante de los medios con la gorra de presidente encasquetada a su ensortijado tupé. Entonces, se ubica en el perfil contrario. Su dificultad para moverse con soltura cuando rinde cuentas como 'jefe' ante los periodistas salta a la vista. El carácter risueño y desenfadado se entierra en una trinchera. El genio brasileño se parapeta tras el muro para intentar salir indemne y le cuesta encontrar el hilo argumental del castellano para transmitir los mensajes como le gustaría. Le sudan hasta las manos y cuando finaliza la rueda de prensa es como si hubiera disputado una final de Champions. Es su punto débil. Por eso, cuando comunicó la venta del Cruzeiro metió la gamba al intentar, medio en broma medio en serio, colar la gracia de que el Pucela sería el siguiente. Su equipo en el Real Valladolid tuvo que salir al quite urgentemente para no ensuciar el camino hacia el ascenso.
Así es Ronaldo. Genio y figura. Una persona con mayúsculas, que siempre te recibe con una sonrisa y que ha sido capaz de explotar su carisma para dar continuidad a su éxito deportivo en el ámbito empresarial. Érase una vez un genio a una sonrisa pegado, érase una sonrisa superlativa.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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